Martes 13 de Noviembre.
Al martes siguiente, Valentina estaba segura de que la chica llegaría tarde.
La había visto tres veces en su vida pero estaba segura, lo sentía en sus entrañas.
Llegó cinco minutos antes de que la clase empezara como siempre lo hacía, se sentó en su lugar correspondiente y sacó su libreta, abriéndola y buscando la página donde estaba su poema.
Lo había escrito hace dos días a pesar de haber tenido oportunidad los días anteriores, pero le daba igual, al fin y al cabo lo había escrito y eso era lo importante.
Miró el reloj café en su muñeca y soltó un suspiro. Se dijo a sí misma que si miraba demasiado a la puerta no era porque estuviese esperando a la pelinegra impuntual, no, no. Ella estaba esperando a Natalie.
Poco a poco las 15 sillas puestas una a un lado de otra formando un círculo se fueron llenando. Ahí estaban todos, Alfred que amaba a los poetas malditos, Julie que quería escribir un poema para regalárselo a su padre enfermo, Samantha que ocultaba su gusto por la poesía con sus amigos populares, Miguel que era un novato y no sabía cómo crear sonetos, Erick que en sus versos deprimentes le confesaba su amor al chico alto y rubio de su clase, y por último, Vanessa, Leo, Claudia, Jas, Peter, Marco y Teddy.
Siendo honesta, Valentina no sabía por qué los últimos siete seres humanos estaban ahí en la sala, tenían tan poca habilidad para la poesía que Pablo Neruda debía estarse retorciendo en su tumba.Natalie llegó con una sonrisa y saludó a todos. Valentina volvió a mirar su reloj, esa Juliana era tan impuntual.
Pero por obra divina, tal vez, Juliana llegó antes de que Natalie empezara el taller.
Corrió hacia el escenario tomando el asiento libre a la derecha de Valentina y exhaló apartándose el cabello negro de la cara, se veía exhausta. Tenía unas ojeras bastante oscuras que contrastaban con su piel morena y no sonrió, no estaba la típica sonrisita avergonzada y tímida, ahora sus labios formaban una simple línea recta.
Valentina se sintió extraña al instante pero decidió ignorarlo.
Aún así, con desdén, extendió su mano hacia la chica y ella entendió, pues le entregó su cuaderno viejo y desgastado.Mientras Natalie se ocupaba en buscar sus propios escritos, Valentina leyó el poema de Juliana y sintió una tristeza profunda. Esa pesadez en su pecho que parecía a punto de asfixiarla.
¿Todo estaba bien con la chica esa?
Natalie eligió a un par de alumnos para que recitaran su poema, y estaba a punto de seguir con otro tema cuando la pelinegra levantó su mano tímidamente.
—¿Sí, señorita Valdés?— preguntó la mujer.
—Quiero compartir mi poema.— contestó Juliana. La profesora le dio la palabra con una asentimiento de cabeza y la chica se puso de pie, sosteniendo firmemente su cuaderno viejo y aclarando su voz.
"Las cosas que mueren jamás resucitan,
las cosas que mueren no tornan jamás.
¡Se quiebran los vasos y el vidrio que queda
es polvo por siempre y por siempre será!Cuando los capullos caen de la rama
dos veces seguidas no florecerán
¡Las flores tronchadas por el viento impío
se agotan por siempre, por siempre jamás!¡Los días que fueron, los días perdidos,
los días inertes ya no volverán!
¡Qué tristes las horas que se desgranaron
bajo el aletazo de la soledad!¡Qué tristes las sombras, las sombras nefastas,
las sombras creadas por nuestra maldad!
¡Oh, las cosas idas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que así se nos van!¡Corazón! ¡silencia! ¡Cúbrete de llagas!
de llagas infectas ¡cúbrete de mal!
¡Que todo el que llegue se muera al tocarte,
corazón maldito que inquietas mi afán!¡Adiós para siempre mis dulzuras todas!
¡Adiós mi alegría llena de bondad!
¡Oh, las cosas muertas, las cosas marchitas,
las cosas celestes que no vuelven más!"Cuando Juliana terminó de recitar cubrió su rostro moreno lleno de lágrimas y un sollozó escapó de sus labios. Valentina sintió pena, sintió pena por esa desconocida chica impuntual con cuaderno desgastado y versos tristes, así que se levantó y acarició su hombro, llevándose una sorpresa al sentir esos brazos delgados rodear su cintura y abrazarla, con el rostro de la chica ocultándose en su cuello.
Valentina no supo qué hacer así que solo se quedó parada, permitiendo que Juliana la abrazara y encontrara un poco de consuelo en ella.
—Sea lo que sea que te haya pasado, prometo que el tiempo te ayudará y sanará esa herida que tienes ahora tan fresca en tu pecho. Por el momento, sigue escribiendo, sigue sintiendo. —susurró Valentina al oído de la más bajita.
Ésta vez no le había sorprendido solo el dolor en la voz de Juliana, sino también el dolor en sus palabras y el dolor que le había hecho sentir a escucharlas.
Y la calidez que sintió al abrazarla.
Poema utilizado en éste capítulo: ¡Adiós! de Alfonsina Storni.