Capítulo 35

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Tal y como Kikyo le recomendó tiempo atrás, Miroku dio autorización para derivar a Kagome en una clínica especializada. Allí, su nuevo doctor, seguía el caso meticulosamente. Sin embargo, debido a que debía amamantar a Tsuki, no podrían prescribirle medicamento para tratar su esquizofrenia, ya que afectaría a la niña.

Para rematar su mala fortuna, desde que la azabache había salido del hospital, su condición empeoró terriblemente. Sus alucinaciones regresaron, y apenas podía distinguir lo que sucedía a su alrededor. Le permitieron tener a su bebé en la habitación de la clínica, pero no era consciente de su existencia. Las enfermeras la ayudaban a darle el pecho cuando lloraba de hambre y cambiaban su pañal cada vez que era necesario, sin embargo Kagome se negaba a tenerla en brazos durante mucho tiempo. Su apariencia le recordaba a Inuyasha y eso hacía que empeorara.

Miroku la visitaba todos los días durante varias horas y en diferentes momentos. Era la única persona a la que reconocía con claridad. Se pasaban horas hablando de trivialidades, mientras él jugaba y cargaba a la pequeña en sus brazos. A veces Kagome solía confundir a la niña con la hija de Miroku. Cosa que él no negaba, ya que era la única forma en que la azabache se mostraba cariñosa con Tsuki.

Fueron tiempos tormentosos e inciertos para todos. Una vez que la niña cumplió tres meses, el médico le permitió a Miroku llevarse a Tsuki a casa durante las noches. La niña comenzaría a beber leche de caja, de esa forma, poco a poco, irían remplazando la leche materna. Cosa que le permitiría a Kagome comenzar su tratamiento.

En casa de la cantante, Hana y la señora Susan se volvían completamente locas de alegría con la presencia de la niña. La llenaban de calor y cariño, y al mismo tiempo Miroku disfrutaba hacerse cargo de ella. Era una experiencia absolutamente abrumadora y maravillosa. Necesitó de la instrucción de las mujeres de la casa para aprender a cambiar un pañal y darle el biberón adecuadamente.

Conforme fueron pasando las semanas, Tsuki comenzó a pasar menos tiempo en la clínica con su madre y más en la casa con Miroku. Para cuando cumplió diez meses, apenas y si pasaba unas horas con Kagome al día. Era sumamente triste para Miroku ver que la azabache no mostraba interés por la niña. No era capaz de darse cuenta que se trataba de su propia hija. Le era una persona ajena. Pocas veces se había atrevido a cargarla en brazos por más de veinte minutos, aunque había escasas ocasiones más esperanzadoras, donde  Kagome recobraba por completo la claridad y no podía separarse ni un segundo de su hija. Miroku sabía que la Kagome que conocía se hallaba perdida en algún lugar de su mente, solo necesitaba ayuda para regresar a ser quien era.

Su doctor insistía en que debían esperar al menos hasta que la niña cumpliera un año y medio. Ya que era importante para su normal y adecuado desarrollo que sea amamantada con la leche de su madre. El pronóstico deprimía a Miroku, ya que lamentaba que Kagome se estuviera perdiendo momentos tan importantes en la vida de Tsuki... sus primeras palabras, sus primeros pasos. Quería creer que hacía lo mejor para ella, pero de igual forma, el amargo sabor no desaparecía de su corazón.

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13 de Mayo de 2019

— ¡Bienvenido a casa! —Lo recibió Hana con Tsuki en brazos. Apenas la niña vio a Miroku se impacientó hacia él.

— ¡Ven aquí pequeña! —Dijo cargándola y saludando a Hana con un fugaz beso en los labios. —Mira el obsequio que el tío Miroku trajo para ti. —llevaba consigo una gran bolsa, con muchas más pequeñas dentro. Ropa, juguetes, pañales, perfumes y todo lo que se pudiera imaginar.

— Aun falta una semana para su cumpleaños. —Le recordó Hana. —Eres un impaciente. —Lo regañó con dulzura.

— También traje esto para ti. —Sonrió y sacó de su bolsillo una pequeña caja de terciopelo. La abrió dejando a la vista un par de pendientes del color de sus ojos.

Sálvame de la SoledadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora