Presa

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Cambió su forma en un enorme halo de luz dorado, que obligó a su cazadora a cubrirse los ojos. Cuando Taia abrió los ojos, se encontró con un hombre rubio de cabello largo y ojos verdes, de pupilas ovaladas.

—¿Q-Qué? —pronunció desconcertada—. ¿Dónde está mi dragón? ¿Quién eres tú?

—¿Crees que soy tuyo por el simple hecho de haberme obligado a cambiar de forma? —preguntó en un tono ronco y grave aquel muchacho rubio.

—¿Qué has dicho?

—Yo soy Gakael, el último dragón dorado.

—Eres un hombre ¡¿Dónde está mi dragón?!

Sonrió divertido, antes de reír bajo, ronco, erizándole la piel a la princesa.

—¿Así que seguirás reclamándome cómo tuyo? —preguntó acercándose a ella.

—Ni un paso más —le advirtió la rubia, empuñando su espada—. O me veré obligada a tomar tu vida.

El muchacho sonrió divertido y se detuvo, levantando ambas manos.

—De acuerdo ¿Qué piensa hacer conmigo, princesa guerrera?

—Quiero a mi dragón ¡Devuélmelo!

—No puedo volver a ser un dragón, tu rompiste mi piedra del alma —le dijo enseñándole una piedra dorada que llevaba colgada en su pecho, rajada por la mitad—. Ahora debo usar ésta imagen.

—No, no, no puede ser ¡Juré que llevaría la cabeza de un dragón!

—Pues, tendrás que faltar a tu promesa —pronunció despreocupado, sentándose en el suelo.

—Juré que llevaría a un dragón ¿Qué diablos haré ahora? —se preguntó frustrada, caminando de un lado hacia otro—. No puedo volver al reino sin ella, todos se burlaran de mi ¡Seré el bufón del reino!

El muchacho rodó los ojos, con aburrimiento, mientras escuchaba a la joven quejarse de que había perdido a su dragón, de que ya no podría volver.

Apoyó su cabeza sobre su mano, y respiró profundo, antes de exhalar el aire con fuerza. Pero no salió fuego, tampoco podría hacer aquello ya.

—Soy un simple mortal —bufó—. Oye ¿Ya terminaste de quejarte? Tengo hambre y dijiste que soy tuyo, aliméntame.

—¡Tú no eres mío! ¡Y quiero mi dragón!

—Ya, deja de gritar, quizás ya no soy un dragón, pero mi audición aún es sensible. Al igual que mi hambre —le dijo mientras sus pupilas se dilataban—. O me alimentas, o te comeré a ti.

—No intentes tomarme de estúpida, no pienso quedarme contigo. Ahora, debo buscar otro dragón ¿Pero en dónde?

El estómago de Gakael gruñó y el muchacho apretó los puños con rabia. Se puso de pie y olfateó el aire, sintiendo un animal cerca. El caballo de ella.

—¿Qué haces? ¿A dónde vas? —le preguntó confundida, al ver que pasaba por su lado.

—Me comeré a tu caballo.

—¡Ni lo sueñes! —exclamó apuntándolo con la espada—. Un paso más, y te asesino.

Ya harto de esa frase estúpida, se giró rápidamente y le dio un puñetazo en el estómago, provocando que ella soltara la espada.

—No quiero herirte, pero tú lo buscas —le dijo tomando la espada, y alejándola de ella—. Ahora, o me alimentas, o me como a tu caballo.

La escuchó sollozar, y se sintió fatal. Quizás había usado más fuerza de la necesaria, después de todo, ella sólo era una mujer, una princesa.

...

La princesa y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora