¡Préstame tu corazón! SP5

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Un Vasiliev, pierde, o gana, pero no se rinde. Si cae, se levanta, una y otra vez, hasta que ya no puede hacerlo. Y Viktor es un Vasiliev, hasta las últimas consecuencias.

Prólogo

Viktor es un Vasiliev; y los Vasiliev son más que un apellido, más que un grupo de personas unidas por la sangre. Vasiliev es más que una familia; es la ley, es un dogma de fe por el que se rigen todos y cada uno de sus miembros, y todas y cada una de las personas que trabajan para ellos. Y la ley Vasiliev se cumple, no se discute. La acatas o pagas las consecuencias. Yuri Vasiliev impuso sus normas hace mucho tiempo, y el que estuvo dispuesto a acatarlas empezó a trabajar para él. Hoy Yuri es el cabeza de la familia; junto a sus cuatro hijos y su yerno, conduce y maneja un gran imperio de más de 12 empresas, 5 sociedades, miles de trabajadores y billones de dólares. Pero no todo fue legal al principio, casi nada lo fue; hoy en día, el imperio Vasiliev tiene una imagen que mostrar y otra parte que ocultar porque algunos de sus negocios, los más lucrativos, siguen estando al otro lado. ¿Y quién determina qué es legal y no lo es? Los abogados consiguen retorcer las normas para que los ricos sean más ricos; y los Vasiliev saben cómo hacerlo. Y si no se puede hacer, pues no importa, nunca ha importado. Pero, aun así, tienen una moral y una ética que les redime de ser unos monstruos, aunque lo parezcan.

La familia Vasiliev controla las apuestas ilegales en varios Estados, aunque su imperio esté centralizado en Las Vegas; como no, la capital del juego. Allí son poderosos. Tienen un hotel casino, un banco especializado en préstamos "de riesgo", algún gimnasio especializado en lucha como el boxeo, artes marciales mixtas y varios clubs. Y todavía siguen creciendo.

Dentro de la familia Vasiliev, el que determina el rumbo es Yuri, el rey. Y luego están sus hijos. La mayor, Elena, está casada con Geil Costas; un hombre fiel a la familia que sabe cómo manejar los hilos del imperio empresarial. Lo suyo son las finanzas, los números y todo lo que conlleve la gestión directiva de cada negocio. Andrey es el segundo; es abogado, un auténtico tiburón, y sabe cómo usar la ley para conseguir todo lo que la familia necesita. Viktor es el tercero, y es el brazo ejecutor; aquel que se encarga de que todo se lleve a cabo según sus normas, el que mantiene a raya a las piezas díscolas, el que corta cabezas e imparte justicia, el que hace el trabajo sucio, el que opera en la sombra, el que no duda en mancharse las manos o golpear si la situación lo requiere. Y el último es el pequeño Nikolay, aunque tenga casi 25. Él está aún aprendiendo, labrándose un camino dentro de la familia, el que aún tiene que demostrar quién es, el que necesita encontrar su sitio.

Hoy es el momento de contaros la historia de uno de los miembros de esta familia, de aquel que no tiene corazón, porque es así como debe ser, el que no puede permitirse ser débil, porque es el que protege a los demás miembros de la familia. Aquel cuya vida cambiará, porque el destino es quién decide. Viktor.

Viktor

—Tienes que ir a la costa este.

—Lo sé.

Alcé la mirada hacia mi padre haciéndole entender que entendía la seriedad de lo que ocurría. Aquel gilipollas de Stuart estaba atrayendo más atención de la que queríamos. Las apuestas eran nuestro territorio, nuestros dominios. Nadie osaba meter las narices ahí; pero las drogas, las prostitutas... ese gilipollas estaba negociando con otras familias para conseguir las drogas con las que comerciaba. ¿Y las prostitutas?, un negocio que le llegó de rebote cuando algunas de sus "clientas" (algunas de sus chicas) se volvieron adictas y empezaron a pagar con sus cuerpos lo que no se podían costear con dinero. Aquello se había convertido en un negocio que estaba empezando a llamar demasiado la atención. La familia no quería eso. Llevábamos demasiados años, décadas, intentando parecer legales. Nuestras empresas eran más que simples tapaderas, éramos un enorme conglomerado con millones de dólares. Sí, rayábamos la delgada línea de la legalidad constantemente, pero eso era normal en Las Vegas; allí, la línea del bien y el mal era demasiado difusa, y la única ley que había que respetar era la nuestra, la de la familia. Vasiliev era mucho más que un apellido, más que una familia, era una ley a parte.

—¿Podrás encargarte de él?

—Me lo quitaré de encima, no te preocupes.

—Pero con delicadeza, Vitya. Miami no es Las Vegas.

—Lo sé, Отец (padre). Será sólo un negocio más.

—Si te da problemas, siempre podemos meterlo en el barco.

El barco. Una manera suave de decir que lo encadenaríamos a una vida de esclavitud para el resto de su existencia. Una versión moderna de las galeras romanas. Trabajaría de sol a sol solo para obtener el sustento que lo mantendría vivo un día más. Cruel, sí, pero no nos manchábamos las manos de sangre. Algo moralmente cuestionable, porque ese destino era peor que la muerte. Bueno, esa era la ley de los Vasiliev; quebrántala y te castigaremos. Y ese estúpido la había quebrantado, con mayúsculas.

Salí del despacho de mi padre y caminé hacia el salón de la gran casa. Escuché las risas que llegaban desde el jardín trasero, donde mis dos salvajes sobrinos jugaban a ahogarse mutuamente en la enorme piscina. Lena había traído al mundo a dos guerreros Vasiliev más, aunque llevaran el apellido Costas. Griego, quién lo hubiese pensado. Un griego en medio de la mafia rusa. Pero teníamos lo que más importaba, su incondicional lealtad a la familia, y un amor igual de incondicional por mi hermana mayor, Elena.

—¡Tío Viktor!, ven a bañarte con nosotros. – Sonreí y caminé hacia el costado de la piscina, depositando un suave beso en la mejilla de mi madre y otro en la de mi hermana.

—Tus sobrinos te reclaman.

—Otro día, hoy tengo que preparar la maleta.

—¿De viaje otra vez?

—El mundo de los negocios es exigente.

—Ya. Tú cuídate.

—Siempre. – Las dejé tomando el sol a ellas y chapoteando a los dos proyectos de adolescentes. Geil iba a tener un gran trabajo ahí. Mi cuñado era una gran persona, organizado y duro en los negocios, pero no lo veía enderezando a esos dos diablillos. Levanté la cabeza para gritar a los niños mientras regresaba al interior de la casa. —Portaos bien con la abuela y con vuestra madre. – No esperé la respuesta.

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