Inventas.

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"Es demasiado tarde para dar la vuelta. Demasiado pronto para saber quién soy".

Vanesa Martín.

POV GABRIELLA

Un fin de semana al mes, mi tía Jimena, hermana de mi madre, venía para estar con ella. Según Jimena, era para liberarme a mí durante tres días de la carga y darme un respiro. Pero para mi madre, lo hacía para no sentirse culpable por abandonarla. Se querían mucho; pero la realidad era esa, mi tía había desaparecido después de que ocurriera todo.

Así que yo, eran tres días que aprovechaba para tirar mi vida por la borda. Alcohol, porros y sexo; esa era mi manera de desconectar. A cantidades industriales, algo que a la larga sabía que me haría daño, pero lo único que me ayudaba.

Y mi mayor y mejor compañera para eso era siempre Lucía, aunque ella se controlaba algo más, no me limitaba y eso era lo que me gustaba, la libertad que me daba.

Eran las doce de la mañana del domingo, a las siete tenía que estar de vuelta en casa para que mi tía pudiera marcharse a la suya. El dolor de cabeza debido a la botella de vodka que me había bebido sola se me pasó con una cerveza de la nevera de Lucía y otro porro. Esa era mi medicina.

Estaba sentada en la cama, con mi espalda apoyada en el cabecero; escuchando su respiración y viendo como ella dormía. Desnuda, como yo; pues tras nuestros dos polvos bien ejecutados al llegar a casa, habíamos caído completamente agotadas... Probablemente era culpa también del alcohol.

Vivía en el típico piso para estudiantes, pero se las había arreglado para estar sola, sin compañeros; algo que, la primera vez que me paseé desnuda de madrugada por su casa, lo agradecí.

Me encendí un cigarro cuando ella abrió los ojos con dificultad. Pero los volvió a cerrar escondiendo su rostro en la almohada. Resaca, eso era lo que tenía.

- Buenos días - susurré expulsando el aire.

Movió su mano indicándome que no era persona todavía, así que me limité a esperar. Me acabé el cigarro, apagándolo en el cenicero y recibiendo en mi vientre, la cabeza de Lucía. Intentaba desperezarse un poco, frotándose los ojos y colocándose boca arriba, dándome una hermosa vista de sus pechos al aire.

- Definitivamente no puedo seguir tu ritmo, así vas a acabar conmigo - me miró - ¿No tienes resaca? - negué mirándola - Qué envidia, chica - bostezó - ¿Me traes algo de beber que no tenga alcohol?

- ¿Agua?

- Por ejemplo.

Levantarme cuando estaba tranquilamente descansando no era algo que me molestaba, pues estaba acostumbrada. En mi casa, mi vida era así. Y eso que mi madre se quejaba realmente poco.

- Ten.

- Gracias - sonrió sentándose - Le caíste muy bien a Ana.

- Siento no poder decirte lo mismo - respondí volviendo a acomodarme de la misma manera que antes de ir a por el vaso de agua - Es bastante repelente.

- A mí no me lo parece.

- Porque sois muy amigas y aguantas todo.

Susurró algo incomprensible, me dio el vaso sin agua y volvió a colocar su cabeza en mi vientre. Se fue como una loca hacia el colgante que tenía, uno que, en griego, tenía grabado una frase que sólo mi madre y yo conocíamos. Lucía ya había intentado sonsacarme qué ponía, pero desistió al ver que nunca se lo iba a decir. Pero, en ese momento, se entretenía pasando la cadena de plata por sus dedos.

[PUBLICADA] La verdad [siempre] duele.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora