Capítulo 12

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― ¿Isadora?, ¿cómo llegaste aquí?

― Víctor me dijo dónde vives —pasó al interior del apartamento sin esperar invitación.

― ¿Qué ocurre?

― No podré dormir si no coordinamos bien los cambios que quiero para mi casa.

― Dios... —rodó los ojos.

― Te hablé de la piscina con borde falso, pero a mi marido sigue sin gustarle la idea.

― Ya te dije que es mejor pactar una reunión donde también esté presente tu marido.

― Sí, pero no puedo esperar dos semanas más, ¿tienes idea de cuánto he esperado para que me cumpla el deseo de mi anhelada piscina?

― Pero está de viaje, te tocará ser paciente.

― Pero, Sebastián...

Se escuchó una garganta carraspeando y la pareja cambió su atención. Sebastián no había cerrado la puerta aún.

― ¿Interrumpo?

― Oh... Mireya —asintió con cierta altanería —. ¡Cuántos años!

― Isadora —respondió igual.

― ¿Qué haces aquí? —terció Sebastián.

― Vine a conversar contigo un rato —respondió la recién llegada.

― Sí, bueno, eso está a la orden del día por lo que veo.

― Sebastián... —quiso continuar la joven exnovia.

― Ya esto lo habíamos hablado antes, Isadora, hemos tenido reuniones toda la semana pero la decisión final la tiene tu marido, según me dices, así que ni modo. Esperaremos, ¿de acuerdo? Tu casa no se irá a ningún lado.

― ¿Estás... ebrio? —arrugó el rostro, esperando escuchar una respuesta negativa.

― Hasta luego, Isadora —le posó una mano en la espalda y la encaminó hacia la salida.

― De todas formas me mantendré en contacto —entonces dirigió su atención a Mireya y con otra leve cabezadita se fue.

― No sabía que estaba casada.

― Desde que nos graduamos. Ahora sí, Mireya, te pediré igualmente que si quieres hablar conmigo, que sea en otro momento.

― Quiero hablar de Noelia —otra mujer que pasó sin invitación.

― Pues yo no quiero —sostuvo con dos dedos el tabique de su nariz. Suspiró.

― Sabía que habías estado tomando —vio las botellas en la mesa de centro.

― Bueno, ¿y qué si estoy tomando? —cerró la puerta de mala gana.

― Te he visto así antes —lo analizó por un momento.

― No es la primera vez que me embriago.

― No, a eso no me refiero... Estás despechado y ya te he visto así...

― Estás confundida... —se dejó caer en el mismo sofá en el que estaba.

― ¡Ah! Cuando Noelia dijo que se mudaría a Barcelona —chasqueó los dedos.

― No...

― ¡Sí! —tomó asiento en la mesita de centro, frente a él— Ahora entiendo todo. Martínez, ¿por qué nunca me dijiste lo que sentías por Noe? Yo soy una de tus mejores amigas.

― Y también eres amiga de ella.

― No le hubiera dicho nada si me lo pedías.

― Eran sentimientos ridículos, todavía lo son —bebió más de su vaso.

― Deja eso, ¿quieres?

― No, es lo que necesito ahora —y bebió.

― ¿Y qué harás con respecto a Noelia?

― Nada...

― Sebastián, tienes que impedir esa boda.

― ¿Y por qué? Ella ya tomó su decisión.

― ¡Y quisiste darme dos amigos enamorados y testarudos! —exclamó mirando hacia arriba.

― Quita la s en enamorados.

― No, ¡enamorados! —enfatizó— ¿Sabes que Noe no ha hecho otra cosa más que llorar toda esta semana?

― Pues si llora no es por mí, te lo aseguro.

― Ella está confundida, Sebastián, está resentida por lo de Isadora, pero está enamorada de ti. Solo tiene esa tonta idea de que estará mejor con Eduardo.

― ¿Y?

― ¡Maldición, te daré una bofetada!

― Cálmate.

― ¡Es que me sacas de quicio!, ¿no me estás escuchando?, ¡Noelia te ama!

― Eso no fue lo que me dijo.

― Habla con ella, por favor.

― Noelia ya no me interesa, Mireya, que haga lo que quiera con su vida.

― Ella me contó que tendrá una entrevista la próxima semana en una agencia publicitaria, a la que curiosamente no mandó su hoja de vida. La llamaron ayer por la mañana. Tuviste algo que ver con eso, ¿cierto?

― No sé por qué lo crees así —alzó los hombros, bebió más.

― Bueno, ella piensa que fuiste tú. Y yo también.

― ¿Si ves? Eso es lo que detesto: ustedes, las mujeres, no pueden mantener la boca cerrada, todo lo tienen que andar chismeando.

― Mira, otro día debato contigo sobre eso, ahora no importa, el punto es que tú hablaste con esa gente para ayudarla, ¿verdad?

― Lo hice antes de lo que pasó en Granada —confesó a voz baja.

― Ese fue un lindo gesto.

― Da igual.

― La boda es en una semana —le quitó el vaso que se aproximaba de nuevo a los labios masculinos.

― ¿Y?

― Y —enfatizó— tendrás que hacer algo.

― Ya te dije que no haré nada en absoluto —recuperó su vaso—. Es más, es posible que ya no esté en la ciudad para entonces.

― ¿A dónde vas?

― Suelo viajar, Mireya, qué más da otro lugar.

― No, no, no, dijiste que esperabas asentarte aquí por mucho tiempo, así te expresabas cuando salíamos todos juntos.

― Tengo una propuesta para regresar a Nueva York, y ¿sabes qué?, la aceptaré.

― Sebastián, tú amas a Noelia...

― ¿Y qué con eso? Ella prefiere al fulano y se casará con él. Bien, pues yo me iré —bebió un último sorbo.

La propuestapara volver a trabajar en Nueva York había surgido hacía semanas, pero su únicoimpedimento era Noelia, más bien, sus sentimientos hacia ella, la búsqueda deesa segunda oportunidad, la reconquista... Ya nada valía la pena para él, era el momentoadecuado para volver.

Otra vez tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora