Epilogo

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Llegamos al final, espero hayan disfrutado la historia, se que hubieron momentos en que quisimos ahorcar a Terry, pero con toda y su testarudez, al final lo amamos.

La recuperación del parto fue asombrosa para Candy, y en pocos días se encontró de nuevo en plena forma. —Jimmy crecía imparable, siendo una copia exacta a su padre: un fortachón hermoso de fuertes berridos.

A ambos les gustaba mirarle mientras dormía, y Terry disfrutaba enormemente cuando podía contemplar cómo Candy amamantaba a su hijo bajo la atenta mirada de Anthony.

Era hermoso tener una familia, él lo estaba aprendiendo a pasos agigantados.
Una tarde en la que el feliz abuelo Albert Ardley junto a Paulina y Rosemary se habían ofrecido para cuidar al pequeño Jimmy y a Anthony, quien no se separaba de él jamás, cumpliendo así con sus obligaciones de hermano mayor, Candy fue a cumplir una promesa.

Caminando despacio, se detuvo a cortar algunos de los narcisos más hermosos que encontró en el jardín, y con ellos en la mano, se dirigió al cementerio para llevárselas a Candice Georgina, su hermana gemela a quien llamaban Blanca y su amiga invisible que tanto la había ayudado junto a su madre Georgina Ardley.

Emocionada, Candy dejó los narcisos encima de la tumba mientras se sentaba en el tupido césped que la rodeaba.

—Muchas gracias, hermana. —No habría podido hacerlo sin ti y sin mamá. —Juro que cuidaré a tu hijo que de hecho es mi sobrino, y es como si fuera mi propio hijo. —Sabes que lo amo tanto como a Jimmy. —y mantendré nuestro secreto...—Descansa tranquila.

—Gracias a ti —tintineó la dulce voz de Candice Georgina Ardley, apareciéndose con su madre Georgina Ardley  junto a Candy....Candy sonrió conmovida y una lágrima resbaló por su rostro, feliz de poder verlas...—Cuídalos. —Son un tesoro. —Nuestro tesoro. —Ahora ya podemos irnos tranquilas. Diles que los amamos... y recuerda que Terry te ama con tanta fuerza como tu lo amas a él.

—Lo sé, hermana, lo sé.

— Nos vamos felices. Gracias, Hermana....Y las voces se perdieron con el viento.

Terry observaba la escena desde el ático de la casona. —Hacía días que quería subir a recoger las cosas de Blanca. Conmovido ante el gesto de Candy, decidió salir a su encuentro para volver a decirle cuánto la amaba. —, no podía dejar de repetírselo.

Feliz por haber abierto su corazón con Candy, cerró el baúl y junto al cuadro de Blanca lo depositó en el fondo del ático, para luego entregarlos a Paulina . —Había llegado el momento de decirle adiós a todos aquellos días grises.

Sacudiéndose el polvo, bajó del ático y se adentró en su recámara con rapidez. Necesitaba volver a estar con su esposa.

—¡Papá! —llamó una vocecilla—. Jimmy quiere jugar junto al portal de rosas blancas. ¿Nos llevas?

Terry rio complacido. —Al parecer, Anthony era capaz de descubrir cuáles eran los deseos de su hermanito... o los suyos propios.

Y así fue como Candy encontró a sus tres hombres, junto al precioso portal de rosas blancas, bajo la atenta mirada de Paulina, Rosemary y William Albert Ardley, que comían pastel de fresas en el porche de la casita de madera.

Terry, sentado en el suelo, jugaba con Anthony a revolcarse en la hierba. —Jimmy, mucho más tranquilo, dormitaba tendido en una mantita tejida por Rosemary.

Candy suspiró.....Esa era su familia. —Su vida. —Su amor.

Arriba, en el segundo piso, en la recámara de Flammy y Tom, algo estaba sucediendo...

—Tom, deja de abofetearte. ¿Qué va a pensar tu hija de ti?

—Tú me lo enseñaste, así que deja de regañarme cada vez que lo hago. ¿Y cómo sabes que es una niña?

—Lo sé. —Las mujeres sabemos esas cosas...

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Dos años después......

—Ah, no, esta noche no, Terry. —Quiero dormir. —Ahora que Jimmy por fin ha aprendido a dormir solo, —necesito recuperar el sueño perdido —suplicó Candy, saltando encima de su marido.

Terry reía con esa voz suya tan inconfundible. —Desde hacía mucho tiempo reía a menudo, y era delicioso verlo tan feliz.

—De eso nada, querida mía. —Sabías a lo que te exponías cuando cambiaste todas tus pertenencias y te instalaste en mi cuarto.

—¡Pero si fue idea tuya! —protestó ella.

—La mejor idea que he tenido en mi vida, por cierto...

—¿Ah, sí? —susurró ella melosa, dejándose caer encima de él.

—Por supuesto que sí —confirmó él, al tiempo que le bajaba los tirantes de la camisa de dormir—. Así te tengo... mucho más a mano.

Candy suspiró. —Terry estaba besándola alrededor del cuello. —Solo con eso ya bastaba para que ella se entregara por completo. —Excitada, se levantó y se desnudó con picardía, arrastrando el camisón por todas las partes de su cuerpo que deseaban ser también besadas.

Terry sonrió de nuevo. —Se incorporó del lecho, caminó hasta ella y la abrazó con fuerza. —Sabía perfectamente qué debía hacer a continuación. —Lentamente, se bajó los pantalones y dejó al descubierto esa parte de su anatomía que a ella tanto le gustaba.

Candy abrió los ojos. —Riendo excitada, —se dejó llevar por Terry hasta la cama.

—Candy, sabes que te amo, ¿verdad? —susurró él, justo en el momento en que la penetraba con fuerza.

—Tanto como yo a ti —respondió ella en un suspiro mientras elevaba las caderas para acogerlo mejor en su interior.

Candy y Terry se miraron una vez más antes de perderse en la pasión.

—Alguna vez, querida, tendrás que decirme —pidió él más tarde, abrazándola con ternura tras haber hecho el amor— cómo hiciste para que me enamorara locamente de ti.

Candy alzó el rostro y se sentó a horcajadas encima de él. —Sensual y atrevida, musitó al notar cómo su marido volvía a encenderse

—Ese, cariño, es El secreto que siempre guardaré.

Fin.....

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