» capítulo 4

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Jueves 15 de Noviembre.

Después del pequeño momento emotivo que Valentina compartió con Juliana en la clase anterior, no pudo quitarse esa sensación de un cuerpo cálido y pequeño ajustado al suyo, manteniéndola cerca, envuelta entre sus brazos.

Se sentía abrumada por la confusión que esa sensación causaba en su cabeza. Era un simple abrazo ¿Por qué diablos lo meditaba tanto?

Por suerte sólo tuvo dos abrumadores días porque a la clase siguiente, Juliana faltó.

Valentina creyó que eso le ayudaría a tranquilizarse pero solo se encontró mucho más inquieta al notar el asiento vacío a su lado izquierdo. Se puso inquieta al no escuchar el ruido estruendoso de la pesada puerta del auditorio abriéndose y cerrándose, ni los pasos apresurados o el sonido de tacones resonando contra el piso de madera. Tampoco estaba la sonrisita nerviosa y el regaño de Natalie hacia la joven por llegar tarde de nuevo.

Solo estaba la silla, la silla vacía.

Durante toda la clase Valentina no se pudo concentrar. Sus dedos se movían ansiosos sobre la pasta de su cuaderno y su mente repetía una y otra vez los versos deprimentes del poema de la pelinegra, y la imagen de sus mejillas llenándose de pequeñas lágrimas.

¿Qué le había pasado para que se soltara llorando en medio de un montón de desconocidos?

Al terminarse la hora, Valentina tomó sus cosas, con el bolso sobre su hombro y salió de ahí.

El viento fresco de Nueva York azotaba el campus y a cualquier parte que miraras te podías encontrar con los estudiantes yendo y viniendo, abrigados, y siguiendo con sus vidas.

Valentina decidió sentarse en la parada de espera del bus. Su mente hiperactiva no la dejaba descansar ni un segundo y se vio obligada a sacar su cuaderno velozmente junto con un lápiz para apuntar los versos que ya estaba creando en su cabeza.

No le tomó ni diez minutos terminarlo, mirándolo y leyéndolo repetidamente y dándose cuenta de que lo había escrito para alguien. Realmente alguien.

El problema es que Valentina nunca había tenido a una persona para la cual escribir poemas directamente.

Sí, escribía, y sabía que la leerían. Pero era algo distinto escribir y saber que varias personas te leerían, a escribir y saber que lo hacías para una sola persona.

Y Valentina había escrito ese poema para una sola persona y ahora se arrepentía.

Suspirando, mordió sus labios y leyó en voz baja lo que había escrito y que le causaba tanto conflicto.

"Llora mi alma triste, pero no destrozada,
está, por un golpe, estremecida pero no destruida.
Se derrumbó una ilusión, no la esperanza,
se aferra, ahora, a la fe, al amor y a la templanza.
Llora alma, que tu llanto desahoga y fortalece,
no desesperes, que tu afán se vuelve mío,
saca más bien casta, donaire, y confianza,
que ya retornará esa ilusión diluida en un suspiro."

Se pasó una mano por el cabello, cansada, y cerró el cuaderno con fuerza, guardándolo, como si fuese bajo llave para no volverlo a tocar hasta el próximo martes.

Y no pensar en la pelinegra impuntual y melancólica.











Poema utilizado en éste capítulo: Poesía a un Alma triste de Ricardo Buitrago C.

la poeta » juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora