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C O R A Z Ó N
R O T O

—Dilo, vamos.

—…

—Vamos, no es tan difícil.

—No. Dame.

—Y eso sí dices.

Resultaba, que el pequeño Eirin obtenía lo que se proponía justo cuando lo pedía, y ahí estaba; Eirin sentado frente a Keith en el sillón, el mayor tratando de enseñarle a pronunciar los colores con pequeños chocolatitos.

Pero Eirin no quería aprender. Quería comerse los colores, no decirlos.

—Sólo, dilo, mira, “ro-jo”.

—¡No!

—Se te acaba lo risueño cuando te propones comer, eh?

Eirin alzó sus manitas hacia el pequeño círculo rojo que sostenía, Keith miró el brillo en sus ojos. Vamos, no se podía negar a eso así que simplemente se lo entregó cayendo rendido por esa sesión.

En cuanto el pequeño lo tuvo entre sus manos, hizo lo suyo; reír.

Bien, el crecimiento de Eirin era normal. Ya tenía su tercer año cumplido y la celebración fue realizada en el patio trasero donde se tenía vista al mar. Fueron los padres de James, los de Keith, y ningún Shiro por ningún lado.

Suspiró.

Estaba casado con James y era feliz. En serio era feliz, James era un amor de persona, pero… no podía evitar pensar en Takashi cuando Eirin se parecía casa vez más a él. Suponía que en parte no lograba superar del todo a su hermano. Pensar en él todos los días no era bueno. Nada bueno, ¡pero Shiro no se comunicaba! ¿Y si estaba enfermo a donde sea que se fue? ¿Y si lo hospitalizaron en el extranjero? ¿O si lo encerraron, secuestraron, apalearon o robaron todo lo que tenía?

Era normal preocuparse tanto por él… ¿no?

James entró por la puerta principal sosteniendo la bolsa de mandado. Keith lo había obligado a ir directo a consultar porque aquella mañana se levantó nuevamente con fiebre.

—¡Papá! —gritó Eirin alzando sus brazos a James, a su vez, en un idioma que sólo ellos entendían, el pequeño le contaba a James sobre chocolates.

—¿Cómo te fue con el médico? —fue lo primero que cuestionó Keith.

Claro que estaba preocupado.

Enfermarse tantas veces en ese lapso de tiempo no era normal.

Después de que el castaño hiciera mimos al menor lo dejó de vuelta en el sillón. Suspiró y extendió la bolsa hacía Keith con una sonrisa.

—Tengo hambre.

—James —regañó.

—Pff, no dijo nada —murmuró, abriendo la bolsa para sacar una zanahoria —Bueno, sí dijo.

—¿Y qué fue lo que dijo?

Eirin había aprovechado para comerse todos los chocolatitos mientras James y Keith charlaban.

—Pues, dijo que sólo tengo débiles defensas. Que me proteja del frío, del calor, que coma bien, blah blah blah, esas cosas, tú sabes.

Keith dudó pero creyó en él.

En realidad, él nunca supo que James tenía ese tipo de problemas de salud. Jamás lo imaginó. Tenían sólo un par de meses casados y en realidad, apenas comenzaba a darse cuenta que a James no le gustaba para nada ir a los hospitales ni hablar de salud. De su salud.

D I S T E L B L U M E   •...sheith/jaith...•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora