¡Préstame tu boca! SP12

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Connor encontró algo que no estaba buscando, y aunque no lo mereciese, no pensaba devolverlo. Ella era un caramelo que saborearía hasta el final.


Prólogo

Connor Walsh

Una maldita noche lo cambió todo.

Hasta ese momento tenía claro que yo no quería meterme en problemas, porque deseaba tener una vida normal, fuera de los turbios asuntos de la mafia irlandesa. Mi madre daba gracias a Dios porque yo, el pequeño de sus 2 hijos, tuviese la determinación de no entrar en aquella vida. Bueno, más bien de haberla rozado, pero no pensaba dejarme atrapar.

Mi padre y mi hermano trabajaban para McGrath con los sindicatos del puerto, y no es que fuesen importantes, pero eran leales, y eso provocó su muerte.

Dicen que la historia es un bucle infinito que se repite, y sólo los que la conocen son capaces de salir de él. Pues la mafia irlandesa de Chicago tenía que haber estudiado un poco más. ¿Han oído hablar de la noche de los cuchillos largos?, si no lo han hecho les haré un pequeño resumen. ¿Saben quién fue Adolf Hitler?, si, ese seguro que sí. Pues bien, esa famosa noche comenzó una operación de asesinatos en masa, con la que se quitó de en medio a sus enemigos, detractores y a aquellos que podían significar un obstáculo en su ascenso al poder total. Alguien hizo lo mismo aquí en Chicago, y su nombre era Ryan O'Neill.

Cuando ese demonio comenzó lo que aquí conocemos como "La purga", nadie tuvo los recursos, el carisma ni las pelotas para plantarle cara, hasta que llegó el que hoy llamo jefe, pero que es más que un amigo; mi hermano. Alex Bowman reagrupó a los supervivientes y lanzó el contraataque más feroz que se recuerda en décadas, casi diría que en siglos. Y venció, aunque aquella no fue más que una guerra, y ganarla, le metió de lleno en otra. Pero no se rindió, peleó como aquel que lo había perdido todo, porque a él le arrebataron precisamente eso; todo.

Yo estuve allí, luchando a su lado, vengando la muerte de mis familiares, de los suyos, como buen irlandés que honra su sangre. Ganamos aquella guerra, y todas las que nos pusieron por delante, pero pagamos un alto precio. Dicen, que cuando matas a una persona pierdes un trozo de tu alma. Alex y yo casi la perdimos entera, él más que yo, pero tampoco le andaba lejos.

Durante 10 años Alex ha ocupado el puesto de jefe de la mafia irlandesa de Chicago. Conseguir ese puesto fue difícil, mantenerlo tampoco era sencillo, pero él se había endurecido lo suficiente para poder con ello. Y yo... a mi empezaron a llamarme la mano derecha del diablo, y era lo que era.

Pero el perdón nos llega a todos o eso espero, porque Alex encontró a una mujer que le hizo recuperar la fe en la vida, y por una vez desde ese maldito día, he empezado a creer que algunos pueden alcanzar un trozo de cielo, aunque sea por poco tiempo.

Alex aferró su paraíso y no permitiría que se alejara de él, lo protegería como el demonio que es. Y yo estaría cerca para ayudarle. Y quién sabe, quizás un poco de aquella luz llegara a tocarme.

Capítulo 1

Connor

No sé cómo empiezan el resto de historias, pero sí tendría que decir en qué momento comenzaría la mía sería el día que conocí a Alex Bowman. Él se convirtió en la familia que me habían robado, se convirtió en mi hermano, se convirtió en casi un padre, y eso es irónico, porque yo soy un año mayor que él. Ahora estoy a punto de cumplir los 33, y según me digo a mi mismo, estoy en la flor de la vida, aunque no me engaño, no es mi mejor momento. Sí, estoy hecho una bestia, fuerte como un oso, ágil y rápido como un tigre, cobro un buen sueldo por hacer un trabajo que me gusta, y tengo todas las chicas que quiero para darme una "alegría al cuerpo", pero realmente no tengo nada, salvo a Alex. Y no, no soy gay, he dejado claro que me gusta el sexo con mujeres, a veces incluso con dos al mismo tiempo, pero eso no te calienta por dentro cuando te vas a la cama.

Me había acostumbrado a esta vida. Levantarme, entrenar con los chicos, hacer nuestro trabajo, ver algo de TV y regresar a la cama. Me daba algún que otro capricho, pero eso era todo. Creo que ninguno de nosotros tres, porque incluyo a Jonas, el otro llamémoslo guardaespaldas de Alex, eso, que ninguno de los tres había echado en falta nada más, hasta que llegó ella. Y no, no me refiero a mi chica, sino a la del jefe. Ella...ella volvió a dar un giro nuestras vidas, y sí, nos incluyo a los tres, porque si bien a Alex le rescató de su propio infierno de sufrimiento, a Jonas y a mí nos hizo anhelar tener lo mismo. Palmyra Benett nos hizo volver a sonreír. Ella es increíble y lo siento por el resto de mujeres de este mundo, pero les puso el listón muy alto.

Aun así, cuando la vi un día en ropa interior en la casa, tomé la decisión de irme de allí, porque no es sano que me excite la mujer del jefe. ¡Mierda!, tenía que salir a darme un "homenaje" porque ir por ahí con una erección me podría traer problemas.

- ¿Listo? - que Alex me sorprendiera pensando en sex no era nuevo, pero que yo estuviese tan distraído sí. Normalmente soy un hombre centrado.

Estábamos en el gimnasio de la casa de Alex, preparados para nuestra sesión diaria de entrenamiento. No es que pudiésemos ir regularmente a un gimnasio en la ciudad, cuestión de horarios, privacidad y sobre todo costumbres. En el mundo en el que nos movemos, al enemigo no hay que ponérselo fácil, y tener costumbres te hace ser predecible, un punto débil que no conviene tener. Por eso teníamos nuestra sesión de entrenamiento en el sótano de la casa, para que fuese algo privado, y porque necesitábamos estar en forma. Cualquiera de nosotros tres podía meterse en una refriega con las manos desnudas, y salir victorioso. Y no era vanidad, sino realidad, porque ya había ocurrido y en más de una ocasión.

- Si. -

Alex y yo calentamos con una buena carrera y algunos estiramientos y rutinas, antes de meternos con el saco. Podía notar su tensión en cada golpe que lanzaba, y entendía por qué estaba así. Hoy era el gran día. Alex no era un tipo que se pusiera nervioso, ninguno de nosotros lo éramos, por eso la situación le estaba creando una tensión casi desconocida a su cuerpo. ¡Joder!, hasta yo estaba nervioso, y no era para menos. Como he dicho, hoy era el día, el gran día. Hoy iba a pedirle matrimonio a nuestra chica.

Acompañé a Alex al banco para abrir la caja de seguridad en la que estaban guardadas las pocas cosas que significaban algo para él, entre ellas la joya que iba a entregarle a Palm; el anillo de compromiso de su madre.

- ¿Nervioso? -

Si cualquier otro hubiese hecho esa pregunta ahora estaría besando el suelo, pero Alex y yo teníamos la suficiente confianza como para tolerar aquella familiaridad. Así que resopló y siguió golpeando el saco mientras me respondía.

- Tengo una bola en el estómago. - pobre hombre, aquella mujer le había convertido en un blando adolescente. Sí, Palmyra era una mujer con una infinidad de recursos para hacerte morder el polvo, pero Alex era la cabeza de la mafia irlandesa en Chicago, una mujer no podía dominarlo así. Y aun así lo hacía. ¿Envida?, totalmente. Si pudiese la clonaría y me quedaría con una copia.

- Tranquilo, va a decir que sí. -

- No voy a ir a ningún sitio si no lo hace. - podía entender eso. Alex se conformaría con lo que Palm le diera.

- Pero va a hacerlo. - Alex soltó el aire y me miró un segundo antes de volver su atención al saco de nuevo.

- ¿Está todo preparado? -

- Lo hemos repasado docenas de veces, jefe. La cena, la tarta, y tú te encargas del regalo. Nada va a fallar. - Alex rotó los hombros y siguió golpeando.

Ser un espectador me daba la distancia que necesitaba para que pudiese ponerle una nota de humar a la situación, pero es que no podía evitarlo. Alex era un hombre que podía dar miedo, que podía imponer respeto, pero nunca, nunca sería de los que daría lástima, salvo en ese momento. Sí, daba un poco de lástima verle así.

Iba a ser un día muy largo el que teníamos hasta llegar a la cena, y estar todo ese tiempo junto a este Alex iba a ser un infierno, pero nunca le dejaría solo.

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