Rota

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Esa tarde no midió consecuencias. Estaba tan destrozada como los jirones a los que redujo los recuerdos de su vida.

—Os odio ¡OS ODIO A TODOS!

   Repetía al tiempo que destrozaba el resto de sus pertenencias. No quería conservar nada de una vida plagada de dolor y decepciones. De hecho ni si quiera estaba segura de querer conservar una vida, para empezar.

   Recordaba las palabras de todas las personas en las que había confiado, cada traición y dolorosa decepción se agolpaban en su mente como una corrosiva lluvia de recuerdos cáusticos.

   Tiempo atrás fué una mujer fuerte, tanto como para defender su orgullo y creencias con la vida misma. Pero ahora, tanta fuerza de voluntad por fin se había quebrado. Ahora era una mujer rota.

   Sin un anhelo al cual aferrarse, sin cariño sincero, sin familia ni amigos verdaderos... sin nada.

   Vacía y rota.

   Usada.

   "Tienes un alma hermosa... Eres una persona maravillosa... No quiero lastimarte, no lo mereces... Tu corazón es tan puro".

   ¡Mentiras todo! Nadie cumplió nunca sus promesas. Simplemente tomaron lo que quisieron o necesitaron de ella y después se marcharon. Dejaron que ella les sanara sus heridas, reparara sus corazones, los llenara de confianza y les permitiera desahogarse para después simplemente ponerse en pie e irse sin mirar atrás.

   Dejándola sola.

   Pues bien. Todo terminaba ese día, igual que con todos sus recuerdos, pondría fin.

   Solo hubo una cosa de la que no pudo deshacerse. Ni si quiera pudo resistir mirarla por todo lo que simbolizaba… pero ahora ya no se sentía digna, ya no se sentía valiente ni fuerte, ya no se sentía nada.

   No miró aquel desastre antes de salir. Se levantó y abandonó la calidez de su morada. Caminó largo rato, tanto que la tarde había dado paso a la noche y en medio de esta, la luna se alzaba imponente y hermosa.

   Fué un impulso que no meditó.

   Aquella vista se extendía tan hermosa, tan perfecta. Y ella deseó perderse y desaparecer en eso.

   Dejó que sus pies la llevarán hasta el muelle que estaba completamente desierto. Contempló durante largos minutos la belleza de la luna reflejada en el océano, dejó que la brisa le llevara el aroma salino, incluso inhaló profundamente antes de tomar impulso y precipitarse a la negrura del agua.

   Pero nunca llegó a mojarse si quiera un zapato.

   Una mano la sujetó fuertemente del antebrazo y la jaló de vuelta al muelle con una fuerza tan impresionante que terminó callendo de espaldas al suelo de madera.

—¿Sabes? Me inquietaba la sonata del silencio en la que te habías recluido. Ahora veo que mis tribulaciones no estaban equivocadas.

   Reconocería es voz donde quera que fuese, incluso aunque hubiera pasado tiempo desde la última vez que la escuchó.

—¿Usted?

—Yo. —contestó con voz firme— No te pediré explicaciones sobre los motivos que te llevaron a tomar semejante desición, es evidente que has pasado mucho tiempo ya pensando en ello.

—Lo siento cond... —un gesto negativo le indicó que debía guardar silencio.

—No, esa vida quedó atrás. No habrás de referirte a mi de ese modo nunca más.

—Señora. —exclamó angustiada la joven— Los rumores dicen que usted ha perdido su mágia, —admitió detenidamente la nueva vestimenta de la mujer— pero yo jamás creí semejante tontería.

—¿Mi magia? Querida, la mágia no puede perderse tan simple, a menos que tú te obligues a renunciar a ella. Ahora te preguntaré una cosa ¿Hasta donde llegarías siguendo la mágia que tú también posees?

—Yo no poseo mágia, señora. —contestó cabizbaja.

—Claro que lo haces, pero aún está dormida dentro de tí, tú misma no le has permitido salir.

   Esa explicación parecía lógica.

—Viviendo mi vida para las causas de los demás no me he permitido muchas cosas ¿Qué más me habré perdido? —dijo más para sí misma, sin embargo su acompañarte escuchó perfectamente.

—Puedes descubrirlo por ti misma. Si estás dispuesta, claro. Te ofrezco una oportunidad, querida. —dijo al tiempo que le extendía la mano para que al fin se levantara del suelo de madera— compartiré contigo un secreto.

   Tras hacer un movimiento delicado con su mano, en el extremo del muelle se materializó un extraordinario navío. Con muchísimos cañones por banda, los palos de trinquete y mesana al igual que el principal tenían las velas metidas. Imponente, como un dios del mar, dormido pero no por ello menos listo para zarpar.

   Era grandioso, majestuoso. A ella le pareció como si tuviera vida propia y estuviera tan dispuesto a compartirle las historias que había protagonizado, como ansioso por volver a la mar y hacerse de nuevas.

—Señora, yo no... —dijo mientras agachaba la vista.

—Levanta la mirada, guerrera, no debes volver a inclinarte ante nadie. Incluso yo, como tu capitana, preferiría que me mires siempre a la cara. Piensa bien tu desición y si vendrás conmigo o no. Tienes hasta el alba para darme tu respuesta.

    Sonrió. Un júbilo indescriptible vibró en cada célula de su cuerpo. Volvió a sentirse fuerte, determinada y valiente, incluso más que la anterior versión de si misma.

—Claro, capitana. Le agradezco mucho esta nueva oportunidad.

—No agradezcas, querida: Vívela. Siéntete libre y fuerte, sé tu misma.

   Volvió sobre sus pasos, sin embargo no pasó lo mismo con sus emociones. No se deprimió cuando entró al que hasta hace unas horas consideró su hogar y vió toda la destrucción que ella misma había causado.

   Con meticulosa calma limpió todo de nuevo.

   Y buscó en el arcón de su habitación el estuche donde guardaba lo que jamás podría destruir, de lo único que se sentía orgullosa: su katana y la gema azul que debía colgar en la empuñadura.

   La acomodó en su espalda y prendió un incienso ceremonial. Con los ojos cerrados, en el suelo, recitó la plegaria que años atrás aprendió.

Me encuentro ante ti,
Despojada de toda soberbia,
Buscando la luz...

—Maestro, estoy seguro de que usted estaría de acuerdo con esta desición —comenzó a susurrar hablándole a una fotografía casi borrosa—. Hoy me entrego a vivir de forma plena, absolutamente arriesgada y temeraria. Confío en que estoy obteniendo su bendición.

   Después de eso, se puso en pie y nuevamente se fué sin mirar atrás. Únicamente dejó una nota clavada en su puerta, por si algún curioso iba a buscarla.

Las palabras son aire
Y al aire siempre van,
Yo que fuí amor y lágrimas
Ahora voy al mar.

   Jamás olvidaría ese estremecimiento de armonía que recorrió su ser al subir a bordo de Poseidón. Y esa noche, contemplando desde cubierta el maravilloso espectáculo de la luna y sus estrellas reflejándose entre las olas, mientras ella se sentía libre y plena de nuevo, recordó a una persona: un amigo con el que deseó poder compartir esa sensación de libertad y tal vez también algunas aventuras.

   Ahora que se sentía renovada y valiente: Quizá intentaría ir por aventuras también.

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