Mario Bros asesino

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Esta es la historia de Mike Robertson, un fan de Mario que hizo todo para merecer, en un concurso de 1996, ganar una Nintendo 64 con un Mario 64 incluido. Sin embargo, el presentador del programa de tv  tenía todo amañado para que gane su hija, e hizo golpear a Mike, además de no darle su premio, aunque él regresaría sangrientamente, convertido en el “Mario Asesino”…

Este creepypasta ha aparecido con ligeras variaciones: unos dicen que sucedió en Inglaterra, otros en New York (USA); en ciertas versiones el protagonista es mordido por lobos y sobrevive, en otras simplemente abusan de él y le dejan la cara marcada; unos dicen que si ves al Mario Asesino, éste te asesina, mientras otros afirman que simplemente te llevas un gran susto. Las anteriores son solo algunas de las variaciones, pero la historia en esencia se mantiene, y aquí presentaremos una versión que, dentro de lo posible, resulte algo creíble:

Mike Robertson tenía 30 años, pero había amado profundamente los videojuegos desde que estos aparecieron sobre la faz de la Tierra; particularmente, adoraba la serie de Mario Bros, y hasta tenía el cartucho de la NES, la guía oficial de ese y otros juegos de Mario, pósters, muñecos y otros accesorios propios de esos frikis cuyo fanatismo casi raya en una especie de religión…

Corría el año 1996 y los anuncios de televisión mostraban la reciente Nintendo 64 con su juego emblema: Mario 64. Sin embargo, todavía la consola no hacía su aparición en las tiendas; pero esa noche podía ser especial, ya que en Cambridge, su ciudad, un programa de televisión tenía organizado un evento en el cual se sortearía una Nintendo 64 con un cartucho de Mario 64.

Al evento de esa noche fueron muchísimas personas, tanto así que muchos se quedaron fuera y no pudieron ingresar al set del programa; aunque, Mike y aquellos que se habían inscrito por internet y habían ganado cupos de participación (estos se sorteaban, de modo que ser participante era ya un privilegio), tenían ya garantizada su entrada, pero Mike quería un buen puesto y estuvo allí algunas horas antes, gracias a lo cual pudo esperar en primera fila hasta que el concurso empezó.

Durante la espera, Mike se sintió algo irritado e indignado al ver la reacción de los otros participantes, que eran en su mayoría niños y adolescentes. Casi todos lo miraban como si tuviesen en frente a un extraterrestre o a algún otro bicho raro y cómico. “¿No estás demasiado grande para esto?”, se atrevió a decirle un chico de quince o dieciséis años; “Yo a su edad ya tendría hijos y esposa”, le oyó susurrar a otro a sus espaldas… “Los videojuegos no tienen edad, idiotas”, les dijo Mike en un momento de descontrol, en voz deliberadamente baja (para no correr riesgo de ser expulsado) pero con tono de que los quería asesinar…

“¡Y ahora, señores y señoras, por fin el momento que estaban esperando!”, dijo el presentador abriendo su pequeño discurso introductorio, tras lo cual dio inicio a un feroz concurso en que se pusieron a prueba la habilidad y el conocimiento que los participantes tenían en relación a diversos juegos.

Finalmente, tras una ardua competencia quedaron cinco finalistas, entre los cuales estaba Mike y la hija del animador, una criatura gorda de unos catorce años, pecosa y pelirroja, con los mofletes tan grandes que casi le enterraban en grasa sus pequeños ojos negros, cubiertos por dos gruesos anteojos de desagradable marco rosado… Ahora bien, Mike no sabía que la niña, única entre los participantes varones, era la hija del presentador, quien había arreglado casi todo (los videojuegos en que concursarían, las preguntas que se harían, etcétera) para que ella ganase. Se dio cuenta de esto gracias a que en la última parte del concurso, donde había cinco ítems (estrella, hongo rojo, pluma, flor y hongo verde) de Super Mario World, los participantes debían elegir al azar uno de los ítems, donde sólo uno era el premiado, y que sí dos o más repetían el ítem elegido, se volvía a sortear un ítem hasta que solo quedara un finalista. Así pues, Mike notó que el animador, haciéndose el tonto, siempre mostraba un número del 1 al 5 con su mano derecha, que tenía hacia abajo para despistar. Lo hacía como si fuese algo espontáneo, algo no pensado; pero, curiosamente, la niña siempre miraba al animador antes de elegir su ítem, como si para cada número hubiese un ítem, y como si a su vez, de algún modo, alguien le estuviese diciendo al animador cuál sería el ítem escogido antes de que éste saliese…

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