Te encontrabas en la cocina terminando de preparar la cena para tu querido esposo, acomodaste los platos en la mesa y te dedicaste a esperar que él llegara a casa.
Después de unos minutos escuchaste como su camioneta se estacionaba en la cochera, te levantaste y fuiste a abrir la puerta esperándolo en el porche con una sonrisa.
Veías atentamente cómo se desabrochaba el cinturón de seguridad y bajaba con cuidado de aquella camioneta tan vieja. Al verte sus ojos se iluminaron y se dirigió a ti devolviendo la sonrisa con más intensidad.
-Viejita.- se acercó a ti abriendo sus brazos y envolviendo tu cuerpo en ellos. - Te extrañe tanto, hermosa.
- Mi Shawn.- tomaste su rostro entre tus manos y besaste su frente. - Fueron las dos semanas más vacías que he vivido, te extrañe tanto mi viejo.
-Bueno amor, ya estoy aquí. Entremos que ya quiero sentarme en mi sillón.
Ambos rieron y se adentraron a su querida casa.
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-Viejo, ya está servido, ven a sentarte.
Shawn se levantó colocándose sus pantunflas y se dirigió a la cocina a paso lento.
- ¿Todo bien, cariño? - dijiste viendo preocupada a tu marido.
- Sí, solo me duele un poco el pecho, debe ser la emoción de estar contigo otra vez. No te preocupes.- trato de sonreirte y se sostuvo del respaldo de la silla para después sentarse.
Asentiste no muy convencida ante su afirmación y llevaste la comida a la mesa.
La cena transcurrió de manera tranquila, era un ambiente muy cómodo y acojedor, le preguntaste acerca del trabajo que había realizado estás semanas; te dedicabas a observar a Shawn atentamente, veías su emoción al hablar sobre su trabajo y eso era algo que te encantaba.
Después de unas horas de hablar y recordar acontecimientos vividos decidieron irse a dormir, por una extraña razón ambos estaban muy sentimentales.
Destendieron la cama y se prepararon para dormir, antes de ello, ambos tenían la costumbre de agradecer su día, terminaron y se recostaron, se taparon con las sabanas hasta el cuello y se dieron el beso de buenas noches.
- Vieja.- Shawn te llamo con un tono dulce.
- ¿Qué ocurre, cielo?- llevaste una mano a su rostro y acariciaste su mejilla.
- Tenemos treinta años de casados y quiero que sepas que te sigo amando con la misma intensidad que el primer día, te amo como no tienes idea, no tengo las palabras exactas para describir todo lo que siento por ti, creas emociones en mi que no puedo expresar fácilmente. En todos estos años que he estado a tu lado he comprobado que aquella historia de hilo rojo es real ¿Sabes por qué?
Escuchabas atenta aquellas palabras tan dulces que salían de la boca de tu esposo, reprimias una lágrima y negaste ante su pregunta.
- Porque aquella leyenda dice que Dios nos conecto a una persona por medio de un hilo rojo, y si la encuentras sabes que estás destinado a ser de esa persona, sabes que aquella persona es el amor de tu vida, y tú eres el mío.
Por alguna razón sus palabras te sonaban a una despedida. Besaste sus labios cortamente y le sonreiste sin hacerle caso a aquella suposición.
- Tú eres el amor de mi vida Shawn, te amo.
-Te amo más, viejita.
Ambos se abrazaron hasta quedarse dormidos.
A la mañana siguiente te sentaste a la cama estirando tu cuerpo, volteaste y sonreiste al ver a tu esposo dormido.
- Viejo, despierta, ya es tarde.
Lo llamaste dulcemente y se acercaste a él hasta que tú boca quedó en su oído.
- Amor, levántate ya.- sacudiste su cuerpo con cuidado.