Vampiro

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Ella era inocente, demasiado para este mundo. Ingenua era su nombre.

A todo aquél que conocía le entregaba siempre su confianza y aunque la traicionaran no sabía guardar rencores ni tenía memoria para cosas malas, eso decía antes de regalar montones de sonrisas.

Ingenua creía en la magia y vivía una vida de fantasía donde ella era una brillante hada. En su mundo de ensueño tenían cabida magos, dragones y demás seres mitológicos, también había ángeles para protegerla y, desafortunadamente, también encontraron lugar los demonios.

Un buen día, Ingenua se enamoró perdidamente de un ser oscuro de naturaleza engañosa. Él se llamaba Vampiro.

Y no hubo poder alguno que la convenciera de alejarse de él pues lo amaba y deseaba sólo su bien.

Pronto vivieron juntos en los límites del bosque. O al menos ella vivía ahí puesto que él sólo podía acudir a ella por las noches, no porque la amara sino porque la magia de su sangre lo alimentaba.

Pero Ingenua estaba totalmente dispuesta a someterse a esa extraña relación y cada noche de buena gana lo recibía en la puerta de la cabaña y no se quejaba de dolor cuando el cuello le lastimaba.

Así pasaba sus días arreglándose y arreglando la casa para un vampiro al que esos detalles en nada le interesaban. Así, con maquillaje o pañoletas de seda, ella disimulaba que poco a poco perdía su brillo y su magia.

Un buen día solo el cuello no fué suficiente y Vampiro dejó en su brazo también una marca.

Ese nuevo hábito se hizo más feroz y constante. Él necesitaba más magia, más sangre, para poder estar tranquilo y ella no oponía resistencia a lo que él quería, sin embargo ya no era amor, era miedo, era terror.

Fué primero un brazo, luego el abdomen y las costillas, después una pantorrilla y ni hablar del rosto.

No hubo maquillaje capaz de esconder el daño que le hacía Vampiro. Pero no podía dejarlo ni contarle a nadie lo que estaba pasando pues él le había asegurado que de hablar con sus amigos le resultaría tan fácil matarlos.

De ese modo Ingenua perdió su brillo, perdió su magia, dejó de ser un hada y se volvió una débil humana. Y sin importar cuantas marcas dejara o la sangre que brotara, no lograba ser suficiente para Vampiro que se volvió más brutal y crudo en cada visita.

Y aunque Ingenua sabía que estaba mal, no encontró forma alguna de escapar ni fuerzas suficientes para defenderse o detenerlo.

Vivió aterrada y en sufrimiento hasta esa última noche de otoño donde no hubo luna en el nocturno cielo.

Vampiro llegó extremadamente sediento, pero ella ya no tenía gota de magia o brillo en su cuerpo y él no se contuvo hasta ver su destrozado cuerpo, helado y vacío, caer como una hoja seca al suelo.

Así murió Ingenua, en medio de dolor, sin fantasías, marchita de magia y con sus sueños destrozados, no murió de amor sino de miedo.

Y Vampiro, pues no se preocupó más que por enterar el cuerpo, pero no sintió ni gota de remordimiento, menos aún gastó una última mirada en el montón de tierra que ocultaba su crimen, total, ya había encontrado otra hada tonta en el centro del pueblo.

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