Redención

8 0 0
                                    

   El medio día está pronto a alcanzarnos, tan gris como yo misma. En la calle las madres caminan presurosas rumbo a los jardines de infantes donde sus pequeños están a punto de terminar las clases del día, todas llevan paraguas e impermeables en las manos, previendo que sus pequeños no sufran la inclemencia del estado del tiempo. Aquí dentro mi vida parece más simple, solo termino de peinar mi cabello y alistar mi atuendo, ansiosa por tu regreso.

   Escucho el sonido de las llaves en la cerradura y mi piel se eriza con anticipación. Pero hoy pareciera no ser suficiente esta sensación para callar todo cuanto la conciencia grita furiosa en mi mente al mismo tiempo que los truenos estremecen los cristales de la habitación.

   El sonido lento de tus pasos se pierde entre el golpeteo de la lluvia en el techo y pronto el aroma de tu loción se filtra por toda la habitación hasta llegar a mí como un abrazo anticipado, una pequeña prueba de lo que acontecerá entre nosotros.

—¡Siempre tan hermosa! —dices con voz ronca y una parte de mi se resiste a caer en tu encanto.

—Hola, amor. —digo con un poco de brusquedad mientras escapo de tus brazos extendidos y te doy la espalda.

   No te sorprende mi reacción, la cuestión es si realmente entiendes cómo me siento o crees que sólo se trata de un capricho.

—Me contó que te encontró ayer en el parque del centro. —dices mientras me abrazas y aspiras el aroma de mi cabello.

   Claro, ella te ha contado. Pero dudo que comprendas todo lo que significó para mi ese encuentro.

—Los encontré, —te corrijo dolida— a ella y a tus hijos.

—Olvida eso, no pienses en ellos. —contestas mientras pasas tus manos lentamente por mis hombros.

   Entre halagos y promesas íntimas susurras en mi oído lo mucho que me has extrañado mientras tus dedos traviesos se deslizan lentamente por el borde de mi escote. No puedo reprimir el suspiro profundo que me causa cada caricia y mientras siento necesidad de tu roce, al mismo tiempo me invade la tristeza.

—Lo intento, te lo juro. Pero… —me silencias con un demandante beso.

—Somos lo que hacemos, —dices mientras recorres con tus labios mi cuello— no necesitas pensar o sentir nada más.

—Entonces somos una mentira, —suelto abatida por comprender al fin mi realidad— sólo una dolorosa traición.

—No, querida. Ahora mismo somos únicamente amor, justo en este momento no necesitamos ningún tipo de perdón.

   ¿Somos amor? El acuerdo fué negarnos mutuamente ¿Eso es amor? El amor se grita, se muestra a plena luz de día, se cuela por todos los espacios libres, se presume al mundo, no se oculta en cualquier habitación batata de hotel de paso como algo repugnante que jamás debe darse a conocer.

   Quiero olvidar eso y creer cada una de tus palabras, pero al dar la vuelta para refugiarme en tu cuerpo puedo percibir un toque de “far folie” en tu camisa: ella te ha abrazado esta mañana antes de salir de casa y ha puesto en tus manos el impermeable que dejaste colgado en el perchero junto a la puerta.

   Siento una bofetada que me da la vida mientras se ríe de mi ingenuidad. Se supone que es así como debe ser mi papel: Yo no debo usar perfumes, lápiz labial ni nada que deje huella de nuestros encuentros. Porque tú y yo en realidad no existimos. En tu vida perfecta sólo hay cabida para tu esposa, tus hijos y tú.

   Mientras deslizas lentamente cada prenda, y la arrojas lejos, recorres con tus labios suaves los rincones más íntimos de mi feminidad. No me quedo atrás, también salgo al encuentro de tus hombros y tu pecho. Al despojarte de tu camisa me encuentro con las marcas de ella, de sus uñas en tus hombros que brillan con intensidad cuando un relámpago ilumina brevemente la habitación.

Relatos de ellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora