Jueves 8 de Noviembre.
Valentina estaba sentada en el mismo lugar de siempre, clase tras clase, ahí era su asiento.
En la clase de hoy, Natalie explicaba la importancia de encontrar el tono más adecuado para recitar un poema, pues si era monótono y sin chiste le quitaría toda la magia que albergaba. El poder de las palabras se perdería si no sabías expresarlo correctamente.
De nuevo fue interrumpida a mitad de su clase por el molesto ruido de la pesada puerta abriéndose.
La cabellera negra se hizo presente con pasos apresurados y un semblante nervioso, subió al escenario donde estaban sentados y tomó una silla, colocándola ahora al lado de Valentina.
—Señorita Valdés...—empezó la profesora, pero Juliana solo asintió agachándose y dejando que su cabello oscuro cubriera su avergonzado rostro, sabiendo qué le diría.
Valentina mordió sus labios con una pequeña sonrisita burlona, ¿ésta chica siempre era así de impuntual? Sólo tenían clase los martes y jueves de 1:20 a 2:10, no era un horario complicado en realidad.
—Bien, seguiremos hablando de su tono de voz. Recuerden que el tono...—Valentina fue sacada de su concentración mientras escribía, por un susurro a su lado, un susurro insistente.
—Oye, ¿me prestas un lápiz?— oyó a la pelinegra preguntar.
Okay, ¿llegaba tarde de nuevo y aparte no traía sus propios lápices?
Valentina sacó uno de su bolso, por suerte siempre traía uno extra y se lo pasó sin molestarse en mirarla.
—Gracias, rubia.—la escuchó decir.
Un rato más la profesora ya estaba culminando su clase y usó a Juliana como un ejemplo de alguien que tenía un tono perfecto para la poesía.
Llegaba tarde, no traía sus cosas, pero bueno, por lo menos debía tener una cualidad entre tanto desastre. Porque a Valentina le importaba mucho la primera impresión. La primera impresión que ella podía causar y la que podían llegar a causar las otras personas. Y Juliana, daba la impresión de ser una chica distraída e incluso insípida.
La hora terminó sin ninguna otra interrupción. Natalie se despidió de todos, no sin antes dejarles una pequeña tarea para la próxima clase. Debían escribir un poema, no muy largo, un soneto si querían.
Para Valentina eso era pan comido. Escribía por lo menos dos poemas al día, era muy fácil.
Mientras caminaba hacia la salida sintió unos toquecitos en su hombro derecho así que se detuvo. Se giró sobre su hombro y alzó una ceja al ver a la morena a unos centímetros de ella. Era de estatura bajita, o tal vez Valentina era muy alta, pero aún así le sacaba casi media cabeza de diferencia.
—Mhm, aquí está tu lápiz, rubia. Gracias por prestármelo.—le dijo Juliana.
Valentina bajó la vista y tomó el lápiz notando la punta marcada de mordidas. No pudo evitar hacer una mueca, odiaba que mordieran sus lápices.
—No importa, quédatelo. Tengo más.—respondió indiferente y se ajustó el bolso en el hombro ya lista para retomar su camino y salir finalmente de ahí.
—¡Oye, oye! ¡rubia! —la volvió a llamar. —¿Podrías darme algún consejo para escribir? Natalie dijo que tú eras muy buena haciéndolo y yo soy bastante inexperta. Solo soy buena recitando, creo.
Valentina suspiró pensándolo unos segundos. No le gustaba alardear de su talento como escritora, y ciertamente solía ayudar a quienes se lo pedían, pero por alguna razón le daba un poco de flojera hacerlo.
—Yo...no lo sé, estoy bastante ocupada. Escribe algo tú y puedo revisarlo el martes antes de que empiece la clase. Claro, si es que llegas temprano.— Valentina sonrió sin vergüenza alguna y se dio la media vuelta, caminando hacia la salida por fin y dejando a Juliana mirándola con un ligero sonrojo en las mejillas.