En mi escuela tenía una única amiga. A ella me atreví a confesarle en el recreo lo que me ocurría. Con su cabello rubio, corto, y bonitos ojos azules, podía asegurar con certeza que era la niña más hermosa de nuestra clase.
Y me sentía afortunado de tenerla como amiga.
—No seas tontito, Marlo. Él no te mira cómo quieres porque es un niño —tomó un sorbo de su jugo de frutas y aclaró sonriente—: bueno, un niño muy grande que va a la universidad. El caso es que a los niños les gustan las niñas, y tú pareces una, pero no lo eres.
En ese momento pensé mucho en sus palabras y dirigí mi mirada en todas direcciones para cerciorarme de que nadie nos escuchara hablar. Me acomodé en el césped y suspiré.
—¿Y qué hay de esos niños a los que les gustan otros niños? —musité un poco tímido.
Ella me miró frunciendo el entrecejo y chasqueó la lengua.
—¿Esos que son como el hermano de Tony Webber? —Preguntó alarmada y asentí con miedo—. Uhm... pues en la iglesia estaban hablando sobre gente como él y lo que decían no era nada bonito, amigo. Dicen que se van al infierno y que nadie les recordará por pecadores.
El timbre para regresar a nuestras aulas de clases sonó, y cogimos nuestras cosas mientras pensaba en aquellas palabras. En esas creencias que inculcaban a los demás niños e incluso a mí.
Tenía mucho miedo, ¡era muy joven para ir al infierno!
De camino al salón de clases, Amanda me preguntó si yo quería ser como el hermano de Tony Webber, y me aseguró que seguiría siendo mi amiga pese a lo que yo decidiera. Si era de acompañarme al infierno, lo haría con todo gusto.
No obstante, todas las tardes de camino a casa trataba de no hacer caso a los insultos malintencionados de los niños que me molestaban, y claro, de regresar lo más rápido posible para contemplar la belleza de Richard.
Tardes enteras me la pasaba pensando en él, en lo atento que era conmigo y con todos en la casa. Era muy educado, de buenas intenciones y siempre con la verdad por delante. Aseguraba que así lo criaron sus padres; a sus dieciocho años hacía gala de una estatura escandalosa comparándola con la estatura de un niño. Llegaría al metro ochenta; me hacía sentir muy pequeño pero a su lado me sentía seguro y no indefenso como cuando estaba con mi padre o hermano mayor. Richard transmitía en mí la misma seguridad que brindaba mi abuelo al hablar y sonreír.
Sabio no era, y sí un poco tonto. Pero cuando uno está enamorado hasta las imperfecciones nos parecen perfectas.
¿Estaba enamorado de Richard? Eventualmente, así lo descubrí.
Algo en el pecho me dolía al darme cuenta de que quizá un amor como el mío no podía ser correspondido. Mi madre me notaba más distraído de lo común y me alentaba a que jugara con otros niños, mientras que mi padre me regañaba por ser como era y vanagloriaba a mi hermano cuando me daba golpes detrás de mi cabeza.
El día que Richard y su familia se marcharon de casa lloré a solas en mi habitación sobre la alfombra que fue testigo de noches enteras de insomnio, causado por pensar en él. No quería ni comer. Mi madre pensó que estaba enfermo, y, en realidad, si seguía sin comer, sí me enfermaría. Fui consciente de ello y logré sacar fuerzas para ser bello y fuerte como la flor.
No volví a saber de Richard por el resto de la semana y ya mi amiga Amanda se estaba preocupando por mi estado. En clases ella murmuraba chistes para mí, para que me riera con ella o de ella, pero yo no lo hacía.
Algo andaba mal conmigo.
Algo estaba roto dentro de mí.
Esa misma mañana, junto a la maestra Kayla Miller, entró un nuevo niño al aula de clases.
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DOCE LUNARES #PGP2019
RomantizmMarlo Russel expresa doce de las experiencias amorosas que marcaron su vida al igual que a su piel; en medio de cortos relatos induce al lector a sentirse identificado con pequeños detalles que están presentes en sus diferentes relaciones personales...