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Mientras te maquillas delante del espejo, controlando la hora para no llegar tarde, te preguntas cuándo cambiará tu situación.
La mujer del espejo te devuelve la mirada. Ahí la tienes: Ashley Lewis, veinticinco años. No te molestas en describirte físicamente. Eres tú, la de siempre, con tus complejos tontos y tus días en los que sientes que te comerías el mundo.

Pero hoy no es uno de esos días. Para variar, te toca ir a trabajar.
Ganarte la vida como camarera en un bar de barrio a media jornada no es algo que merezca celebraciones. Sobre todo, teniendo en cuenta que a duras penas consigues llegar a final de mes.

"Al menos, me ahorro la cena" te autoconsuelas mientras te haces el rabillo del eyeliner.

Algo bueno tenía que tener, y es que tu jefe es un tío legal. Aunque no pueda contratarte a jornada completa, sabe cómo compensar. Todas las noches te llevas unos cuantos tuppers de comida del bar, cosa que te supone un gran ahorro a final de mes.

¿Te habría ido mejor de no haber abandonado la carrera de Ciencias? Nunca lo sabrás. Te consuelas pensando que quizás no. Tus padres se empeñaron en que siguieras sus pasos y te convirtieras en una científica como ellos. Tenías aptitudes y lo sabes, pero las enormes deudas les dificultaba el hacer frente a los gastos de la carrera, y con el trabajo a media jornada no podías costearla tú sola, de manera que decidiste dejarla.

Terminas de prepararte, te cuelgas la mochila y sales de tu habitación.
Te encuentras con Matt en el pasillo, vestido con lo que tú llamas su traje de pingüino.

—Qué guapo vas—le piropeas.

Y es que tienes que admitir que a tu compañero de piso le sienta genial ese traje, sumado a su cabello castaño siempre bien peinado, sus ojos grises y su metro ochenta de altura que le dan una porte elegante y sofisticada.
Nadie diría que aquel hombre trajeado vive en realidad con tres compañeros de piso más, en un barrio humilde de Nueva York.

"Tienes mentalidad y apariencia de rico, pero eres pobre como nosotros" sueles soltarle de vez en cuando para hacerle rabiar.

—Eso me dicen siempre—te responde al halago, ajustándose la corbata—. ¿Sabes la cantidad de viajeros gays que tengo que quitarme de encima? No se creen que soy hetero.
—No mientas. No te los quitas de encima. Aprovechas para venderles hasta los perfumes del tester.
—Bueno. Un poco sí.

Camináis juntos hacia el recibidor. No necesitáis andar mucho para ello. Tan sólo un par de zancadas y estaréis fuera de casa. Es lo que tienen los pisos pequeños y humildes.

—Oye, si quieres... cuando volvamos de nuestros respectivos trabajos...—te dice, acercándose a ti más de lo que considerarías respetuoso.

Cortas rápidamente la situación, alzando la mano entre vosotros y presionando levemente su pecho.

—Ya hemos hablado de esto, Matt. Te dije que no.
—Pero... si sólo te estoy pidiendo un polvo.
—Eso pedías siempre, pero siempre quieres algo más.

No lo vas a negar. Matt Smith folla de puta madre. Vuestros encuentros sexuales siempre han sido muy intensos y apasionados, y mentirías si dijeras que en realidad no tienes a tu conciencia sexual gritándote que le comas la polla cuando volváis al apartamento más tarde.
Pero no vas a volver a caer en lo mismo. Tú no quieres nada serio con Matt. A decir verdad, no quieres nada serio con nadie.
Las relaciones de pareja nunca te han atraído. Eres más de acumular experiencias, conocer gente, pasártelo bien y libre de compromisos.
Matt quiere otra cosa. Ya te lo propuso varias veces, durante aquellos meses de aventuras sexuales y coqueteos, hasta que la situación se te antojó tan incómoda que tuviste que cortar de raíz con todo para no dejar que fuera a más.

A dos bandas (Tony Stark, Steve Rogers y TÚ) ¿A quién elegirás?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora