Capítulo 4

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A veces, era necesario hacerte recordar que eras tú la responsable de la angustia. Tú eras la que estaba sentada con el cuerpo frío debajo de la ducha, y te levantabas.

Tú eras la única que controlaba tu cuerpo, que lo vestías, que lo metías dentro de tu cama y debajo de las sábanas, y siempre te decía que debías de estar orgullosa de eso.

Eras tú quien se levantaba en las mañanas para enfrentar un nuevo día, para afrontar cosas que te derrumbaban día a día.

Tener la valentía de cuidar de ti mismo cuando todos a tu alrededor están intentando hacerte sangrar, es la cosa más fuerte en el universo.

Es valiente, es una acción que siempre te debió de hacerte sentir orgullosa, porque nadie más hacía eso por ti, porque lo estabas logrando por ti misma.

Sentía, que cada día, tu alma y tu corazón se manchaban y se oscurecían a través del tiempo.

Pero tú no parabas de repetir que odiabas cuando estabas en un estado de ánimo crucial, que se volvía vertiginoso porque veías un pequeño detalle y obtenías una sensación de vacío en el pecho, y te daban náuseas y el mundo simplemente se desmoronaba. Querías, simplemente, tumbarte bajo las sábanas de la cama, cerrar los ojos y no despertar jamás.

Y a pesar, de que tú luego me decías que esto no era así, que no eras responsable de continuar hacia delante, porque tú eras débil y caprichosa, no lo creía del todo.

En parte sí; eras caprichosa. Pero no eras débil, porque no había nada en ti que fuese débil.

Lo único débil que tenías, era a mí.


Cuando los ángeles merecen morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora