Estrellas

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¿Qué más podía pedir? Había sido reconocida como la mujer que mató a un dragón, demostrando que no era débil como creían, que las mujeres podían lograr lo que se propusieran.

Era la reina, poseedora de riquezas incontables, de reinos y tierras mucho mayores a los de su padre. Era reconocida como una mujer fuerte, poderosa, capaz.

Y si tenía todo lo que había deseado ¿Por qué no era feliz?

Su marido se corrió en ella, y cuando acabó, le dio la espalda en la cama. Ni siquiera sabía cómo tratar a una mujer, o como complacerla.

Sólo una noche había bastado con él para no olvidarlo, en donde había hecho todo para que ella estuviera cómoda. Y su rey, no había sido capaz ni en la noche de bodas complacerla.

Su cuerpo no era fuerte, sus manos no eran tibias, su tacto no era suave. Sus besos no podían causar esa sensación en su vientre, que la había hecho arder en deseo, como sólo él lo había logrado.

Y sólo en una noche.

Y con su marido llevaba casada casi cuatro meses, y no le provocaba nada. Más que asco, odiaba escucharlo respirar cerca de su oído, mientras la embestía.

Odiaba sentir la piel de su cuerpo sudoroso, pegajoso contra el suyo, cuando la abrazaba. Odiaba cuando la tocaba, causándole náuseas. Lo odiaba.

Odiaba a Austin.

Salió de la cama, e ignoró lo que él decía. Se fue hacia el baño que estaba en la habitación, y tomó una bata, antes de abandonar la habitación.

Sus oficiales la acompañaron hasta el lago, y pidió que la dejaran sola, que le dieran intimidad para poder bañarse. Odiaba el olor de él en ella.

Se quitó la bata, y lentamente entró al agua, estremeciéndose por la temperatura de la misma. Talló suavemente su cuerpo, su piel, deseando dejar atrás el olor de ese hombre, su sabor.

Miró hacia el cielo, y recordó lo que Gakael le había dicho.

—No he dejado de pensar en ti, y lo que te hice —le habló a la nada, mirando hacia arriba—. De seguro te habrás arrepentido profundamente de haberme dicho aquello, y no sabes lo culpable que yo también me siento.

Nadó hasta la orilla, y salió del lago, colocándose la bata.

—Deseé con todas mis fuerzas llevar tu semilla luego de nuestro encuentro, con la esperanza de poder remediar mi error, y verte a través de los ojos de alguien más... Pero de nuestro encuentro no hubo fruto alguno —reconoció en voz baja—. En serio me hubiese gustado llevar algo tuyo.

Se abrazó las piernas, y miró el reflejo de las estrellas en el agua.

—¿Puedes enamorarte de alguien muerto? Comienzo a creer que sí, porque no puedo parar de comparar lo que tú fuiste en una noche conmigo, y lo que él es ahora, siempre. Fuiste amable, atento, paciente... Fuiste bondadoso, y él después de tantos meses, no puede darme una mísera caricia sin que me provoque asco —pronunció con malestar.

Miró hacia abajo, y cerró los ojos, apoyando su mejilla contra sus rodillas.

—Todas las noches sueño contigo, con tu calor que ha quedado grabado en mi alma. Sueño que vuelvo a verte, que vuelves a tocarme, a besarme de ese modo tan abrasador, que me consumía por dentro. Pero también sueño con tu mirada apagada, con la decepción tatuada en tus facciones —pronunció, con un dolor horrible en el pecho al recordarlo—. Quisiera tanto irme contigo, estar en tus brazos. Porque ahora en verdad me arrepiento de lo que hice, y cambiaría mi trono como reina, sólo para estar a tu lado.

La princesa y el dragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora