Capitulo III

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Villa Ardley......

Si algo le encantaba a Candy era caminar entre los viñedos que su familia poseía desde hacía más de cuatro generaciones. —Desde que era apenas una niñita, pasear rodeada de ese fino olor mezcla de tierra y humedad conseguía devolverle la serenidad. —La noche se presentaba más fresca de lo habitual, y Candy se puso sobre su abrigado un mantón de lana, mientras fijaba la vista en la Villa Ardley, bellamente iluminada algunas lucecitas bailaban al son de los aleteos de las luciérnagas.

Desde que había vuelto de America, Candy se convirtió en todo lo que se esperaba de una dama de noble cuna como ella: —mejoró sus conversaciones, —la mayoría de las veces demasiado arriesgadas; —repasó su técnica con los bordados sin mostrar lo tedioso que le parecía; —aprendió a pintar, garabateando cientos de lienzos ante la estupefacta mirada de su padre y de su tía Rosemary; —montó a caballo como la señorita que era sin intentar engañar a Flammy y además revisó su correspondencia, devolviendo todas las amables y almidonadas cartas que recibía.

Se aburrió como una ostra, y todo para ser la perfecta damisela de la cual Terruce Grantchester pudiera enamorarse en cuanto la volviera a ver. —Jamás se le habría ocurrido que el galante caballero tuviera la desfachatez de no reconocerla.

¡Increíble!..dijo con indignación.

Justo en el instante en que Candy empezaba a recordar unos brillantes ojos azul zafiro, ¡zas!, la zapatilla a juego con su vestido quedó enterrada en una  zanja, evaporando de golpe toda la tontería que amenazaba con entristecerla de nuevo. —Y es que en realidad y muy a su pesar, debía reconocer que Terruce Grantchester seguía moviéndole el tapete.

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Mansión Grantchester.....

—Pasa, Tom, necesito hablar contigo un instante.

—Usted dirá, milord.

—La señora Paulina y yo hemos decidido que es hora de encontrarle un tutor de estudios a Anthony y, tras meditarlo detenidamente, hemos coincidido al pensar en ti...

—¿En mí? ¿Yo, tutor?

—Sí, tú. —Ya es algo necesario. —El muchacho va a cumplir los cuatro años y necesita una mano fuerte que supervise sus estudios y su educación. ¿Te interesa, Tom?

—No sé si sabré estar a la altura de su confianza, pero cuente conmigo. —Me parece estimulante ocuparme del muchachito: es un poco travieso pero noble como su...

—Perfecto —cortó Terry con tono firme—. A partir de mañana ese será tu trabajo por las tardes. —Durante las mañanas seguiremos como hasta ahora. —Evidentemente, tu salario aumentará. —¿Estás de acuerdo?.

—Sí, milord, pero creo —manifestó el emocionado y recién nombrado tutor— que debemos establecer un plan de estudios adecuado para él. ¿Qué disciplinas le interesa que abordemos? ¿Quizás ciencias, letras, filosofía, latín y aritmética? ¿O prefiere una combinación de geografía e historia, letras, esgrima, equitación y...?

—Tom! —Terry se puso en pie y dio por terminada la conversación—, dejo la decisión en tus manos. —Sé que escogerás lo correcto. Yo... —me mantengo demasiado ocupado como para pensar en cosas de ese estilo. —Haz lo que estimes oportuno, a mí me parecerá bien. ..—Puedes retirarte.

El fiel secretario miró de reojo a su señor, impactado ante la seriedad de su rostro, una fiel réplica en color de la cera que arde en un candelabro. —Hacía años que veía cómo Terry se consumía sin emitir una queja o una sonrisa. —Sin duda admiraba su tenacidad en los negocios, pero en el ministerio de la vida su patrón era solo un perdedor, un vulgar perdedor.

El secretoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora