Capitulo XIV

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Tom y Flammy no se habían enterado de nada. —Vivían absolutamente ajenos a la realidad y se habían pasado la noche sentados en la cocina, su cuartel general, comiendo dulces, una debilidad compartida por ambos, mientras se hacían preguntas.

Rayaba el alba cuando un caballeroso Tom acompañó a Flammy a su cuarto... y ya no salió de allí hasta un buen rato después.

Candy encontró a Flammy despeinada, en camisa de dormir y con una hermosa y radiante sonrisa que contrastaba con su ojeroso y húmedo rostro.

Flammy se asustó inmediatamente al verla.

—¿Qué sucede, Candy? —preguntó Flammy poniéndose una bata, avergonzada de que la hubiera pillado de semejante guisa.

—Eso creo que debería preguntártelo yo a ti —contestó Candy sonriendo, sin gana alguna pero sin poderlo evitar al ver la cara de felicidad de Flammy.

Flammy no supo qué decir. —Nunca se había encontrado en una situación similar, aunque eso era algo de lo más evidente; de lo contrario, se habría casado mucho antes. Quiso decirle la verdad, pero algo en el rostro de Candy la hizo contenerse.

—¡Qué va! —exclamó Flammy, restándole importancia—. Debe de ser porque desde que llegamos aquí, esta ha sido la primera noche en que he descansado. —una gran mentira...—Justo esa noche no había cerrado las pestañas.

Candy necesitó creerla porque le hacía falta hablar. —Llorosa, se sentó en la cama de la institutriz.

—Ay, Flammy, tengo tantas cosas que contarte.

Dos horas después, Flammy consiguió que Candy comiera algo, todo un logro, tomando en cuenta de que estaba rendida tras las emociones de la noche anterior. Aunque la verdad hubiera resultado tan abrumadora, debía seguir cuidándose por ella y por el pequeño que se gestaba en su interior.

—Un poco más, no sea cabezota, Candy. —Tiene que alimentarse correctamente. —El pequeño necesita vitaminas y energía.

—¿También tú hablas de él, en masculino? —preguntó Candy acariciando su abultado vientre.

—Sí, y no suelo equivocarme. —En mi pueblo siempre acertaba. —Miro a una embarazada y ¡zas!, de repente lo sé. ¿Qué le parece? —Flammy rompió a reír a carcajadas.

—A ti te pasa algo, estás rarísima —exclamó Candy mirando de reojo a la que hasta hacía unos días había sido la institutriz más seria del país.

Flammy sonrió. ¿Sonrió? ¿Otra vez? ¿Pero qué narices le pasaba a esa mujer? Se preguntó Candy con asombro, haciendo a un lado sus propios problemas.

—Estoy como siempre. —Solo son ideas suyas. ¿Qué vestido quiere ponerse hoy? Yo creo que me cambiaré de traje más tarde. —El granate, sí, me pondré el granate a rayas. Creo que me favorece.

Candy alucinaba al escucharla y no pudo aguantarse más las ganas de preguntar:

—¿No será verdad lo que me comentó tía Rosemary la última vez que vino de visita?

Flammy se giró con una toalla en la mano.

—¿Qué es lo que dice la condesa?

—Que estás enamorada de... Tom.

Flammy hizo algo de lo más extraño. —Se puso la toalla en la cabeza y con la cara tapada, muerta de la vergüenza, exclamó:

—¡Sí, lo estoy! ¿Y sabe qué? —preguntó asomando los ojos desde debajo del paño.

Asombrada como nunca antes, Candy respondió con cautela....—No, dímelo tú...

Flammy volvió a cubrirse el rostro con la toalla rosa.

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