CAPÍTULO 8 - Antiguas verdades.

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Los gigantescos arcos de la entrada del cementerio se alzaron por encima de su cabeza y su arrogancia comenzó a desvanecerse. En ese momento, quería volver sobre sus talones, huir de aquel espeluznante lugar. Quería encerrarse en su habitación y dormir hasta desaparecer; sin embargo, no lo hizo. Jamás se había permitido ser vulnerable, mostrarse frágil o incluso sensible. No comenzaría por hacerlo ahora. No cuando habían pasado tantos años.

Sus pasos vacilaron ligeramente a medida que avanzaba por el camino principal y se abrazó a sí misma cuando una ráfaga de helado viento le golpeó de frente. Las lápidas pasaban por su lado mientras continuaba avanzando, intentando no prestar atención a los nombres o dedicatorias. Aunque, en un patético intento por distraerse de la aterradora noche que le cobijaba, su mente comenzó a imaginar la clase de muerte que habría tenido cada persona. Era enfermo, triste y deprimente. Negó con la cabeza ligeramente y continuó caminando, mirando al suelo como la mayoría de las veces que recorría aquel camino terroso, buscando desesperadamente centrarse en las pequeñas partículas de polvo que se adherían a sus botines.

Su paso no se detuvo, continuó moviéndose hasta cruzar aquel familiar riachuelo y girar en la conocida glorieta. El peso sobre sus hombros comenzaba a sentirse a medida que se acercaba. Después de años aún era increíblemente inquietante visitar aquel lugar.
Su mandíbula se apretó cuando pasó junto a aquella usual capilla que alertaba sobre su proximidad. Sus manos se aferraban a la tela dentro de los bolsillos de su gabardina en un vano intento por disminuir la ansiedad. Y finalmente se detuvo en seco. En el mismo lugar en el que siempre lo hacía. Su vista se clavó en la lápida ligeramente cuarteada mientras inhalaba profundo rogando que el nudo en su garganta desapareciera. Antes de poder siquiera analizarlo, se puso de cuclillas frente a las hermosas petunias que adornaban aquella deprimente roca.

—Hey...— murmuró apenas audible. Las lágrimas ahora acumuladas en sus ojos no le permitían observar con claridad, sin embargo conseguía distinguir el nombre grabado en la lápida —¿Creíste que te habías librado de mí? Ni lo sueñes— sonrió tristemente recordando todas las veces que ella le había dicho lo feliz que sería el día que no debiese soportarla por más tiempo —. Hoy ha sido un día abrumador. He vuelto a verla— confesó y la primera lágrima trazó camino hasta su cuello —. Desearía que estuvieras aquí para burlarte.

El nudo en su garganta comenzó a asfixiarla, las lágrimas ahora bajaban sin control y los sollozos se atascaban en su pecho brindándole una sensación de dolor indescriptible. Incapaz de soportarlo más, cubrió su rostro con ambas manos y comenzó a llorar sin control.

Fue tu culpa.

Se repetía mentalmente consiguiendo que los sollozos se intensificaran. Y era verdad. Todo era su culpa. Si ella no hubiese actuado de la forma en que actuó. Si ella no hubiese huido de esa forma. Si ella hubiese pensado en los demás en vez de en sí misma... tal vez las cosas ahora serían diferentes. Tal vez el mundo le habría brindado una segunda oportunidad. Tal vez la vida sería menos carente de colores.

Lo que ella no sabía era que alguien la observaba a lo lejos, apoyado en el tronco de un gigantesco árbol esa persona contemplaba su momento de debilidad en silencio. Por un momento, el hombre que la observaba se sintió mal por ella. ¿Acaso eso era posible? ¿Se estaba permitiendo ser vulnerable?

Manhattan - Nueva York

La noche había cubierto por completo el cielo de Nueva York dando paso a la vida nocturna. Mientras algunos jóvenes disfrutaban de bares, clubes e incluso prostíbulos, Poché caminaba sobre la acera de fifth avenue con pasos lentos pero seguros. Su mente estaba embargada de pensamientos, dudas y recuerdos, tantos que comenzaban a abrumarla.

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