Oscuridad

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Y de escribir tanto me canso, como se cansa un corredor desnudo bajo la lluvia, como los pasos en rastras de un fugitivo huyendo de prisión. Subyugo ante esa herida, constante y asesina que diario me apunta y trata de fulminarme, de descargar su brillo entre mis ojos. Al final ellos no miran más que nada, más que todo, y la mirada perdida se enfoca en torbellinos formados por nubes densas de polvo oscuro proveniente del sur, allá donde debiera estar mi silueta, allá donde debiera permanecer quieto ante la sensación de olvido que provoca vivir. Me dejo llevar por ese viento, por ese grito desesperado de una bestia que sabe decir palabras y hasta es capaz de acomodarlas mejor que yo, de pronunciarlas mejor que yo. Y me encierro, como he encerrado al niño que fui. Y entre cadenas lo dejo morir de hambre, de soledad y frío. Ese brío que se erigía dando zarpadas a la tierra para hundirse, esa lluvia que venía debajo vislumbrando podredumbre. Ese fuego que apagó mi sed, ese cruce de manos que terminaron donde no debían. A la distancia un ser se asoma, un ser alado vestido de tinta densa y espesa, de ojos cenizos, de brillo apagado. Ansía emprender ese vuelo a donde me encuentro y llevarme consigo, pero me rehuso a ser ayudado, a ser escogido y llamado a todos lugares. No quiero depender de las garras de esa cosa sin nombre que lanza llamaradas negras al apagado cielo, si más apagada tengo el alma corroída de monotonía y olor a humedad. Sí, quizá diga demasiado, quizá esconda un secreto que con recelo defiendo hasta que llegue la hora de pronunciar un juramento. Me esconderé ese tiempo, así sea suficiente, corto, vacuo, lleno. Como sea, la eternidad corre a velocidad y yo tengo mis pies descalzos ante semejante locura por donde quiero caminar al menos. Por donde mi pecho se agita y, dentro quieren explotar emociones. ¡Ay, vida mía! Tan ajetreado dejas al ser que no te pidió opinión, y tú, tan serena prefieres cerrar la boca y atragantarte de culpas. Dejándome un hueco por donde la luz sale directo a los ojos de aquello que tenga enfrente. Iluminas el paisaje, pero ya tengo hastío de flores, de belleza, de compañía. Tú tan alegre y fingida, yo tan yo, tan simplemente yo, que no quiero dejar escapar esta sensación de no quererle caer bien a nadie, así tenga que clavarte una estaca y verte vaporosa y fantasmal. Entonces pasan los años, y me encuentro en el lugar donde estaba aquella bestia. Ahora está bajo mis pies, vencida por el cansancio de esperar a por mí. —Es hora de marcharnos. —Le digo—. Se pone de pie, me monto a su lomo y emprende ese huida al sur, de donde yo estoy seguro provengo.

Noches de Tres OjosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora