Capitulo I

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Candy miró al rimbombante caballero que no cesaba de hablar. —Llevaba quince larguísimos minutos aguantando las insoportables palabrerías de Archibald Cornwell, un joven fiel a las tendencias de moda de la época. —Estaba tan aburrida que habría echado a correr atravesando HydePark todo lo veloz que le hubiera permitido el incómodo vestido verde oscuro que lucía.

Hyde Park, era un lugar histórico, tupido y elegante entre cuyos numerosos árboles se escondían los amores secretos, los duelos pasionales y las peleas de jovenzuelos más afamadas de la historia de la aristocracia. Pero no era famoso solo por eso. Sus impresionantes caminos de robles configuraban un paisaje digno de ser contemplado y su inmenso Lago Serpentine el cual es  provisto de agua bombeada desde el Támesis,
repleto botes de remos para alquilar, ideal para ser pintado por cualquier artista amante de la belleza del lugar.

La dama de compañía de Candy, la ilustre tía Rosemary, condesa viuda de Westmaister, saltaba de un lado a otro como un colibrí mientras dividía su atención entre contemplar absorta el paisaje y juguetear con las flores, las mariposas y cualquier otro bicho que se cruzara en su camino. —Parecía ajena a la tragedia que, sin duda, se cernía sobre los pensamientos de su sobrina. —A su lado, la impertérrita Flammy, la institutriz más aburrida del universo, observaba de reojo los avances del cansino joven que parloteaba sin cesar diciendo verdaderas idioteces.

Candy miró desesperada a su alrededor, aturdida por el eco de la voz que chismorreaba. Pocos aristócratas paseaban en ese momento por el jardín, apenas dos o tres caballeros fumando puros. —Aún era demasiado temprano para los delicados cutis femeninos.

Frunció el ceño una vez más, algo impropio de una dama de su rango, y sus impresionantes ojos color esmeralda devoraron el parque de un vistazo, buscando cómo escapar del tormento que tenía al lado.

¡Por Dios!, una sola palabra más y soy capaz de devolver el desayuno. Si estás ahí, ángel de la guarda, te suplico que ocurra algo en este mismo instante o...pensó abatida...

De pronto ¡SAS!

Llenarse de barro hasta la camisola de seda no era precisamente una de las ocupaciones femeninas más alabadas de la época, eso estaba claro, pero sin duda era algo que podía pasarle de forma habitual a la distinguida señorita Candice Ardley. —De nada servían sus infructuosos intentos por evitarlo ya que al final, por no decir siempre, acababa haciendo algo poco adecuado.

Sacudiéndose un mechón de cabello que se había soltado de su elaborado peinado, sonrió y fijó la vista en el pequeño que respiraba nervioso encima de ella.

—¿Estás bien, pequeño?

—No sabo. —A lo mejor me he rompido la cabeza —musitó, a punto de llorar, el cuerpo diminuto al que acababa de salvar de las ruedas de un carruaje.

Candy lo miró preocupada. —Realizó una rápida evaluación de daños, y aliviada al comprobar que ambos estaban en perfecto estado, acarició la cabeza de quien la observaba haciendo pucheros.

—¿Te has hecho daño, cielo? —¿Dónde te duele?.

—Aquí, aquí y aquí —sollozó el pequeño, dejando asomar una lagrimilla a través de sus brillantes ojos azules—. Me he rompido entero...dijo. —Y comenzó a llorar.

A Candy le hubiese gustado consolar al niño, pero la acalorada llegada de su tía Rosemary y la estirada institutriz Flammy lo impidió.

—Señorita Ardley, ¿se puede saber qué hace tirada en el suelo, llena de barro, y abrazando a ese mocoso?.

—Flammy, cierre la boca. —Es evidente que mi sobrina acaba de salvarle la vida. ¿Estas bien, querida?

—Sí, tía. —Perfectamente. —No hemos sufrido daño alguno.

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