Querida Charlotte:
Y el gran día llegó. Sin querer apresurarme, me preparé tanto como fue posible, mental y físicamente. Estaba nervioso, muy nervioso. Sin embargo, cuando pasé por casa a eso de las cinco, con solo ver tu cara mi respiración se calmó. Solo eras tú; Charlotte. Nada más ni nada menos que la chica de mis sueños. ¿Qué podría salir mal? La respuesta obvia siempre será “todo”, pero este no fue el caso.
Vestías un perfecto vestido floreado que combinaba con el oro en tus ojos. Algo andaba mal, podía verlo justo en la forma en que rascabas con frenético empeño tu oreja izquierda. No pregunté, no quise arruinar nada. Abrí la puerta de mi van y te cargué hasta el asiento, mientras tú reías sin parar. La conversación fue prácticamente inexistente, puesto a que mi cabeza estaba en una vieja película y la tuya, quién sabe. Cuando llegamos al cine y fuimos a comprar bebidas, me pediste que comprara dulces.
―¿Para qué quieres dulces? Contigo es suficiente.
Mi meta era conquistarte cada vez que se me presente la oportunidad.
―Si eso es verdad, deberás elegir sabiamente si te quedarás conmigo o te irás.
Eso me cayó como un balde de agua fría. No podías estar hablando en serio. No pude decir nada, otro golpe de suerte.
―No quiero que enfermes de diabetes. Espero no ser demasiado dulce para ti.
Y ahí fue cuando caí por completo. Como toda una experta, me seguiste el juego e incluso me superaste. No podía creerlo, Charlie.
―Yo también lo espero.
Al entrar a la sala, pasamos la mitad de la película riéndonos, yo haciendo tonterías de las más grandes, y tú riendo de ellas. Luego del ataque de risas premeditado, vino la plática. No dejaste de hablar durante el resto de la película, y cuando todos en la sala se quejaron, tú solo reíste, y tu risa me hizo reír también, y nuestra felicidad compartida era todo lo que importaba. Por pura casualidad, callamos por unos minutos, que fueron suficientes para que pudieras ver la escena de la lluvia. Vi como tus ojos resplandecían por la ternura de las circunstancias, y el anhelo que se dibujaban en ellos me hacían sentir orgulloso. Porque, después de todo, yo estaba a punto de hacerlo realidad.
Cuando salimos, aún no llovía. Yo empecé a ponerme un poco histérico, pero por suerte no pudo llegar a más gracias al sonido del agua contra el asfalto. Me alegré de inmediato, y mientras tú preguntabas sobre Lila, te cargué sobre mi hombro y comencé a correr. Tus chillidos de niña pequeña se fueron silenciando, dando paso a una carcajada un tono más arriba de lo que debería ser. Estabas enojada, pero la situación era demasiado perfecta como para apenas recordarlo. Comenzaste a besar mi espalda empapada, y aunque por un momento me distrajo, eso fue todo.
Diez minutos más tarde, con mis piernas hechas gelatinas y tu pelo completamente mojado, llegamos a tu casa. Te bajé e inmediatamente recibí un inofensivo puñetazo en el antebrazo.
― ¿Acaso eres idiota? No me respondas, de todos modos ya lo sé.
Auch.
―Lo lamento. Pero antes que digas algo, debo decirte que cargarte hasta aquí me ha hecho notar cuán lejos vives del cine, y me gustaría poder llevarte al cine las veces que quiera.
Divertida, me escuchaste con mucha atención.
―Mi amor, mi cielo, mi vida, ¿Te gustaría mudarte conmigo?
La respuesta, obviamente, fue sí. No podía estar más feliz, y mientras ese mismo día descargábamos todas tus cosas a mi departamento, aprecié que no había vuelto a sentirme solo desde que te había visto por primera vez.
Tuyo, Julian.
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Nuestros Días de Lluvia
Teen FictionHistoria especificamente creada para el primer desafío de Wattpaders. Cien por ciento original, todos los derechos reservados. | La imagen que he tomado como inspiración se encuentra adjunta en Multimedia |