CAPÍTULO 5.

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Fué un día demoledor para mí. Se había muerto mi perro en mis brazos, y me sentía tan culpable por no haber podido hacer nada. Obviamente, te lo conté. Eras una de las personas más cercanas qué tenía, a parte de mi novio, que él estuvo ahí cuando pasó. Pero, por una vez, no supiste como animarme. Trágico, pero predecible. Estaba muy enfermo y el veterinario al que le llevamos era un inepto. Para cuando nos quisimos despertar del sueño que nos había contado, ya era demasiado tarde. Todos en mi familia adorábamos a Negro, y, además, siendo tan próxima la muerte de otro miembro de nuestra familia, Tango, fue especialmente doloroso. Tango murió de viejo sí, pero no era la hora de Negro.

Fui dando un paseo a mi bar para despejarme, y así por lo menos hablar con más gente. Me encontré a mi padre por el camino, el cual estaba destrozado (era su perro y digamos que, nos lo cedió en las peores circunstancias) y eso no hizo más que hundirme. Llegué al bar medio llorando y estabas aquí. Me logré calmar un poco y olvidarme por un ratin del tema mientras hacíamos el crucigrama. Estuve agusto hasta que te fuiste. Ahí me volví a hundir. No había nada capaz en el mundo (y a día de hoy aún no existe) que me hiciera desconectar de mis problemas como tú. Siempre había solución para todo cuando tú lo decías.

Tras muchísimas horas en el bar llorando a mi hermano, justo cuando me disponía a irme a casa, me llamó mi madre y me dijo que mi padre iba a ir a por el cuerpo de Negro para enterrarlo. Me dijo que lo mejor es que no estuviera allí. Y me volví a hundir. En ese momento estábamos hablando por WhatsApp, y te lo conté. E hiciste algo inesperado para mí: me ofreciste ir a tu casa hasta que pasara un poco todo lo de Negro en casa. Y, entre que no tenía donde ir más que al bar, y tú me hacías estar en paz, acepté.

Fueron unas horas mágicas para mí. Me hiciste olvidar toda frustración y todo mal trago para sustituir las lágrimas por risas. Y no hicimos nada en especial, ver la tele y ya. Pero, para mí, fue un momento especial.

Estuve en tu casa ese día hasta las doce de la noche, después me llevaste a casa. Añoro los días en los que parecía que te importaba, cuando salía a las cinco de la madrugada de tu casa y me llevabas a la mía por si me pasaba algo (ya que mi barrio no era el más seguro). Me dejaste allí con la promesa de que todo iba a salir bien y que no debía de preocuparme, que todo, lo bueno y lo malo, sucede por algo. Odio tu optimismo porque no es más que una coraza, por dentro eres tan o más inseguro que yo. Pero aún así reconforta que haya alguien que te anime a seguir adelante porque siempre hay solución. Echo de menos al viejo... No, no voy a decir tu nombre de momento.

¿Continuamos?

Memorias De Un Cuarto Menguante. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora