» capítulo 9

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Martes 4 de Diciembre.

El frío era simplemente azotador, te calaba los huesos y tu mandíbula no podía dejar de temblar haciendo que tus dientes sonaran como castañuelas. Aunque usaras todas las bufandas del mundo no podías conseguir calentarte, al menos así lo sentía Valentina, quien se apresuraba a llegar a tiempo a su clase de poesía.

Curioso que la semana pasada Juliana había llegado temprano, antes que ella, y ahora Valentina iba tarde. ¿Los papeles se habían invertido acaso?

Al llegar, escuchó la voz de Natalie resonando en el lugar, mierda, había llegado tarde.

Sin hacer mucho ruido tomó una silla y se sentó. Por desgracia esa silla quedaba bastante lejos de Juliana, que se encontraba muy concentrada escribiendo en su cuaderno.
Valentina solo podía esperar para que la morena levantara su rostro y sus ojos se encontraban. La emoción ya la carcomía por dentro al igual que el frío horrible de Nueva York.

—Quiero que escriban sobre algo que los inspire, que los haga sentir vivos. ¡Alóquense! ¡Permítanle a su corazón sentir!—exclamó la mujer.

Valentina rápidamente miró a Juliana ¿sobre qué escribiría ella? Moría por saberlo, su curiosidad nunca había sido llevadera.

Pss, Juliana —musitó la rubia.

Todos empezaban ya a escribir y se ganó una mirada por parte de su compañera de al lado, no era muy amigable pero eso no le importaba a Valentina.

—¡Hey Juliana!— ahora varios pares de ojos se depositaron en ella, incluyendo los de su profesora.

—Valentina, ponte a escribir y deja de interrumpir a tus compañeros.—la regañó.

Valentina soltó un bufido abriendo su cuaderno y tomando su lápiz, pero no se percató de la enorme sonrisa en los labios de Juliana, qué lástima.

Pensó por muchos minutos. ¿Qué la apasionaba?
Pues es que la escritura le apasionaba, la poesía, los libros y las películas, pero también la danza y los superhéroes ¿eso la hacía sentir viva? ¿le hacía sentir?

Miró a Juliana de nuevo. La morena parecía que no apartaría su vista de su cuaderno ni aunque hubiese un terremoto. Y una vez más Valentina se preguntaba qué la tenía tan clavada, ¿de qué estaría escribiendo?

Suspiró, se pasó una mano por el cabello castaño para acomodarlo, y volvió a suspirar.

Las palabras de un famoso escritor al que conoció una vez resonaron en su mente «Un gran escritor no es aquel que escribe cuando se inspira, un gran escritor es el que escribe aún cuando no tiene inspiración»
Valentina quería ser una grandiosa escritora y lo sería.

Tomó su lápiz, se concentró en el palpitar de su corazón y comenzó a escribir.

Veinte minutos después ya todos habían terminado. Valentina buscó la mirada de Juliana, pero oh Dios, parecía que el destino no quería que se miraran, porque otra vez no coincidieron.

Uno a uno, sus compañeros fueron leyendo sus poemas, cada uno tenía un estilo diferente y aunque a Valentina le costaba admitirlo, tenían talento, por lo menos en el fondo de sus entrañas había una pizca de talento.

Finalmente, fue su turno.

Se puso de pie, se acomodó los jeans y humedeció sus labios bajando la mirada su libreta.

Y empezó.

"Yo no sabía qué decir, mi boca
no sabía nombrar,
mis ojos eran ciegos,
y algo golpeaba en mi alma,
fiebre o alas perdidas,
y me fui haciendo solo,
descifrando
aquella quemadura,
y escribí la primera línea vaga,
vaga, sin cuerpo, pura
tontería,
pura sabiduría
del que no sabe nada,
y vi de pronto
el cielo
desgranado
y abierto,
planetas,
plantaciones palpitantes,
la sombra perforada,
acribillada
por flechas, fuego y flores,
la noche arrolladora, el universo."

Sus compañeros se quedaron en silencio en cuanto ella terminó. Siendo sinceros, ninguno había entendido muy bien de qué trataba, así que la rubia se arrepintió de inmediato por su pensamiento previo. Menudos idiotas, la falta de intelecto era igual o mayor a su falta de talento poético.

Esperanzada, miró a Juliana, queriendo y casi rogando con sus ojos que la morena sí le hubiese entendido a su poema. Solo ella, solo importaba ella.

Pero Juliana la miró, con una expresión indescifrable en el rostro y luego se apartó.

La clase pasó, poemas vinieron y se fueron hasta que la hora terminó.

Valentina tomó sus cosas, las guardó en su bolso y se apresuró en salir.

—¡Hey, rubia! ¿Ya te has olvidado de mi?— escuchó. Se detuvo, una pequeña sonrisa apareció en sus labios y se obligó a ella misma a reprimirla.

—Hola, Juliana —respondió.

Juliana comenzó a caminar a su lado, ambas sin rumbo alguno pero juntas, y mantenía una suave y discreta sonrisa en la boca, que era cubierta a ratos por sus cabellos negros.

Tu poema...—empezó. —Casi tan confuso y enigmático como tú ¿no crees? —Valentina se detuvo y la miró, lo suficiente como para hacer que el corazón de Juliana se acelerara y no saber si la causa era el frío, la emoción o el miedo. Tal vez todo junto.

—Creí que lo habías entendido.

—Creo que para entender tu poema tengo que entenderte primero a ti. Y no es una tarea muy fácil si me lo preguntas.— Juliana se sentó en una banca, sacó una cajetilla de cigarros del bolsillo de su suéter y un encendedor.

Valentina seguía de pie, pensando que la manera en la que se llevaba el cigarro a la boca y lo cubría solo un poco, para luego encenderlo, debía ser una especie de obra de arte.

—¿Vienes?— preguntó Juliana, dando pequeñas palmaditas a su lado.

Valentina no sabía cómo sus piernas habían respondido casi que de inmediato y ahora estaba sentada al lado de la pelinegra, que le ofrecía el cigarrillo y lo acercaba a su boca.

Lo aceptó gustosa y le dio la primera calada.

—Intenta descubrir el significado de mi poema y me descubrirás a mí. —respondió.

La intensa mirada oscura de Juliana se posó sobre ella, y entonces dejó salir el humo de sus labios.

Trato.





Poema utilizado en éste capítulo: La poesía de Pablo Neruda.

la poeta » juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora