Capítulo catorce: Un consuelo.
Nunca creí que la niña tímida, callada y sumisa que se mostraba frente a Esteban pudiera hacerle frente alguna vez a su madre, su propia madre. Dios, ¿y quién lo creería?
Pero fue eso lo que pasó. La señora Reese no dijo nada ante las palabras y miradas de reproche que le envió su hija, se mantuvo en silencio unos minutos, quizá planeando dentro de su cabeza qué debía decir, no la culpo, si yo estuviera en su posición hace un montón que me hubiera desmayado.
El silencio es agobiante y asfixiante por mucho, eso añadiéndole el no saber dónde carajo se metió mi amigo, ¿es que acaso llevó las bolsas hasta la china o qué?
—Le diré a mi padre esto que acaba de pasar y veremos qué piensa él al respecto. —dice frívola la pequeña a mi lado, veo como su madre traga en seco.
—No hace falta que me digas nada Natasha, escuché lo suficiente. —se escucha la voz del progenitor de los hermanos por detrás de su esposa. Ella palidece y nosotros miramos por detrás de ella para confirmar que sea él. —Por favor, vayan a sus habitaciones. —pidió, asentimos y comenzamos a caminar rumbo a las escaleras.
—¡Adivinen quién llegó! —gritó la emocionada voz de Esteban, su alegría no se vio afectada al mirar a sus padres con el semblante serio, en vez de eso se hizo a un lado de la puerta principal y dejó ver a Martina, la youtuber española. —¡Taran! —exclamó haciendo manos de jazz, utilizando también el drama gestual.
El enojo de Natasha se vio terriblemente olvidado y dio paso a la misma emoción que dejó ver la semana pasada, en el aeropuerto, desde allí no volvíamos a ver a ninguna de las dos españolas que nos habían estado rondando, por así decirlo. Aunque bueno, de mi parte no las había vuelto a ver, según los mellizos ellas eran estudiantes de intercambio, sí, así de loco, a casi mitad de año.
—No lo dije para que te le pegaras como garrapata, Natasha. —Esteban quitó de mala gana a su hermana del cuerpo de la muchacha y le dirigió una mirada fría, ella bajó la cabeza al suelo y se disculpó, pronto corrió nuevamente hacia las escaleras y pasó por mi lado, con las lágrimas amenazando en salir. —Mocosa.
—¡Esteban! —le reproché después de mirar cómo la espalda de la niña desaparecía de mi vista, escuché tres fuerte sonidos, dos gritos y un portazo.
—¡Es sólo una niña, no le hables así! —dijo Martina. —Es tu hermana por amor a Dios, debes quererla, no hacerle pasar malos ratos.
—¡Esteban que yo no vuelva a escucharte hablarle así a Natasha, ¿entendido!? —le gritó su padre con autoridad. Suspiré con alivio al escucharlo, por lo menos ahora sabía que él no permitía o intentaba que esas cosas no pasaran.
Luego de eso subí las escaleras con forma de caracol, recorrí el pasillo de las habitaciones hasta llegar a la penúltima puerta, la habitación que le pertenecía a Natasha, rocé mis nudillos con la madera, ella había pasado el seguro y no era que tampoco irrumpiría su privacidad si ella no lo quería.
—Nata, soy Martin ¿puedes abrirme? —silencio fue su respuesta. Suspiré. —¿Natie?
—Si vienes solo, puedes entrar. —se oyó detrás de la puerta su vocecita, rota, lejana, dolida.
El pomo se giró y ante mí apareció ella, su rostro se veía sombreado por la oscuridad que la rodeaba, Dios, todo dentro de aquella habitación era negro, me perdí y los contrastes me desorientaron por el cambió de colores, ella se hizo a un lado, permitiéndome el paso, aún perdido crucé el umbral y me quedé de pie, sin saber a dónde ir, la poca claridad que tenía se había ido cuando ella cerró la puerta. Dios, de verdad ahora no veía nada, ¿ella sí lo hacía?
Unos segundos después, cuando iba a preguntale dónde estaba el interruptor de la luz; una parte se iluminó, no por completo; pero al menos podía ver, ella ahora estaba a un lado de su cama, con la mano extendida hacia su lámpara. Y di un pequeño salto porque ella hace un segundo no estaba ahí, estaba detrás de mi, no hay. Dios.
Admito que lo primero que hice fue admirar su habitación, era la decoración exacta para lo que antes era la mía, muchísimo antes, delante de su cama estaba su televisor pantalla plana, en el aire y debajo de el un buró flotante con una videoconsola, a un costado de ella se encontraba lo que parecía ser su escritorio, sobre el sus dispositivos electrónicos reposaban y un poco más allá, junto a un espejo de cuerpo completo y de un mismo tamaño estaba un joyero con una silla giratoria en frente, una que parecía recién rodada de su lugar principal, también un banco estaba a su lado, al otro costado estaban unas puertas que seguramente eran el armario de la joven, y todo era del mismo color, negro. La habitación no era inmensa pero parecía ser lo suficientemente grande para una niña de doce años.
Cuando acabé mi vistazo deparé en ella, sus ojos estaban hinchados y su cabello en toda su largura echados a sus costados, sus mejillas rojas y sus labios rosados. Había comenzado a llorar, definitivamente.
—Ven aquí. —fue lo único que le dije, extendí mis brazos hacia ella y sin pensarlo mucho desapareció la distancia que nos separaba y me abrazó.
¿Cómo alguien podría lastimar a tan inocente criatura?
***
Hace aproximadamente hora y media que los chicos llegaron, Vicente, Aaron y Esteban se ofrecieron a ir por ingredientes para la cena al súper mientras que yo, el amigo que no es gay, tenía que quedarme rodeado de chicas, solo y desemparado con siete locas rondándome, porque aparte Evan no había llegado y las españolas hoy también nos harían compañía.
—¡Marty, Marty! —me llamó por el apodo que ella misma se se había encargado de buscarme mi pequeña amiga mientras bajaba las escaleras con su portátil frente a ella.
Nosotros estábamos en el sofá, dispersos sobre ellos como podíamos, las chicas hablaban mientras pintaban sus uñas e intentaban hacer lo mismo con las mías, estaban locas si creían que lo lograrían.
—¿Qué pasa, Natie? —consultó la rubia, como si ella se llamara Martin. Rodé los ojos pero no dije nada.
—¡Es Jackie! —mis sentidos se pusieron alerta al escucharla.
—¿Qué pasa con ella? —dije poniéndome en pie, ella río negando con la cabeza y se acercó sin borrar su sonrisa, fue entonces que giró la portátil en sus manos y la pantalla ahora estaba frente a mi. Oh, a eso se refería. Me sonrojé por haberme precipitado a preguntar de esa manera. Agité mi mano de forma tímida. —Hola, Jackie.
—Hola, Marty. —Dios, aquello se escuchaba muchísimo mejor viniendo de sus labios.
—¡Idiota! —gritó la misma rubia que se creía yo y de un empujón volví a mi puesto en el sofá.
—¡Oye, no maltrates a mi novio! —sonreí como idiota al escucharla y mi corazón se aceleró. ¿Por que había dicho eso? ¿Estaba tomando la iniciativa acaso?
Pero todo se vino abajo cuando frente a mi campo de visión volvieron a aparecer las españolas, claro, su mentira tenía que seguir en pie aunque no estuviéramos juntos. Mi corazón se estrujó, todo era mentira después de todo.
—¿Prefieres más a tu novio que a mí, tu mejor amiga? —consultó indignada Jazmine, tomando la portátil en sus manos.
—Lo prefiero a él antes que a nadie en este mundo. Lo siento. —contestó, nuevamente sonreí idiotizado. Sus palabras provocaban esa reacción en mi, no tenía la culpa, no era mi culpa, era de ella por tenerme tan malditamente embobado.
¿Y cómo no podría estarlo?
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El nacer de un deseo.
Ficção AdolescenteUn joven, después de tanto sufrimiento finalmente consigue a buenas personas que comienzan a adentrarse a su vida, entre ellas una chica, que pareció llegar luego de su deseo. El problema es, ¿acaso ella también se marchará después de jugar con su c...