Jueves 8 de diciembre.
Valentina aún podía sentir el sabor de la nicotina en su boca.
Después de haberse pasado largo rato junto a Juliana en aquella banca, fumando cigarrillo tras cigarrillo, la rubia creía que no había mejor manera de perder su tiempo. Y es que la compañía de Juliana era tan diferente y al mismo tiempo tan buena, que siempre que se iba solo ansiaba más y más.
Ahora, un nuevo día, nueva clase, Valentina solo quería que la hora pasara lo más rápido posible para poder invitar a la morena a la banca y fumarse otro cigarrillo juntas. Porque ojo, ellas lo compartían, pasándolo de boca en boca, casi podía pensar que era un beso indirecto.
Cuando la clase de poesía terminó, Valentina se encontró corriendo velozmente tras su compañera hasta que se acercó lo suficiente.
—Juls—susurró en su oído.
Juliana se sobresaltó de inmediato causando que la rubia riera malévolamente y se acercara más.
—Mierda, Valentina, me asustaste. Siente mi corazón.—tomó su mano y la llevó a su pecho presionándola ahí por unos instantes.
El juego de miradas comenzó y ambas sonrieron, como si compartieran un secreto mortal, solo de ellas.
—Te asustas muy fácilmente, Juliana.—respondió Valentina retirando su mano. —¿Vas a tu casa o tienes planes?— preguntó después tomando una respiración profunda.
Podía sentir su corazón revoloteando en su pecho.
—Tenía planeado hacer tarea pero ya que preguntas, te oyes como si tuvieras una idea en mente. —Valentina sonrió, haciendo que sus ojos se achicaran y su mano se entrelazó con la de Juliana.
Ambas comenzaron a correr hacia la salida del auditorio, por todo el campus, con el viento helado chocándoles en la cara.
Soltaban pequeñas risillas como si fuese lo más divertido del mundo correr por la universidad en un día particularmente frío.
Llegaron a la banca donde se habían sentado el martes pasado e imitaron la acción.
—¿Me vas a decir que traes cigarros ahora?— cuestionó Juliana.
Valentina no contestó con palabras, solo mordisqueó su labio inferior juguetonamente y sacó de su abrigo un paquete de cigarrillos completamente nuevos. Juliana emocionada tomó la caja para sacar uno.
Y es que ahí, con Juliana encendiendo un cigarro y llevándose a la boca, alzando su mentón partido y con los ojos perdidos en algo a la distancia, Valentina podía decir que era una de las chicas más guapas que había visto en su vida.
—¿Has pensado ya en mi poema? ¿O sigue siendo igual de difícil y enigmático que yo?— la rubia alzó sus cejas meneándolas ligeramente en dirección a la morena.
Juliana le dio una calada al cigarro y negó. Lo tomo entre su índice y pulgar y lo colocó en los rosados y partidos labios de la otra chica.
—Estoy convencida de que no hay nada más enigmático que tú, Valentina Carvajal.
Las intensas miradas que ambas se daban comenzaban a crear una tensión bastante particular en el ambiente.
Los ojos de Valentina era tan hermosos, tan profundos. Y los de Juliana parecían un mar de chocolate en los que estaba a nada de ahogarse, sin nadie que le salvara la vida. Pero tal vez, Valentina correría el riesgo de ahogarse en esa marea.
Lentamente, la más alta tomó la mano de la morena y sacó un cigarrillo de la cajetilla. Sin apartar su vista de los ojazos de su acompañante, colocó el cigarro entre los labios de ella; acercó su boca a la suya, tan peligrosamente cerca. No podía haber una tortura peor.
Y Juliana en ese mismo instante pensó que podía morirse ahí mismo.
Pero no lo hizo.
No por completo.
Con su cigarrillo ya encendido, Valentina encendió el que estaba en los labios de la morena y después se alejó con una media sonrisa socarrona.
Juliana sentía su cuerpo caliente y sabía que sus mejillas debían estar tan rojizas, y no precisamente por el frío.
Tal vez se equivocaba pero, en su mente, Valentina Carvajal estuvo a punto de besarla.