Martes 6 de Noviembre.
Valentina estaba ahí, sentada en su asiento de siempre, con las piernas cruzadas y su libreta de cuero apoyada en su muslo cubierto por la tela de su jean claro.
La voz de Natalie, la profesora, resonaba en todo el lugar mientras explicaba las características más importantes de un soneto.
Todos la miraban atentos tomando nota en cada comentario que les parecía importante, Valentina solo tarareaba en su mente la canción que había escuchado esa mañana en el bus de camino a la universidad. No sabía su nombre pero sin duda la tonada era pegajosa.
La profesora estaba por pasar a otro tema cuando de repente, la puerta del auditorio se abrió abruptamente captando la atención de todos en la sala.
El sonido de tacones chocando contra el piso tan extraño y al mismo tiempo ligeramente familiar se hizo presente y Valentina pudo distinguir una cabellera negra que estaba segura, ya había visto antes.
—¡Perdón! Sé que he llegado tarde.—se excusó la dueña de esa voz.
Valentina la siguió con la mirada frunciendo levemente su ceño. La conocía, pero ¿de dónde?
—Señorita Valdés, le he dicho millones de veces que la puntualidad es extremadamente importante.—respondió la mujer con tono cansado. ¿Así que la chica era muy impuntual?
La desconocida tomó asiento frente a Valentina y miró a todos con una sonrisita avergonzada.
—Por favor, sigan.—dijo.
Sus compañeros apartaron su vista de ella y volvieron a prestar completa atención a la profesora, perdiéndose de nuevo en las cualidades de un soneto.
Valentina miró a la pelinegra discretamente. Le parecía tan familiar pero desgraciadamente su mente era muy pobre, nunca lograba recordar un nombre o una dirección y era una constante vergüenza que las personas tuviesen que repetírselo hasta cinco veces.
¿De dónde conocía a esa chica?
Su voz sonaba extrañamente familiar.
Después de un rato de explicaciones sobre temas que ella ya sabía, su profesora llamó a la chica nueva, quien se tensó de inmediato al estar en el foco de atención nuevamente.
—Juliana ¿Por qué no nos lees el soneto que te dije ayer?
La desconocida que ahora tenía nombre asintió tímidamente y sacó de su bolso un cuaderno de pasta dura, bastante desgastado y con hojas sobresaliendo. Qué chica tan descuidada ¿no podía cuidar mejor su cuaderno o comprarse otro?
Juliana aclaró su garganta suavemente mirando por segundos a la mujer que parecía estar en serio impaciente.
Y empezó a recitar.
"Ir y quedarse, y con quedar partirse,
partir sin alma, y ir con alma ajena,
oír la dulce voz de una sirena
y no poder del árbol desasirse;arder como la vela y consumirse
haciendo torres sobre tierna arena;
caer de un cielo, y ser demonio en pena,
y de serlo jamás arrepentirse;hablar entre las mudas soledades,
pedir prestada, sobre fe, paciencia,
y lo que es temporal llamar eterno;creer sospechas y negar verdades,
es lo que llaman en el mundo ausencia,
fuego en el alma y en la vida infierno."Valentina pudo sentir como su corazón se estrujaba en su pecho provocándole una extraña sensación de déjà vu. Esa voz, ese sentimiento, lo conocía.
¡Claro! Era la misma chica que había visto unos días atrás mientras ella escribía aquí mismo en el auditorio. Esa chica que había recitado a la perfección a Alejandra Pizarnik y que le había conmovido hasta el alma.
Esa chica, Juliana, tenía un don. Podía jurarlo.
Su voz era tan hermosa, tan potente. Hecha perfectamente para recitar poemas.
La piel de Valentina se erizó mientras los demás aplaudían y hacían comentarios positivos sobre la chica nueva y el obvio talento que tenía para recitar. Porque todas las personas podían recitar un poema, pararse frente a un público y comenzar a decirlo de memoria quizás, pero muy pocas tenían ese don o habilidad para hacerlo de manera tan perfecta, con el tono adecuado, las pausas, el sentimiento y la emoción que hacían al poema ser poema. Esa chica lo tenía todo, absolutamente todo.
—Lo hiciste muy bien.—dijo Valentina hablándole por primera vez a la desconocida con talento.
La pelinegra la miró y le sonrió amplio, bajando la mirada con algo de vergüenza.
Vaya desconocida de nombre Juliana, qué talento.
Poema utilizado en éste capítulo: Ausencia de Lope de Vega.