I Lettre

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Querida Charlotte:

El ocaso se aproximaba en el frío invernal de Francia, mientras las calles comenzaban a despejarse creando un ambiente tan fantasmal como macabro, y dándole a la ciudad el aspecto de épocas pasadas, despertando el siglo XVI en su más glorioso esplendor. Lucas llevaba treinta y siete minutos de retraso, y su ausencia solo aumentaba mi prolongada soledad. Tú apareciste –exactamente a las siete cincuenta y dos- como un rayo de luz, sosteniendo dos enormes helados nada convenientes para la estación, y con apariencia de turista perdida, me preguntaste:

        —¿Has visto un pequeño cachorro naranja?— Todo lo que hice fue reír. Al principio fue solo una pequeñez, pero creció hasta convertirse en una gran carcajada que dejaba curiosas a las pocas personas que aún estaban allí. Cuando por fin me tranquilicé, noté que seguías ahí. Me había reído de ti justo en tu cara, pero tú no te habías ido. Solo parecías interesada en mí, con un aire de verdadera paciencia que no cualquiera tiene. Me ignoraste de tal manera que casi me ofendió y preguntaste: “¿Lo has visto?” segundos antes de que yo preguntara: “¿Un cachorro naranja?”

Como suele suceder en estos casos, ambos esperamos educadamente a que el otro dijera la primera palabra, y solo nos miramos hasta que decidiste romper el hielo.

        —Sí, un cachorro naranja —dijiste—. Sé que suena extraño, pero se ha perdido. Lleva un abrigo con capucha y un collar verde. Lo más probable es que también lleve la correa colgada.

Lo primero que pensé fue: Esta niñata está chiflada. Lo segundo que pensé fue, que con esa hermosa chica mirándome con sus enormes ojos desbordantes de esperanza, no podría decirle que su pequeño fenómeno naranja probablemente haya sido robado.

        —Te ayudaré a buscarlo.

Sé que dudaste, yo lo hubiera hecho si me tendría frente a mí. Yo frente a . ¿Recuerdas como asentiste como si te hubiera hecho una pregunta indecente? 

Juntos caminamos por la medina francesa, y para hacer conversación, te pregunté:

        —¿Cómo te llamas?

        —Charlotte.

No preguntaste el mío.

        —Julian.

Y seguimos buscando a la pequeña Lila, cuyo nombre me pareció muy irónico, y que descubrí gracias a tus constantes gritos llamando al animal. En ningún momento me detuve a pensar en la situación que estaba. Una chica medio loca había aparecido de la nada, y ahora buscábamos a su mascota perdida.

Al final, Lila estaba detrás de los arbustos donde la habías dejado, lo que significó tres horas y medias caminando por todo el bloque de edificios y casas medievales para nada. Lila si era naranja, y el reconocerlo me hizo meditar. Ahí estaba yo, Julian Langois reconociendo un error propio. ¿Qué hiciste con mi cabeza, Charlotte Moreau? La noche estaba presente y tu actitud hacia mi había cambiado completamente. Estabas hablándome, agradeciéndome por haberte hecho volver al callejón. Al parecer, tu memoria había sido dañada por encontrar a Lila, porque la idea de volver fue tuya. ¡Qué revelación! De seguro no lo sabías, ¿o sí? Lee con atención mis cartas Lottie, tal vez descubras algunas cosas interesantes.

        —No hagas eso de nuevo —dijiste—,¿Me entendiste?

No me hablabas a mí, le hablabas al perro.

       —No creo que lo haya hecho.

Fue la cosa más estúpida que pude haber dicho. Estabas hecha una furia, con el pelo erizado y los ojos desorbitados. Está bien, tal vez no tan así, pero te enojaste de verdad. Si te soy sincero, debo decirte que me asustaste un poco, y el hecho de que no te conocía en absoluto me asustó aún más.

        —¿Piensas que ella no me entiende?

        —Cariño, sé que no lo hace.

En ese momento, no  supe que hacer más que agudizar mi voz y confiar en que no había arruinado todo.

        —Eres un idiota, Julian.

Estaba fascinado contigo. Eres la persona más extraña que conozco, y siempre me ha atraído lo oculto, supongo que eso lo explica.

Te observé acariciar a Lila tan dulcemente que casi me derrito, y un sentimiento que no conocía se coló en mis huesos hasta llegar a la última célula de mi cuerpo. Hoy después de todo este tiempo reconozco lo que es: Amor. Qué curioso, ¿no? Apenas te conocí y ya te amaba. Lo sigo haciendo, y créeme cuando te digo que no creía en el amor a primera vista hasta que te vi. Lo supe sin saberlo, como dos almas destinadas a la eternidad.  ¡Mira cómo me pones! Haces que el poeta que duerme en mi interior despierte. He hecho esto tan largo que parece un día en Venus.  

Esa es nuestra primera anécdota. Espero que la recuerdes. 

                                                                                                                                               Tuyo, Julian.

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