» capítulo 5

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Martes 20 de Noviembre.

Un nuevo día, una nueva clase.

Termo en mano con chocolate caliente, jeans de mezclilla clara y bufanda café junto con un gorro blanco. Ese día, eso resaltaba de Valentina.

Con las piernas cruzadas y dando pequeños sorbos intentaba calmar la creciente ansiedad provocada por no oír el sonido de tacones golpeando o la pesada puerta abriéndose, o la vista de la cabellera negra subiendo hacia el escenario para sentarse a su izquierda.

La verdad es que Valentina tenía cierto apego a las rutinas porque le hacían tener todo en control. Y el día que la pelinegra faltó a clase su control se esfumó y su perfecta rutina se rompió.

—Bien, creo que es momento de empezar.— oyó decir a Natalie.

La rubia quiso abrir su boca y protestar, alegando que podían esperar unos minutitos más en caso de que Juliana quisiera hacer su entrada triunfal e impuntual, pero no lo hizo, no habló y Juliana nunca llegó.

Por primera vez Valentina sintió una clase de poesía lenta y hasta como un tipo de tortura. Quería ir a su casa y beber café mientras escribía y se refugiaba del frío azotador de ese día.

Y cuando por fin los cincuenta minutos habituales pasaron, fue la primera en levantarse y salir prácticamente corriendo del auditorio.

Por sus prisas, derramó su termo con café al tropezarse con una banqueta partida. Valentina y su torpeza, esa torpeza de niña chiquita hacía aparición de vez en cuando y justo había decidido aparecer hoy.

Se limpió las palmas levemente ensuciadas y refunfuñó mientras recogía el termo ahora vacío, con todo su delicioso contenido regado en el suelo.

Valentina gimió y suspiró mirando a su alrededor, frente a la universidad había un pequeño café. Ese día tenía suficiente dinero como para comprar uno y beberlo, porque sentía que sin un poco de líquido caliente en su sistema no sobreviviría el frío.

Entró al local, habían pocas personas y el olor a café tostado era exquisito. Había una clara influencia francesa en el establecimiento lo cual lo hacía un poco más perfecto de lo que ya le parecía.

Se acercó al mostrador y pidió un expresso, recibiéndolo minutos después.

Mientras iba hacia la salida, dispuesta a esperar el bus que la llevaría a casa, oyó una suave y conocida voz detrás de ella.

—Rubia, eh, oye.— escuchó. —¿Valentina?

Se detuvo de inmediato cuando oyó su nombre.
Sus ojos se posaron en una morena sentada en una de las mesas, con ojos rojizos y un café entre sus manos.

La familiar figura le dio una pequeña sonrisa y sin saber cómo y por qué, Valentina le sonrió de vuelta, acercándose a la mesa como una abeja hacia la miel.

—Mhm, hola. ¿Por qué no has ido a clase?— le preguntó Valentina, sentándose en la silla libre cuando Juliana se lo indicó.

La pelinegra no respondió con palabras, solo se encogió de hombros y volvió a sonreír, dándole un sorbo a su café.

Valentina aprovechó esos segundos para estudiar su rostro.

Sus ojos albergaban bolsas negras debajo de ellos además del color rojizo que los rodeaba. Sus labios estaban paridos y resecos y su aura se sentía simplemente diferente, más triste. No estaba esa sonrisita avergonzada que, Valentina pensaba, era característica de la chiquilla impuntual.

—Me gustó mucho tu poema, ese que compartiste en clase. El dolor en tu voz...—

—Gracias por tu abrazo, Valentina.—la interrumpió Juliana. Ahora sí había una sonrisa llena de vergüenza en los labios de la morena.

La más alta abrió su boca para responder pero nada salió. No estaba muy acostumbrada a que la interrumpieran, en realidad, o a que le dieran las gracias.

—Lo necesitaba muchísimo en ese momento y sé que no nos conocemos, bueno, tú no me conoces, pero muchas gracias.

Valentina alzó una de sus cejas y frunció levemente el ceño.

—¿Tú me conoces? —preguntó.

Juliana asintió, dando otro sorbo a su café. Valentina hizo lo mismo.

—Natalie es una amiga de mi madre, ella me ha hablado mucho de ti. Dice que eres una de las alumnas más talentosas que ha tenido.— respondió, y Valentina, fría e inalcanzable, se sonrojó.

—Bueno, yo...lo agradezco, no me considero taaan talentosa, pero gracias.— ambas rieron bajito y se miraron por unos segundos.

Juliana no recordaba haber visto unos ojos azules tan lindos como los de la chica frente a ella. Era inexplicable.

En realidad Juliana conocía bastante a Valentina, pues hablaban mucho de ella en la universidad.

Fría, controladora, perfecta. Tres palabras que todos, absolutamente todos usaban para describir a Valentina Carvajal.

Lastimosamente, nadie utilizaba la palabra talentosa, que según, desde el punto de vista de Juliana, describía a la rubia a la perfección.

—No sé tu nombre, extraña.—Valentina rompió el silencio.

La otra chica sonrió amplio, estrechando su mano por encima de la mesa y tomando la de Valentina, dándole un suave apretón.

—Soy Juliana, Juliana Valdés.

la poeta » juliantina Donde viven las historias. Descúbrelo ahora