Capítulo 8

205 17 2
                                    

Los ojos se le cerraban solos y el cuerpo le pesaba. Apenas podía moverse, mucho menos estar de pie. Sentía el traqueteo del auto en cada centímetro, cada músculo, cada célula. Ladeó la cabeza con dificultad y logró ver al conductor.

— ¿Inu...yasha? —Apenas llegaba a distinguir aquellos cabellos plateados que caían hasta por debajo de sus hombros.

— Soy yo. —Le aseguró. —Ya es tiempo de ir a casa.

— Había un tipo... él...yo... —esquivó su mirada.

— Descuida, él entendió que tenías que irte.

— Te-tenía miedo. Hice algo muy tonto. —Seguía arrastrando las palabras y hablando con una lentitud impropia.

— Ahora todo está bien. No dejaría que nada malo te ocurriera. —Kagome no sabía si aquellas palabras tranquilizaban o alteraban más su descontrolado corazón.

Una vez en la mansión de la azabache, Inuyasha se hizo cargo de cuidarla. Sentada sobre el sofá del living y cubierta con una manta esperaba a que su rescatista volviera de la cocina con una taza de café.

— Bébela, te hará sentir mejor. —Le extendió la taza humeante y se sentó a su lado.

— Gracias. —Respondió tímida.

— Creo que ese maldito puso algo en tu bebida.

Ella sabía que no era cierto pero no dijo nada. Recostó su cabeza en el hombro de Inuyasha y se entregó al cansancio. —Lo recuerdo. —Dijo tranquilamente. —Lo de la otra noche...

Ella hablaba del beso entre ambos. Volteó a verla. — ¿Lo recordaste?

— Nunca lo olvidé. —Le devolvió la mirada. Cerró los ojos y ambos se acercaron casi por instinto. Supieron lo que ocurría al instante y la pasión se hizo intermediaria entre ellos. De repente el aire escaseaba en la habitación.

— Creerás que me aprovecho. Siempre te beso cuando estás ebria. —Dijo sonriendo por primera vez frente a ella.

— Tal vez es el único momento en el que bajo mi guardia lo suficiente para ser sincera conmigo misma. —Acarició su mejilla pero no tardó en alejarse al ver que la puerta principal se abría. Miroku entró con el sigilo habitual de un ladrón profesional sin esperar encontrarse a alguien tan temprano esa mañana.

— ¿Interrumpo...otra vez?

— Cállate idiota. — Dijo Kagome molesta mientras se envolvió en la manta, para luego huir a su habitación antes de que Miroku pudiera interrogarla al respecto.

— Ella escapó. — Dijo riendo. — ¿Y tú mi querido amigo? ¿Qué tienes que decir en tu defensa? ¿También huirás?

— Creo que tienes razón. —Recordó las palabras de Miroku días atrás "¿Te enamoraste de Kagome?"

— Siempre la tengo. —Dio una palmadita en el hombro de su amigo y se dirigió a la cocina por algo de café para empezar su día.

~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•~•

Desde el aeropuerto.

— Ya llegué a la ciudad. El vuelo fue largo y aburrido pero haré que valga la pena. —Sonrió ampliamente la mujer. 

— Cuídate, Sango. —Respondió la voz masculina del otro lado del teléfono.

— Claro, no te preocupes. Ya debo irme, pero te envío un gran abrazo hermanito. —Dijo de forma cariñosa y colgó la llamada. Se dirigió hasta el chofer que habían enviado por ella.

Sálvame de la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora