Que comiencen los juegos.

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Al anochecer de ese tercer día, cuando se suponía que los cazadores ya estaban detrás de nosotros desde hacía más o menos veinticuatro horas, Raine y yo nos encontrábamos sentados uno frente al otro, con la pequeña fogata en que se asaba el pescado, entre nosotros.

  Pero ese era el menor de los fuegos que se interponía entre los dos. Finalmente, como tanto había temido, perdí a mi mejor amigo. No en manos de la selva, ni de los cazadores, ni de Kattie y su banda, ni de este absurdo en el que estábamos irremediablemente metidos, sino por mi propia estrella.

   Casi no me dirigía la palabra, pero me miraba incluso menos. Nunca había soportado que él fuera distante conmigo y siempre encontraba la forma de ablandarlo cuando se enojaba pero eso era cuando éramos amigos, cuando yo no sabía que él me quería de manera diferente a la que yo a él. ¿Cómo encararlo ahora? ¿Cómo portarme con él? ¿Qué podía decirle para que olvidara todo y fuera mi amigo otra vez? ¿Cómo podía revertir todo aquello?

   ¿Por qué tenía que presionarlo a hablar?... Si no lo hubiera hostigado, él hubiera guardado su secreto y ahora estaríamos bien podríamos haber pasado los últimos momentos de nuestra vida en buenos términos.

   Mantener la cordura en semejante caos era, ciertamente, todo un desafío.

   El crepitar del fuego, el canto de grillos, aves nocturnas y algún que otro sapo eran los únicos sonidos que cortaban el silencio. Me abrazaba el cuerpo para mantener el calor, pues mi ropa seguía mojada cuando me la puse.

   Inspiré hondamente y clavé los ojos en las llamas brillantes que lamían el aire, no sin antes dedicarle una miradita fugaz a mi a Raine. Estaba contemplando sereno las chispas que brotaban de los leños.

   Muchas veces me pregunté por qué seguía solo, a pesar de que podía tener a la chica que quisiera

   ¡Por Dios! ¡Podía tener a la preciosa e inmensamente rica Trisha Miller! ¡¿Por qué se le ocurría mirarme justo a mí?! ¡¿Qué tenía ese muchacho en la cabeza?! ¡Yo soy común, insulsa, extraña, torpe, despistada y loca! ¿Cómo cabe en su cabezota compararme con Trisha y sus deslumbrantes ojos negros o con Sophie que es tan elegante y femenina o con Carol y su inteligencia?

   Yo era mediocre en todo. Mi cuerpo delgaducho, casi sin curvas, mi piel por poco transparente de tan clara y mi poca gracia al andar -para qué hablar del resto de las actividades físicas que requieran mayor coordinación que poner un pie delante del otro- me convertían en una extraña alienígena. Ni se diga si agregamos al paquete estos ojos color miel veteados en amarillo No tenía siquiera la excusa de un bonito cabello que alivianara un poco las cosas, puesto que aunque era de un color marrón con destellos dorados, tan común como podía ser, los rizos hasta la cintura lo complicaban todo. Mis rasgos pequeños y un tanto esfumados gracias a mi color de piel –o mejor dicho, falta de él-, me hacían parecer un pequeño duende de ojos grandes, nariz y boca pequeñas.

   ¿Por qué había elegido mirarme a mí cuando había en el mundo tantas bellezas dispuestas a ser suyas? Tal vez estuviera confundiendo la amistad con algo más profundo tal vez sólo estaba confundido o temía fijarse en alguien a quien no conociera, en quien no confiara. Después de todo, Raine siempre había sido desconfiado. No permitía que nadie llegara a él, ni siquiera su padre. Solía decir que el único momento en que sentía que podía ser él mismo era cuando estaba conmigo, que yo era la única persona en quien confiaba en el mundo.

   ¡Oh mierda!

   Imaginé cómo debería estar sintiéndose en esos momentos. Si yo me sentía morir, siendo que además de él siempre conté con mi hermano y mi abuela ¿cómo estaría llevando esta distancia él, que sólo me tenía a mí?

La caza del león azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora