No tenía mucho tiempo desde me había refugiado…
No era simple: tener que llegar a un país completamente diferente al mío, con diferentes costumbres, a sabiendas de que mis seresqueridos se encontraban muertos, sometidos o siendo torturados, en el momentoen que comíamos o nos dábamos baños semanales, por que estar en el “gueto” comollamábamos al edificio donde nos instalaron, nos limitaba de ciertos “privilegios”como la ducha diaria, las tres comidas o una cama para menos de cinco personasen ella. Los que tenía suerte se ponían en contacto con parientes de diferentespartes del mundo y se iban con ellos, o por el contrario conseguían un trabajoy ahorraban lo poco o nada que ganaban para algún día lejano salir del gueto.
Yo no era uno de esos que contaran con suerte, a menos decuando me escupían en lugar de machacarme a golpes o llamarme por apodos cuandopreguntaba por una oportunidad. Y es que parecía que no había nada peor que serun refugiado, ¡Era incluso peor que ser un inmigrante! “Por lo menos, elinmigrante ha luchado por estar aquí, por hacerse por su propia mano, ustedes,refugiados, no son más que un montón de cobardes, lloriqueando y exigiendo quese les alimente como si fuera nuestra labor. Le quitan el pan a nuestros pobrespara dárselo a hombres y mujeres que lo único que hacen es joder más nuestravida, robarnos, agredirnos y hasta violar a nuestras mujeres” Eran las palabrasque más circulaban en mi mente. Había sido de la última vez que había pedido untrabajo de albañil. El dueño de la constructora al enterarse de que yo estaba ahí,un refugiado, una lacra, había decido hablar conmigo y darme sus palabras, noera la primera vez que me insultaban, llegar a un nuevo lugar siempre implicabaque a la gente no le podías agradar y ahora sabia de primera mano, lo que erael desprecio, la discriminación.
Semanas después de esto, volví a salir, pero no habíanada nuevo: miradas de lastima, de odio, insultos, golpes, tipos que se tomabanmuy personal el hecho de que yo fuera un extranjero, cada día veía como otrosse desesperaban y se desquiciaban tanto o más que yo por forjarse una vida, porolvidar todo a lo que habíamos estado expuestos, lo que habíamos visto,sentido, e incluso vivido antes de irnos, vi como otros se desvanecían en lascalles, para luego encontrarnos los restos de ellos en las calles, día a díalas mujeres que estaban en el gueto tenían más miedo y las razones eran obvias:para todos los demás eran un pedazo de carne, una nada, no había nadie que lasdefendiera y eran las que más sufrían, llegaban queriendo olvidar los malosratos, las violaciones, los acosos, y llegaban a un lugar donde sufrían lomismo y donde su voz no sería escuchada.
No podía más, los recuerdos, el dolor, la furia que teníaconmigo y con todos me inundaba el alma, me carcomía el alma, el presente y lamuestra de que nada cambiaria para nuestro bien, me hizo desear haberme quedadoy morir en la guerra. Ya no podía, me era difícil despertar y no desear estarmuerto, el dolor, la melancolía, la sólida realidad de que nunca sería más queun extranjero, que nunca sería más que una sombra, un cobarde como ellos decían,me tenía sujeto a la cama, al mismo edificio estúpido, odiaba, pero que noodiaba tanto como me odiaba a mí mismo y como odiaba al resto del mundo, no podíamás, ya no era vivir, y decidí tomar una decisión a lo que circulaba por mimente: subí hasta la azotea, mire alrededor,esperando que alguien viniera a detenerme, pero entre en la realidad de nadielo haría, así que sin más miramientos me coloque en la orilla, extendí misbrazos como si fuera a volar y me deje caer desde el cuarto y último piso delgueto…
No habría más dolor, mas recuerdos, ni insultos, golpes,humillaciones o palabras tristes, no, ya no había nada que pudiera recordarmeque lo que significaba para ellos, solo había descanso.
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