Seis Lunares
En toda relación existe esa nube de comodidad que tanto nos agrada; parece que a la vida le gusta jugarnos bromas pesadas cuando la sopla y la muda de lugar.
Es allí cuando sales de tu momento pleno y entras al pozo de la desgraciada desesperación.
También nos gusta que todo fluya de maravilla y que no existan altibajos; pero justo estos son los que te dan las mejores lecciones, y los que enseñan a apreciar todo aquello que tienes cuando eres tú mismo el que usas una venda que te impide verlo.
Durante mis vacaciones, cuando me volví a involucrar en el modelaje, no sabía que una oportunidad tan buena para ganar dinero e independizarme de mis padres haría que mi relación con Richard flaqueara como lo hizo entonces.
Fue en una tarde calurosa de domingo cuando me llegó la noticia que cambió mi vida; me encontraba a solas en mi habitación, revisando un par de fotos que me habían mandado de mi última sesión fotográfica, realizada el día anterior. Mi rostro se veía lozano y sin ningún indicio de cansancio. A mis veinte años mi belleza parecía estar en su mejor momento y yo disfrutaba sus beneficios mientras aún podía. Mi cabello ya no estaba tan corto y mis facciones lucían más marcadas; se volvían algo toscas. Masculinas. Me daba cierta personalidad que le encantaba a la cámara.
Mis ojos café lucían radiantes y yo sabía a quién se debía.
Richard estuvo conmigo el día de la foto y me hacía sentir maravilloso; a mi fotógrafo, Víctor, le agradó esa faceta mía de tontuelo enamorado. Mi soltura era más notoria y mi desenvolvimiento en la pasarela había mejorado también.
Entre varias llamadas importantes que hicieron sin consultarme, surgió un acontecimiento que me cambió la vida y me hizo las cosas un poco difíciles también; a mi bandeja de correo electrónico me llegó una noticia que separó mi atención de las fotos con ropa para el invierno, y la centró en ese mensaje. Me decían con total precisión que sólo si lo quería podría irme junto a seis modelos más a Francia para pulir nuestra carrera. Harían una transición en otros países con pasarelas importantes.
Era una oportunidad imperdible para mí. Necesitaba aprovecharla. Pero, me llegó el temor sobre la estabilidad de mi relación pues eran seis meses entre estar en Francia y viajar a los demás países pautados. Mi carrera podía despegar, por supuesto, pero mi vida sentimental se veía involucrada y no quería que se estancara.
Tenía miedo.
Salí eufórico de mi habitación y mis padres me miraron consternados por mi comportamiento. Cuando les conté, a ellos les preocupó la universidad y prometí que siempre habría tiempo para retomar estudios. Me apoyaron en la decisión de aceptar. Sólo me quedaba darle la noticia a Richard y decidí llamarlo por teléfono para contarle todo.
Estaba nervioso, también ansioso, y por eso me molestó que sólo me contestara con dos palabras:
«Estás loco», fue lo que dijo.
¿Qué demonio significaba eso? ¡Estaba indignado!
Más cabreado que otra cosa, decidí encaminarme hacia su apartamento para enfrentarlo. Sabía que a él no le gustaba discutir por el móvil pero él también sabía que me fastidiaba ese tipo de contesta.
Cuando llegué al apartamento, abrí la puerta con la copia de la llave que me había dado el mes pasado, y mi sorpresa fue mayúscula al encontrarlo en la cocina, llorando, mientras preparaba la cena.
—Hey, no, ¿qué sucede? —me acerqué a él y enjuagué sus lágrimas. Detesté verlo en aquel estado—. ¿Por qué lloras? ¿Richard? Dime algo, por favor.
Clavó el cuchillo en la tabla de madera en donde había unos ingredientes ya cortados, y respiró hondo al mirarme fijo a los ojos.
—Es sólo la cebolla que me hace llorar, no hay de qué preocuparse —masculló temeroso.
—Claro —contesté con aires de sarcasmo—, ¿desde cuándo los pimientos dulces hacen llorar? Porque no creo que el perejil pellizque o que el ajo muerda.
No había cebollas cortadas allí y viró los ojos al verse acorralado.
—Pensar en la cebolla puede hacerte llorar, ¿lo sabías?
—Richard, no seas un chiquillo malcriado, por favor. ¿Me dirás lo qué ocurrió por teléfono?
No respondió en ese momento con palabras; lo hizo con un fuerte abrazo que me cogió por sorpresa. Prometió que si lo ayudaba con el estofado de carne me diría el motivo, y acepté. Cogí un delantal gris que había colgado en un perchero junto a varios sombreros suyos, y me dediqué a darle un tiempo a mi compañero en la cocina. Hablamos de muchas cosas incluido lo de las fotos, el viaje, pero con esos temas en especial no decía nada.
Su silencio me atormentaba. ¿Cómo es posible que el silencio provoque eso? Es terrible.
Mientras el estofado se cocía nos sentamos en el comedor de la cocina, con unas gaseosas en manos, y aguardé a que tomara la iniciativa de hablar.
—¿Te dije por qué se terminó mi relación con la madre de mi pequeña? —preguntó entonces, con la mirada fija en el suelo.
Fruncí mis labios y negué.
—No que yo recuerde.
Él asintió y miró en dirección a la ventana. Los últimos rayos de sol salían poco a poco de la amplia habitación para darle paso a las sombras.
—Ella es abogada —sorbió un poco de su Coca-Cola al destapar la lata—; por motivos de trabajo, quiso probar suerte en una firma de otra ciudad. Yo me quedé con mi hija durante esos meses en los que no estuvo ella, y asumí que lo nuestro aún seguía en pie porque nunca tocamos el tema de la ruptura. Ella pensaba igual, pero..., aún así, a un fulano que no descansó hasta verla con él, le importó una mierda, y todo se fue al diablo. Yo... no sé confiar del todo, amor, ¿lo entiendes? Y...
—¡Hey!, no sigas —me acerqué a su asiento y me senté sobre sus piernas, lo abracé, y luego me separé un poco para mirarlo directo a los ojos y dije con firmeza algo que pareció más una promesa—: Yo no me veo con otro hombre que no seas tú, ¿entiendes?
Él hizo un pequeño puchero. Se veía tan hermoso. Sólo conmigo le conocí esa faceta tierna que despertaba mi instinto protector. Lo abracé aún sentado encima de él y al poco tiempo de separarnos me besó en la frente.
—Te amo, y confío en ti —confesó irresoluto—. En quien no lo hago es en los demás.
Fue la primera vez que dijo que me amaba, y sonreí; de verdad creí que era honesto. Ya que yo lo amaba desde mucho antes de estar juntos y siempre lo supe.
CONTINÚA...
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DOCE LUNARES #PGP2019
RomanceMarlo Russel expresa doce de las experiencias amorosas que marcaron su vida al igual que a su piel; en medio de cortos relatos induce al lector a sentirse identificado con pequeños detalles que están presentes en sus diferentes relaciones personales...