Capítulo siete: Una curiosidad.

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Capítulo siete: Una curiosidad.

Con el rostro empañado en vergüenza volví a atravesar la barra, la pelinegra me observaba con una curiosidad minuciosa pero sonrió cuando caminé hacia su mesa.

-¿Qué vas a ordenar? -su sonrisa desapareció y frunció el ceño, abrió la boca para replicar pero la interrumpí, diciendo: -Ya es la hora de mi merienda.

-Oh, bueno, ¿qué tal un café con leche y un pastel de chocolate? -asentí, no hubo necesidad de anotarlo, no se me olvidaría, era lo que yo normalmente pedía. -¿Y tú? Recuerda que yo invito. -como si pudiera olvidalo, já.

-Me serviré lo mismo. -contesté con una sonrisa. -Ahora vuelvo.

Caminé a la barra y los ancianos seguían ahí, mirándome con una inmensa sonrisa, aunque la de Fabiana luego se transformó en una mueca.

-Cuenta, cuenta. -pidió ansioso el anciano.

-Dos cafés con leche y dos pasteles de chocolate, -mencioné apoyando los antebrazos en la barra. -¿eso querías que contara? Porque son cuatro cosas.

-Muy gracioso. -ironizó él y comenzó a preparar todo sobre una bandeja.

Reí y luego pasé mi vista a Fabiana.

-¿Qué ocurre? -ella sacudió la cabeza, como si estuviera deshaciéndose de sus pensamiento y me sonrió. -¿En qué pensabas?

-Es que no logro descifrar si le interesas o no. -se quejó, volví a reír.

-No eres una súper humana que lee mentes Fabi, no te mortifiques. -dije lanzándole un beso. -Además, estoy seguro de que no. -miré sobre mi hombro a la pelinegra que escribía en su celular.

-Yo creo que sí. -murmuró Flavio acercando la bandeja a mi, para que la cogiera. -Si no fuera así no seguiría aquí.

No dije nada más, tomé la bandeja y la llevé hasta la mesa, ella sonrió en grande al ver que traía lo que había pedido en partida doble y me invitó a tomar asiento, lo hice y comí un trozo de mi pastel por no saber qué decir ahora. Era la primera vez que hablaríamos sin los chicos.

-Bueno... -comenzó ella. -¿cómo has estado?

Reí, porque tan sólo ayer estábamos juntos, hasta muy de noche, cuando Esteban se ofreció a llevarnos a casa. Si ayer estaba bien, ¿por que hoy, dieciocho horas después, no lo estaría?

-Eso es trillado Jackie, te creí diferente. -solté.

-Soy diferente. -aseguró enseguida. Ya lo creo, pensé con una sonrisa de lado cuando me señaló con su cuchara.

-Tengo algo de curiosidad, -admití y ella ladeó la cabeza. -respecto a ti. -aclaré.

-Yo también. -confesó asintiendo con una sonrisa. -Hagamos algo, respondo tus preguntas si tú respondes las mías.

-Hecho. -acepté, tomé la taza con mi café humeante y lo acerqué a mi boca sin llegar a beber de el. -Comienza tú si quieres.

-¿Por que estás trabajando?

-No tengo dinero como lo tienes tú. -contesté y tomé un sorbo de mi café. -Me toca, ¿por que antes no sabía de ti y ahora sí?

-Quiero aclarar que quienes tienen dinero son mis padres.

-Eres su hija, por ende también es tú dinero. -ella suspiró rendida porque sabía que tenía razón. -Ahora contesta, por favor.

-Porque estoy a cuatro horas de aquí, estudiando en un internado, ¿no es obvio? -consultó con ironía y algo de gracia, balanceé la cabeza de lado a lado en respuesta.

El nacer de un deseo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora