Noche

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La noche pronto llegaría, y esa cueva ya comenzaba a helar. Taia estaba en un rincón, contra las rocas, mientras abrazaba sus piernas. Si tan sólo pudiese llegar a su caballo, podría tomar una manta de piel de oso que allí llevaba.

Gakael estaba enfrentado a ella, acostado en el suelo. No sabía si estaba durmiendo o no, ya que llevaba más de una hora en la misma posición, sin moverse. Y ella no quería arriesgarse a intentar huir.

El estómago de la rubia princesa sonó con hambre, y el ex dragón se giró sobre su lado, para poder observarla. Al final sí estaba despierto.

—¿Le tienes mucho cariño a ese animal? Podríamos comerlo.

—Te dije que no nos comeremos a Matrius, por mi puedes morir de hambre aquí.

—Morirás primero tú, y luego me comeré a tu caballo —le dijo con simpleza.

Ella lo miró con el ceño fruncido, y luego giró su rostro, para no continuar viéndolo.

—¿Amas a todos los animales o sólo a tu caballo?

—¿Por qué me preguntas eso?

—Para saber que comes.

—No como caballo si a eso te refieres.

—Perfecto —le dijo poniéndose de pie, acercándose a una de sus víctimas para tomar alguna lanza o espada.

—¿Qué haces? ¿A dónde vas? —le preguntó con temor.

—Por comida.

—No mates a Matrius, por favor. Yo... Yo me acostaré contigo.

Sonrió divertido al escuchar aquello, y negó con la cabeza.

—En verdad amas a ese animal, pero no, no iré por él.

Tomó unas cadenas que había en el suelo, y fue hasta Taia, atándola alrededor de su muñeca, y luego clavo el extremo opuesto con una fierro en la pared.

—No intentes huir o te lastimarás, volveré luego.

***

Había vuelto muy de tarde, y la cueva estaba en penumbras, de seguro la princesa estaría helándose allí adentro. Y lo peor de todo, es que tendría que buscar la forma de encender fuego para ella, ya que dudaba que la rubia quisiera comer carne cruda.

Dejó los cuerpos de las dos cabras que había cazado, y buscó unas piedras para encender fuego, y entonces lo recordó, allí no tenía leña para encenderlo.

—Comienzo a arrepentirme de mantenerte aquí —le dijo a Taia, que estaba acurrucada contra las rocas, temblando—. Ya regreso —bufó.

Él sólo quería comer, volver a estar con una mujer, y dormir por un buen tiempo ¿Tan difícil era de entender? La princesa lo estaba complicando todo, la vida era muy simple.

Volvió luego de varios minutos, cargando una gran cantidad de ramas y troncos que había encontrado por la montaña, y los acomodó cuidadosamente cerca de Taia.

Frotó dos piedras, y luego de varios intentos, pudo encender los leños. Si fuera un dragón, eso hubiese sido pan comido, en mili segundos ya hubiese encendido el fuego.

Miró curioso a Taia, ella no dejaba de temblar.

—Oye ¿Estás bien?

Ella no respondió, por lo que se acercó a ella, para tocarla. Fue entonces que sintió que estaba muy fría, demasiado incluso para un humano.

—No puede ser, sólo te dejé dos horas ¿Ya te estás muriendo?

La soltó de la cadena y la tomó en brazos, acercándola al fuego.

—Deja de temblar, si te mueres, habrá sido todo en vano —le dijo abrazándola.

Su cuerpo también emanaba calor, y con eso y el fuego, esperaba que al menos ella pasara la noche.

...

La princesa y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora