VII Lettre

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Querida Charlotte:

Tres meses después, nuestra vida iba genial. Te habían contratado como Priart, o como solía llamarle, Recogedora. Amabas el trabajo, ya que combinabas dos cosas esenciales para ti; animales y viajes. Cada vez éramos más unidos, y llegamos a tal punto de que podíamos estar horas enteras sólo mirándonos, sin hacer nada más que respirar y parpadear. Tus ojos resplandecían como nunca, y tu sonrisa lucía real.

Todo era perfecto.

Hasta que no lo fue.

Un día, despertaste enferma. Pálida, febril y sudorosa, lucías como si te hubieran dado una paliza. Quise llamar al doctor, pero me dijiste que estarías bien.

Te creí.

Sin embargo, cuando media hora más tarde tu supervisor llamó para una entrega inmediata, las cosas se fueron hacia abajo. Tú no podías siquiera moverte, y estabas a un paso del delirio extremo. Si bien me había decidido por llamar a un doctor, este no se dignaba en aparecer. Sin saber qué hacer, decidí tomar las decisiones difíciles.

                ―Llamaré a tu supervisor y le diré que estás enferma, que yo iré.

                ― ¿Tú irás? Es un chiste.

                ―Sí, yo iré. Tú, evidentemente no puedes.

Tu bello rostro se transformó en una máscara que, intencionadamente, te cubría todo el alma.

                ―Julian, no puedes ver una araña sin, ¿Pero irás a recoger un caimán?

                ― ¿No crees que pueda hacerlo?

                ―Claro que no lo creo. No irás Julian, no insistas.

Ese fue un golpe duro. ¿La chica que amo pensó que era un marica? Mi hombría se largó a llorar. Hice un berrinche de esos ojos-de-perro-labios-fruncidos que sabía que no tolerarías. No lo hiciste. Sé que no puedes resistirte a mis encantos, y sabes que no puedo resistirme a los tuyos.

                 ―Cuando me curé, iremos al zoológico y fingiré estar asustada. ¿Me protegerás, ange?

                ―Siempre, protegida.

Sonreíste y tu rostro se iluminó. Obviamente, iría a recoger ese caimán. Las cosas no fluían del todo bien en Francia, y no podíamos permitirnos perder uno de los ingresos por una gripe. Esperé pacientemente a que te durmieras, y cuando lo hiciste, me quedé contemplando tu rostro. Eras tan bonita, eres tan bonita. Besé tu frente y salí a recoger el demoníaco animal en el aeropuerto, que venía en un avión de primera clase.

Al terminar todo el papeleo, pasé por una tienda de dulces y compré todo lo que pude. Caramelos de miel, florcitas de maíz, bombones de chocolate y licor, todas tus cosas favoritas.

Llegué a casa y tú no estabas.

Imagínate mi sorpresa al encontrar tu cama tendida, tu armario vacio y la casa en silencio.

Al principio, pensé que estabas fuera. De compras, de paseo, no sé, tal vez estarías en el doctor.

Pero no, no lo estabas.

Pregunté a los demás miembros del edificio, y nadie parecía saber de qué hablaba. Fui a tu antiguo apartamento, encontrándome con un moderno centro comercial en toda la zona. Los edificios habían sido demolidos, al parecer.  Traté de llamarte, pero el celular estaba apagado. Te busqué en los alrededores por seis horas seguidas, y no noté mis lágrimas hasta que un policía me preguntó si me encontraba bien. Sin nada más que hacer, volví a casa.

Y grité. Grité con todas mis fuerzas, grité hasta que sentí mi garganta hacerse pedazos junto con mi corazón. Grité hasta que sentí el engañoso calor de las lágrimas corriendo por mis mejillas. Intenté buscar algo a lo que aferrarme, pero lo único que quería era a ti. No pude hacer otra cosa que sentarme en el frío suelo y esperar tu regreso junto a la puerta.

No regresaste.

Cinco horas después, con los ojos rojos y la boca seca, me levanté e intenté aceptar que te habías ido. No pude hacerlo. Lloré con más fuerza que antes, intenté buscar una esquina de nuestro hogar que no me recordara a ti, pero no pude hacerlo. Ese era nuestro hogar, ¿Cómo podría no recordarme a ti? No puedo dejar de llorar, Charlie, y me mata saber que no te importa.

Me ahogo en mi propia destrucción, sin darme cuenta que la única culpable aquí eres tú.

                                                                                              La vida me ha asesinado, Char.

Aún tuyo, Julian.

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