Capitulo VIII

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Tras una espantosa noche en la que la misteriosa dama rubia de bellos ojos azules no la dejó pegar ojo, suplicándole que fuera a visitar a Terry y no le dejara solo, Candy se levantó rendida física y mentalmente.

Por fortuna, tanto su padre como el resto de habitantes de la Villa amanecieron llenos de energía, por lo que decidieron asistir a la feria del pueblo. —La excusa de Rosemary, adquirir un pequeño caballo para Anthony con el que podrían enseñarle a montar.

Anthony, estaba entusiasmado, no dejaba de saltar colgado del brazo de Albert, quien de inmediato se sintió conectado con aquel pequeño..—Albert reía ante las constantes muestras de felicidad de Anthony.

Se marcharon todos con la promesa de comprar jalea y mermelada de fresas, y dejaron a Candy sumida en una profunda inquietud por la salud de Terry. ¿Seguiría enfermo? ¿Qué le ocurría? ¿Quién era la dama misteriosa rubia de brillantes ojos azules y por qué se le aparecía sin cesar en sus sueños?..meditaba Candy

Con la cabeza hecha un lío, caminó hasta las cuadras y pidió que prepararan su yegua, haciendo callar al mozo con firmeza cuando este se negó a ensillarle a Cleopatra, alegando que no era adecuado que cabalgase sin la compañía de Flammy.

Candy montó con determinación y sin poderlo evitar, se plantó en la propiedad Grantchester. —Ante su asombro, Terry no se encontraba en ella, así que decidió no esperarlo, regañándose a sí misma por pensar en él cuando era más que evidente que no se encontraba muy enfermo, puesto que había salido.

Relegándolo en sus pensamientos para más tarde, regresó a la Villa tras un enérgico paseo a caballo y devolvió a una agotada pero feliz Cleopatra al establo, con la indicación de que doblaran su ración de alimento y le dieran un buen cepillado.

Pasó el resto de la mañana en la bodega, dando algunos consejos al equipo de embotellado, y compartió un delicioso pedazo de queso con ellos mientras estudiaban la posibilidad de utilizar un nuevo sistema de etiquetado en las botellas. —Así emularían una nueva moda venida desde Francia, sustituyendo las impregnaciones en letras de oro que se estaban llevando a cabo hasta el momento. —Sus opiniones eran muy respetadas en el viñedo, al igual que fueron las de su madre, y tanto su privilegiada naricilla pecosa como sus fabulosas e innovadoras ideas eran muy tenidas en cuenta por el conde, quien dejaba en sus manos parte de las decisiones.

Candy adoraba la vida entre uvas. —Se había criado allí, rodeada de naturaleza, libre, feliz entre las cientos de vides que construían uno a uno los caminos de sus recuerdos. Mucho más relajada tras las diferentes actividades de la mañana, entró en la casa, dispuesta a darse un buen baño para quitarse el polvo del camino. —Ese día se había vestido con uno de sus trajes de montar preferidos; ajustado en la cintura, era de color sangria, como el vino cereza, y con ribetes negros. —En la cabeza, ocultando su hermoso cabello, un sombrerete plumado.

Enfrascada con las nuevas etiquetas de las botellas y cegada por el sol del mediodía, no se dio cuenta de que en la entrada, junto al gran portón, una figura alta y poderosa la aguardaba. —El choque fue inevitable, y el olor a lavanda la transportó al instante a otros momentos vividos. —Momentos no tan lejanos en los que unos labios apasionados y calientes apresaban los suyos.

—¡Lord Grantchester! ¡Me ha asustado!—gritó Candy dando un salto hacia atrás, acción que le hizo perder el equilibrio.

—No era mi intención —se excusó él, agarrándola del brazo para evitar que cayera y se lastimara. —El gesto, algo brusco, la deslizó hasta sus brazos, acercándola demasiado a su pecho firme.

—¿Qué hace aquí? —susurró ella junto a su cuello, aún no recuperada del sobresalto—. a lo que recuerdo, mi padre le pidió que no volviera a estas tierras.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora