Fuego

4.1K 534 8
                                    

Cuando pudo dejar de temblar, fue entonces que pudo dormirse, sintiendo el cálido cuerpo de él abrazándola, protectoramente. Aún en dormida, podía escuchar su lenta respiración, el suave pero fuerte latir de su corazón, que de algún modo, la tranquilizaban.

Gakael observó las cabras, y cerró los ojos frustrado. Estaba muriendo de hambre, la última vez que había comido un aldeano, había sido dos semanas atrás. Estaba hambriento.

Y la princesa finalmente había dejado de temblar, no sabía si estaba dormida, o se había desmayado. Acercó su mano a su rostro, y pasó uno de sus dedos por debajo de su nariz, comprobando que estaba respirando bien.

La observó detenidamente, y se permitió tocar su piel, acariciar su rostro. Miró sus labios, rosas y tentadores, y bajó su rostro, rozándolos con suyos.

Se permitió tomar su labio inferior entre sus dientess, y lamer suavemente entre los labios de ella, deseando probarla, besarla realmente. Y ella abrió lentamente su boca, aceptándolo.

La sujetó por detrás de la cabeza, y se aventuró a rozar su lengua con la suya, a profundizar aquel beso que sólo denotaba un poco del deseo que sentía.

Bajó su mano libre por el cuerpo de ella, sintiéndolo, y se detuvo en sus muslos, acariciándolos, apreciando la tibieza y suavidad de su piel, por debajo de su ropa.

La escuchó quejarse, al acercarse a su intimidad, y se detuvo, especialmente porque ella dejó de besarlo.

—¿Aún no nos conocemos lo suficiente?

—No —le dijo en un tono agitado, sin poder dejar de ver sus ojos verdes.

Sus pupilas estaban tan dilatadas, que no se notaba que fueran ovaladas, parecían grandes círculos negros, ocupando gran parte de sus iris.

—Bien, entonces sal de encima mío —le dijo soltándola.

Ya que no quería estar con él, al menos se ocuparía de tratar su segunda necesidad monstruosa, el hambre.

Se sorprendió cuando ella rodeó su cuello con sus delgados brazos, y se subió encima de sus muslos. La miró confundido y la rubia le robó un corto beso.

—Quiero conocerte.

¿Quién demonios entendía a esa mujer? Tampoco le daría vueltas al asunto, si finalmente lo aceptaba, tendría sexo con ella.

La besó hambriento, y rápidamente le quitó la camiseta, bajando sus cálidos labios por su piel, devorando su cuello. Taia se quejó al sentir sus dientes pellizcando su piel, y se aferró a él.

Debía actuar, debía fingir que quería, que le gustaba, sólo así lograría escapar de allí. Cerró sus ojos, y jadeó suavemente, cuando el probó uno de sus senos, lamiéndolo.

La recostó con cuidado sobre la ropa de ella que le había quitado, y se subió encima, mirándola a los ojos.

—Iré despacio.

La rubia asintió con la cabeza, sintiéndose nerviosa. No estaba preparada para entregarse a un desconocido, y mucho menos a su captor ¿O víctima debía pensar?

El guió una de sus manos a su intimidad, y la acarició suavemente, sintiendo como el cuerpo de ella se tensaba. Se inclinó hacia abajo, y volvió a besarla, para intentar tranquilizarla.

Cuando sintió que ella se relajaba una vez más, introdujo lentamente uno de sus dedos, a lo que ella se quejó con molestia, dejando de besarlo.

—¿Duele? —preguntó ronco, respirando pesando.

—No —mintió abrazándolo a ella—. Continúa.

...

La princesa y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora