Existía un hombre anhelando amor, un amor placentero lleno de sangre podrida y escarcha. Aspiraba un polvo asidero que escocía sus ojos y hacía arder su garganta, polvo de suciedad acumulada en el hogar. Cerraba sus ojos por el sueño, su taza de café había sido derrotada ante aquel tremendo bueno para nada de ciento diez kilos y uno ochenta y cinco de alto. Junto a él las risas más febriles y austeras se colaban por la chimenea. Alguien afuera y no lejos, reía y cantaba, a veces gritaba, a veces lloraba con las manos en el abdomen como sosteniendo esa euforia para no dejarla escapar. Pero dentro... se libraban batallas memorables de alguien que luchaba por mantenerse en el sofá pensativo, miraba a la nada llamada pared, a la tele apagada que lo reflejaba, miraba a la nada, a la eternidad que se pierde entre la visión más sencilla y derrotada. Anhelaba amor, sí, un amor que ya se lo ha llevado el silencio. Y junto a él sus palabras también hicieron equipaje arrojando palabra tras palabra, verso tras verso, línea tras mentira, verdad tras puntos finales. Aquel libro de cuentos para una hermosa dama, aquellas cartas para una belleza descomunal y constante, de esas que no envejecen con los años, milagro de aquellas deidades que nos hacen morir jóvenes para pasar a ser eternos.
El sueño de ser eternos ante la mortalidad es el principio básico para entender la vida. Si bien efímera y requisitoria nos atrapa en los hilos que muchas veces asfixian nuestros sueños. En esos pensamientos se encontraba aquel hombre desteñido por la edad, por la falta de sangre en sus venas. La escarcha que blandía el acero de sus nervios penetraba sus sentidos acumulando más y más nieve. En su cabeza llovía diario, fuerte y tupido. El resonar de las ventanas que golpeaban con el viento eran su despertador cada mañana de ese invierno hermoso y gris. Bien pude ser yo, tú, un instante buscando lugar de reposo. Aquella sonrisa llegó súbita e inesperada, logrando barnizar una mueca de enfado y tristeza. No siempre los planes resultan, a veces restan y no suman; más se suman a la lista de adversidades por las que hay qué luchar. Hombre cansado de dar pelea, de dar mazazos a la vida, de llorar por la inconsolable desdicha de querer salir corriendo a perderse en aquel clásico horizonte por donde el sol dice adiós cada tarde. Por donde se cuela la eternidad de querer encontrar el amor que nos termina matando.

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Noches de Tres Ojos
ContoRecopilatorio de pequeños relatos, pensamientos, cosas que en mis ratos de ansiedad necesito sacar. Espero con el tiempo sigan acumulándose.