IV Lettre

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Querida Charlotte:

Dos semanas después del encuentro en la cafetería estábamos oficialmente saliendo. Me gustaría contarte acerca de esas dos semanas, pero todo lo que recuerdo son situaciones aisladas, y en todas estás tú. Supongo que mis actividades cotidianas dejaron de ser importantes en el momento en que te convertiste en la protagonista de mi vida. Nuestro aniversario de tres semanas se acercaba, y como no sabía qué darte, llamé a Dima y organicé un encuentro en nuestro café, esperando una oportunidad para poder hacerte un buen obsequio. 

A la mañana siguiente, madrugué y felizmente busqué un anotador y una lapicera. Salí camino al café a eso de las nueve. Cuando Dima apareció, nos  sentamos en una mesa aislada en la parte superior del local, y como hombres de negocios, formalmente nos estrechamos la mano. Aún me sorprende el modo en que ustedes se parecen; Mismo cabello, mismos ojos, misma sonrisa e incluso su piel lucía exactamente como la tuya. Treinta minutos más tarde, la conversación fluía como si nos conociéramos de toda la vida. Como era de esperarse, te convertiste en tema de interés demasiado pronto.

                —Con que Charlotte y tú.

           —Ella es perfecta para mí. Quiero decir, nos gustan hasta los mismos cereales.

Con una enorme sonrisa, Dima respondió.

                — ¿O’Rileys?

Lo veía y no lo creía.

                — ¿Tú también? Dima, ¿por qué no te conocí antes?

Me di cuenta de lo que había dicho milésimas de segundos después que él lo hizo. Su carcajada fue tan estridente que un empleado de la confitería nos pidió respetuosamente que cerráramos la boca. Adivina qué, su risa también suena como la tuya. Y, precisamente como tú, Dima tuvo que respirar profundamente varias veces antes de poder retomar la palabra.

                — ¿Eres gay, Julian?

Sabía que algo así vendría, pero no importó, lo mismo me congelé. Dima siguió hablando como si yo lo hubiera hecho.

                —Está bien, no te juzgo.

Intenté pensar algo que decir, pero no se me ocurría nada que podría aclarar las cosas. Dima actuaba como si estuviéramos hablando, y no como si solo él lo estuviera haciendo. De todas formas, no puedo explicarte lo que pasó. Tal vez hice una mueca, o tal vez tu hermano es psíquico. Él supo exactamente lo que pensaba.

           —Ya sé, ya sé —dijo alzando las manos en señal de rendición—. Todo lo que estoy diciendo es que es perfectamente entendible que te guste, normalmente causo ese efecto.

                —Dima, estoy saliendo con tu hermana.

Dima palideció.

            —Mierda. Lo lamento, lo olvidé por completo. Tranquilo, no se lo diré.

                — ¿Qué no le dirás? Dima, no soy gay.

                —Shh, lo sé. No lo eres. —dijo guiñando exageradamente un ojo.

Realmente quería matarlo.

            —Mira, seamos serios. —Dima rió– Falta muy poco para nuestro aniversario, y realmente me gustaría hacer algo lindo.   

             — ¿Nuestro? Julian, solo fue un chiste, no esperaba que te lo tomes en serio.

¿Me estás jodiendo, Dima Moreau?

                —Joder, Dimael.

             —Está bien. Hay algo que puedes hacer, y estoy seguro que Lottie lo amará. Pero te pondrá en ridículo.

Si no hubiera sido tu hermano, y tú no me gustaras tanto, lo habría mandado a la mierda.

                —¿Me dirás qué es?

                —Debes cantarle, Julian.

¿¡Qué!? Ahora sí te creía que él era tu hermano; el tipo estaba tan loco como tú. ¿Yo cantando en público? Ni en un millón de años.

           —Mira, sé que suena descabellado, pero aunque cantes mal, ella lo adorará. Le traerás recuerdos de su infancia, y después de esto la tendrás comiendo de la palma de tu mano.

                — ¿Qué recuerdos le traerá?

             —Cuando Lottie y yo teníamos seis años, mamá solía cantarnos todas las noches. Lottie lo esperaba con ansias, y cuando mamá dejó de hacerlo al siguiente año, ella quedó destrozada. No hablaba, apenas comía y todo intento por animarla la hacía llorar. Mamá incluso intentó volver a cantar, pero ella se encerraba en el baño hasta que mamá se rendía y se iba. Estuvo así por dos años, hasta que a los nueve, un día, volvió del colegio y nos contó que tenía un diez en Literatura. Fue una gran sorpresa para todos. Desde ese día no ha vuelto a hablar sobre ello, así que me pareció que debías saberlo.

He pasado mucho tiempo pensando si deberías saber de esto. Que yo lo sabía, quiero decir. Pero, ¿Qué sentido tiene intentar sincerarme solo con algunas anécdotas? No tiene sentido. En ese momento, vi tu preciosa sonrisa de una manera diferente. Vi tus ojos luminosos un poco apagados, y no pude saber si lo imaginaba o siempre habían sido así. No me importó para nada ponerme en ridículo, con tal de ver tu sonrisa más grande y tus ojos brillantes como solía pensar que eran. No me importó nada, excepto alegrarle la vida a una pequeña muchacha que nunca había visto la felicidad de cerca. Te comprendo, Charlie, porque yo pasé por lo mismo que tú.  

Solíamos ser una familia de la alta sociedad, pero mi padre lo perdió todo en apuestas clandestinas. Al embargar nuestra casa, tuvimos que ir a vivir en lo de mi abuela, la cual no dejaba de recordarle a mi madre el error que había cometido al casarse con nuestro padre y permitirnos ver el mundo. Ella nunca le dio la razón, nunca hasta ese día. Despertó de mal humor, y cuando mi hermana de cinco años rompió un cuadro con su pelota, mamá explotó. La subió por las escaleras de los pelos, y trató de ahogarla en la bañera. No lo logró, sin embargo no volví a mencionar una palabra después de eso. No puedo explicarte el porqué de mis acciones, y creo que tú tampoco podrías. No he vuelto a hablar con mi madre desde que me fui de casa, y no pienso hacerlo.

Si te preguntas por qué nunca he hablado de ello, pregúntate también por qué tú no lo has hecho.

                                                                                                                                       Tuyo, Julian.

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