Primera parte.
"Fue cuando nos quedamos solos, que entendimos el sentido de vivir".
—Un cobarde, con el corazón manchado. Tanto que mis arrugas arden.
—Perdona por ser tan idiota. ¿Te gusta hablar solo, no es así?
—Siete clavos. Malditos siete clavos.
—¿De qué hablas? Viejo decrépito.
—Cuando mi esposa murió, me pidió que la crucificara y en su cruz clavara siete clavos.
—¿Lo hiciste?
—¿Acaso tengo cara de desquiciado? ¡Claro que no! Ahora mismo estaría en un hoyo y no en esta pocilga.
—¿Y no era mejor el hoyo?
—Ahora que lo pienso... no hubiera estado mal."Un día la luz se apagó, y el cielo lanzó un frío manto de seda, tan hermoso que cubrió toda la ciudad"
—Sabes, viejo, siempre me pregunté qué hiciste bien en tu vida para vivir tanto. Aún sigo sin entenderlo. ¿Fueron las drogas?
—Primero dime, ¿a ti te han funcionado?
—En absoluto. Cada día que pasa pierdo alegría, y con ello neuronas.
—¡La verdad no hice un carajo! Pero te contaré un secreto..."Hace muchísimos años, nació un niño al que no querían. Lo abandonaron en un río y una mujer pobre lo encontró. Cuidó de él, y a los pocos años una familia rica lo adoptó. La pobre mujer no recibió ni un peso. No hubo gracias ni despedidas. Era una noche de tormenta, ella bajó a donde lo había encontrado y la familia lo cogió en brazos. Así, sin más".
—Pero, ¿cuál es el secreto?
—No hay tal cosa.
—Ya veo... de verdad estás perdiendo la razón, ¿sabes?
—Lo sé. Pero detrás de toda historia hay secretos. Algunos de ellos jamás deben saberse, porque pondrían en peligro a los demás.
—Tú eras ese niño, ¿verdad?
—Puede ser. Aunque jamás quise a mis padres. Siempre los he odiado en un silencio amargo que me quema el alma por las noches.
—¿Cómo puedes odiar algo que nunca has conocido?
—Ahí está el secreto... los seres humanos siempre tenemos necesidad de odiar algo. Así sea una botella de vino, maldecimos las cosas que nos pasan cuando son malas, maldecimos a Dios cuando las cosas no son como queremos. Es nuestra naturaleza.
—¡Oh, vaya! Al menos podemos estar de acuerdo en algo.
—¿En qué de todo?
—En el odio. Mi madre hablaba muchas cosas buenas de mí, decía que era alguien que no podía albergar resentimientos u odio.
—¿Tenía razón?
—En lo más mínimo. Pero nunca pude desmentir a la única mujer que me quería incondicionalmente.
—¿Qué le pasó?
—Cáncer.
—Lo lamento, de verdad lo lamento.
—Descuida, ya ha pasado el tiempo. El cáncer es como un cigarrillo; cuando se enciende, debe detenerse a tiempo, o terminará consumiendo todo. Pero la gente siempre tiene miedo a saber cuando sienten que algo no va bien. Se engañan, viven una mentira en la que tarde o temprano la verdad brota.
—Miedo a saber.
—Sí. Cuando el miedo debería ser el no saber.
—Miedo no saber... comprendo. Entonces, ¿albergas odios?
—Más de los que quisiera. Son una llama que no se extingue.
—¿De qué te ríes?
—Es que... me he acostumbrado tanto tiempo a vivir con esos sentimientos, que ya son parte de mí.
—¿Quién es el loco ahora?
—Todos. Todos albergamos odios. Tú lo has dicho.
—Sí, lo dije. Pero aun creo que alguien como tú no debería cargar con eso. Esas cosas te consumen, te destruyen el alma, te incineran el corazón.
—¿Tienes un martillo?
—¿U-un martillo? ¿Para qué?
—Para enseñarte cómo poner siete clavos en una cruz... viejo idiota."Somos nada. Incluso puedo asegurar que con cada lluvia, los dioses orinan sobre nosotros, burlándose de lo miserables que somos..."
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Noches de Tres Ojos
ContoRecopilatorio de pequeños relatos, pensamientos, cosas que en mis ratos de ansiedad necesito sacar. Espero con el tiempo sigan acumulándose.