Con los preparativos listos, pusimos en marcha el viaje. La despedida en el aeropuerto se me antojó más dolorosa de lo que imaginé que sería. Aunque me repetí centenares de veces que era por un bien mayor; Richard me acompañó hasta el último momento junto a Amanda y mi hermoso protector, Thoth, aunque por alguna razón mi mejor amigo se encontraba más ensimismado con nosotros que antes.
No podíamos saber qué le sucedía porque no decía nada, y yo, a decir verdad, no quería empeorar más las cosas con nuevas preocupaciones en mi cabeza.
Todos mis compañeros se encontraban iguales o más emocionados que yo por el viaje a París; no siempre se puede viajar a una de las ciudades en donde casi todo destila moda. Cuando llegamos la cosa fue pura diversión; reíamos entre nosotros por no entender el francés y nos sentimos tan tontos al intentar hablarlo, éramos pésimos. Después de mucha práctica aprendí un par de palabras que deposité en una carta escrita de mi puño y letra para mi amor. En ella relaté lo que consideré me gustó más de nuestra llegada.
Llamaba a Richard cada que podía y a medida que pasaban las semanas lo sentía más distante. Él siempre me convencía de que sólo era cansancio y le creía.
Estuve ocupado un mes entero y en realidad no pude comunicarme con muchas personas con las que quería hablar. Me esmeré siempre por destacar y superarme a mí mismo. Me decían que lo hacía muy bien y que debía pulir detalles. Mis expresiones debía controlarlas porque si bien podía usar ropa femenina, mi personalidad era la de un chico rústico y rebelde; no hace falta decir que no era nada delicado. De eso sólo la apariencia me ganaba.
Labiales, perfumes, maquillaje. Jamás estuve tanto en contacto con el lado femenino de la vida como en Francia. Era insólito que me sintiera tan bien con eso y que allí nadie me juzgara. Podía ser creativo, usar la ropa que quisiera y seguiría siendo un chico que disfrutaba de la vida con lo mejor de ambos mundos.
Todo al alcance de mis manos.
Encontré un jardín en donde era necesario brillar y ser igual o más hermoso que las demás flores; pero hasta la rosa más hermosa cuenta con espinas que lastiman. Debía cuidarme la espalda.
Al cuarto mes ya me había familiarizado un poco con el idioma; sabía lo necesario como para ordenar mi comida en un restaurante sin que me miraran como a un turista más que no sabe cómo usar la epiglotis a su favor.
Richard me escribía cada vez menos. Me empecé a preocupar mucho y me advirtieron que no podía dejar que mis emociones me controlaran. Debía ser neutral, separar mi vida personal del trabajo. Y abusé de esa neutralidad. Fue un error que cometí pero no me di cuenta que había perdido la sensibilidad para muchas cosas, incluso al momento de hablar con él.
Cuando me llegó la noticia de que iríamos a Japón, mi corazón tuvo un vuelco y me sentí devastado por días. Estaría más lejos que antes de mi amado y no sabía ya si era para bien o no. Pero cuando llegué a Tokio mi mente se relajó; me encantó la cantidad de tecnología que había. Por fortuna, dijeron que era una visita de dos semanas. En unos días Richard cumpliría sus treinta años y aunque no podía estar con él, le pude enviar un regalo junto a una carta que me ayudaron a redactar; en ella escribí mis mejores deseos hacia su persona y un breve poema en japonés. Idioma que él sabía hablar.
Todo eso le importó una mierda. Nunca fue a recoger lo que le envié, tal vez por falta de tiempo o de interés.
Lo material era lo de menos, lo que más me dolía era su actitud conmigo ya que intenté en lo posible estar cerca de él de algún modo.
Sentía que era el hilo de una cometa el que nos conectaba. Yo sostenía el carrete mientras lo veía alejarse de mí como si nada no le importara; surcando las corrientes de aire sin miedo a que yo soltara el hilo. Y creí en un momento dado que era lo que él quería; que lo soltara. Pensé seriamente en si querría regresar con su ex-esposa y me afligí.
Mi rendimiento en el trabajo no bajó y aparentaba ser fuerte aunque estuviera destrozado por dentro. No podía dormir bien, cada noche me hacía falta el calor del cuerpo de Richard y eso me punzaba igual que un puñal en mi pecho. El día que dijeron que regresaríamos a casa, estuve muy feliz, pero ni siquiera pensé decirle nada a él.
Viajé a varios países y aprendí mucho de varias culturas extraordinarias. Durante una experiencia subjetiva que tuvimos en una oportunidad, me encontré con la parte interna y espiritual de mi ser; tuvimos un maravilloso retiro que nos alentó a buscar el balance entre nuestro entorno, nuestro espíritu y nuestra vida personal.
Sin embargo, creía que sólo cuando estuviera debajo de las cosas que obstaculizaban mi relación con Richard, sería el momento de un reencuentro más allá de lo físico.
Nuestras almas bailarían de nuevo al compás de nuestros corazones y todo estaría bien.
Mis padres fueron por mí al aeropuerto y lloré sobre el hombro de mi madre. Ella me encontró distinto, rozagante, contento. Y lo estaba. Me dijeron que Richard compartió con ellos en muchas oportunidades que lo invitaron a cenar. Sí me sorprendí pues papá no era mucho de convivir con un pretendiente mío, más bien, mi pareja, pero ya lo conocían de antemano y bastó para saber que sus intenciones conmigo eran buenas.
Dijeron que su mirada era nostálgica al recordarme y que hasta un poco descuidado estaba. Me dio pena saber aquello, y aunque estaba cansado por el vuelo, al llegar a casa y tomar una merecida ducha me fui a su apartamento.
Lo encontré en la cocina sin camisa y usaba sólo un pantaloncillo deportivo. Había llegado de trabajar y era de noche. Se emocionó tanto al verme que me cargó y lloramos de alegría.
Aunque claro quería explicaciones de su actitud distante para conmigo, no podía ni quería pedirlas al instante. Él se encargó de hablar poco a poco.
Estaba velludo, abandonado, su torso usualmente lo tenía rasurado, pero esa vez no. Su barba estaba rala; me causó gracia y se me antojó compararlo con un oso.
Con el pasar de las horas pudimos conversar las cosas con calma. Me comentó que el día de su cumpleaños la pasó con su hija y por múltiples razones no fue nunca por mi obsequio o la carta que le escribí.
Me dijo lo mal que la pasó sin mi presencia, lo mucho que extrañó estar conmigo y que su cama nunca se sintió tan vacía como el día en que me fui. Sabía que era egoísta por pensar en que no quería que me alejara como lo hice de él, o que lo dejara; tuvo miedo de que yo encontrara a alguien mejor para mí.
Estaba idiotizado al verle hablar. Aun con barba me parecía el hombre más hermoso del mundo. Aquel chico del que me había enamorado hace años, se encontraba en frente mío y me confesaba que no quería estar sin mí. Que yo había despertado en él cosas que estuvieron dormidas y que quería seguir soñando conmigo.
Su actitud fue inevitable, lamentable y pusilánime, según me comentó. Estaba avergonzado pero no hallaba qué decirme por medio de un simple mensaje. Siempre fue de demostrar con hechos las cosas. Y estaba dolido porque yo fui el que empezó a tratarle distante. Supe que era cierto.
Mi trabajo me envolvió tanto que perdí sensibilidad con mi relación, y si al caso vamos, nunca me había enfrentado a un reto tan difícil como lo era la relación a distancia. No supe de qué otra forma asumir mi postura ante ella más que hacerme el orgulloso por primera vez.
La distancia se convirtió en una barrera entre nosotros que sólo la unión de nuestros cuerpos podía vencer. A pesar de todo supimos cómo sobrellevar las adversidades y vencerlas de apoco. Quisimos tomarnos las cosas con calma, aprender a entendernos, pero yo no quería que me volviese a dejar como si no significara nada para él; temía que se alejara de mí igual que una cometa que surca nuevos cielos junto alguien más.
Teníamos tanto que aprender y una vida entera para hacerlo; de verdad creía que todo duraría.
Mi cuerpo celebró el roce de sus manos y su tacto en mi piel era lo que yo necesitaba para dejar de pensar en todo lo malo. Richard tenía un capricho cuando estaba conmigo, y ese era apreciarme desnudo mientras dormía a su lado. Las sábanas solían cubrir pequeñas parte de mi cuerpo y él pasaba sus dedos sobre mi espalda descubierta, contaba de a uno mis lunares, y esa noche de nuestro reencuentro me descubrió uno nuevo; me causó curiosidad que apareciera justo después de nuestro experiencia y supe que era un recordatorio del cariño que podemos recibir y transmitir.
De todas las adversidades que juntos podemos vencer.
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DOCE LUNARES #PGP2019
RomanceMarlo Russel expresa doce de las experiencias amorosas que marcaron su vida al igual que a su piel; en medio de cortos relatos induce al lector a sentirse identificado con pequeños detalles que están presentes en sus diferentes relaciones personales...