Capítulo 2

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Entre aquellos archivos memoriales, salió a flote aquel viejo primer encuentro.

Fue bastante abrupto y fugaz, pero marcaría el inicio de una historia que no sería fácil de olvidar, sobre todo para Noelia. Era precisamente su segundo día en el campus, andaba un poco perdida y distraída, iba mirando su horario de clases, y de repente solo sintió el frío líquido atravesando la prenda que llevaba.

― Esto no está pasando, no, no, no... —Noelia miró el desastre de su blusa blanca.

― Oh... ¡Lo lamento tanto! —y literalmente Sebastián deseó que la tierra se lo tragara.

― ¡Dios! —pasó vagamente unos dedos ligeros sobre la blusa mojada con soda naranja.

― Yo...no... no te vi y... —trató de encontrarle explicación al choque.

― No, yo debí ser precavida... —al fin lo miró y se quedó fija. Ojos avellana la miraban con angustia. El sol los ponía todavía más claros. Él era tan solo un poco más alto que ella.

― Déjame ayudarte —se apresuró en buscar un pañuelo en el bolsillo trasero de su pantalón negro.

― Mmm... no, no —sacudió la cabeza—. Solo... necesito ir al tocador.

― No fue mi intención —le brindó el pañuelo.

― Estoy bien. Gracias —rechazó el pañuelo y echó una rápida mirada al grupo de jóvenes que acompañaba al muchacho, los mismos que habían quedado mudos ante lo sucedido. Dos hombres y una mujer.

Salió a toda prisa metiéndose en la facultad más cercana: la de arquitectura.

Sebastián no se fijó en un movimiento de su brazo, el que llevaba el vaso con soda y tropezó con la joven, provocándole un desafortunado percance.

Noelia miró la ruina de la tela en el espejo. Estaba toda empapada. Decidió sacársela y lavarla con pura agua.

― Mmm... ¡oye! —ella dejó de respirar tras escuchar la familiar voz cerca de la puerta, la del joven que se había disculpado—. La chica con la que tropecé... ¿Sigues ahí? Te vi entrar.

― Debe ser una broma. Este es el de mujeres, ¿no? —susurró para sí misma mirando alrededor.

― ¿Oye, estás ahí?

Noelia se asomó por el pasillo y vio al mismo chico de antes, en una mano sujetaba un abrigo rojo de algodón, empujando levemente la puerta, y otra mano tapaba sus ojos.

― ¿Quién es este depravado? —una chica rubia pasó a la afectada por un lado, y avanzó hacia la salida— Oye, ¿no ves el letrerito que está arriba de tu cabeza? Tiene el dibujo de una mujer si no te has dado cuenta —él espió entre sus dedos a la enojada rubia—. ¡No seas imprudente! Ash... —y se fue dándole un empujón. De pronto miró al interior y encontró un hombro desnudo con una tira blanca y la mitad del rostro de la chica afectada, espiando. Ella frunció el ceño y se retiró de inmediato, sonrojándose.

― ¡Oye! Solo quiero ayudarte.

― Ay Sebastián, pones demasiada prosa para esto. Dame eso —apareció una morena de cabello corto, en estilo picado, quitándole el abrigo y entrando—. Y sal de aquí antes que alguien te de un golpe —encontró a la chica respirando con dificultad y usando solo el brassier—. Disculpa al bobo de mi amigo. Toma, ponte esto.

― Eh... —tomó el abrigo con algo de recelo, aunque bien sabía que lo necesitaría.

― ¿La lavaste? —observó la blusa blanca tendida sobre el lavamanos.

Otra vez tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora