«¡Jesús, Doce horas! Eso es inhumano», murmuraba de mal humor a lo que terminaba de colgar el porta planos al hombro.
Llevaba una mochila y un maletín negro además. Iba vestido con pantalones grises, y una camisa de lino blanca con un par de botones abiertos en el cuello. Por lo general, Sebastián vestía así.
Bajó del tren con sus pertenencias y algo somnoliento aún. Eran a penas las siete y el sol se terminaba de ocultar, pero el largo viaje lo dejó cansado.
Plantó un taxi y le dio la dirección del nuevo hogar: un apartamento en el centro de Barcelona que había conseguido a través de una compañía de bienes raíces en internet. Un dúplex en el sexto piso. Amplio, de paredes blancas, piso de cerámica del mismo color, algunas columnas en negro, muebles negros, una mesa de centro de cristal, dos pasos y estaba el comedor conectando con la cocina. Una escalera en una esquina con peldaños flotantes en negro y un pasamano de tubo gris hasta la habitación. Una amplia cama, armario, cuarto de baño, televisión por cable, y una gran mesa inclinada descendentemente con lámpara, sujeta-papeles y regla, junto a un ventanal. «Al menos se alcanza a ver el cielo», y recordaba amargamente que durante su estadía pasada en Nueva York no podía hacerlo.
Llevaba consigo una muda de ropa y el resto era material de trabajo. Una compañía de mudanzas ya se encargaría de enviarle sus cosas al día siguiente.
Tomó una ducha y cayó rendido en la cama hasta la mañana siguiente.
Su teléfono celular vibró en la mesita de noche, fue lo único que lo despertó.
― ¿Hola? —no se molestó en mirar la pantalla para identificar al emisor. Su voz era pesada.
― Oh no. Por favor, dime que no estás dormido.
― ¿Víctor?
― Me dijeron que llegaste ayer, hermano. ¿Ya viste la hora?
― Todavía está oscuro.
― Amanece tarde. Es otoño.
― Oh... —recordó— ¡maldición!
― Faltan quince para las ocho. Te regalo quince más y espero que llegues con anticipación. Trae los planos actualizados.
― ¿Los de González?
― Los trajiste, ¿verdad?
― Nunca dijiste que los querías —se despabiló.
― ¡Qué!
― Cálmate. Están en mi laptop. Necesitaré imprimirlos. Tendrás que darme quince más, Víctor.
― Tú me vas a causar un infarto uno de estos días.
― Para eso eres el encargado. Te veré después.
― Solo trae tu trasero a la oficina lo más rápido que puedas, Martínez. Oh, y por cierto, bienvenido a Barcelona.
De mala gana se levantó, visitó el cuarto de baño para un aseo rápido y se vistió con un par de zapatos casuales, traje negro y camisa de lino gris. Nada de corbata. Pasó un par de manos por sus cabellos lacios y negros y se acomodaron hacia atrás.
En la avenida habían varias tiendas: cafetería, panadería, boutiques, restaurantes, cyber-cafés, y una imprenta. «¡Perfecto!», pensó. Su único problema era que no atendían hasta las nueve de la mañana según el letrero de «horario de atención».
― ¿Sebastián? —la joven debió parpadear dos veces. Apegó su cartera negra al torso y dio un paso más, captando la atención del joven. Ella bufó en sorpresa, dando lugar a una sonrisa.
― Noelia... —los ojos le bailaban.
Un montón de recuerdos empolvados afloraron en sus mentes.
ESTÁS LEYENDO
Otra vez tus ojos
ChickLitNOVELA PENDIENTE DE CORRECCIÓN. Hay algo muy particular en la búsqueda del amor: no todos tienen el mismo objetivo. Para Sebastián era más fácil no tomárselo tan en serio, mientras que para Noelia era el hombre que deseaba su corazón. No sería ella...