El león azul.

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   Golpes en la puerta y la voz de una mujer que no era Emma, me sobresaltaron.

- Ambrose… ¿puedo pasar?

- Adelante -respondió el vampiro junto a mí, que aún jugueteaba con uno de mis rizos.

   Habíamos permanecido en silencio, él enredando sus dedos en mi pelo y yo mirando al suelo, por más de diez minutos. Levanté los ojos hacia la persona que se escurría por la puerta. La sonrisa amplia de Rosario se congeló en su cara cuando notó la escena.

- Lo siento… -dijo acercándose con cautela y pude sentir como manaba el odio hacia mí desde su piel- no sabía que tenías compañía. Creo que no me acostumbro a que ella no huela…

- Oh, sí huele… y delicioso, además -le corrigió Ambrose con una sonrisa arrebatadora-. Pero tienes que estar muy, muy cerca para percibirlo. Es embriagador…

   La vampira rubia se tensó ligeramente y luego se puso a acomodar los pliegues de su vestido azul, como si hubiera alguna arruga en el inmaculado género. Ambrose la increpó, sin mirarla antes de volver a juguetear con mi pelo.

- ¿Qué te trae por aquí, Rosario? -preguntó indiferente, absorto en el rizo en sus manos.

   La mujer cuadró los hombros, como si reaccionara ante un desaire, antes de hablar.

- Es la hora…

   Ambrose me dirigió una breve mirada que no pude interpretar antes de ponerse de pie y estirar su mano hacia mí. Pude ver como la cara de la vampira se descomponía de horror y rabia. ¿Ella estaba enamorada de Ambrose, o simplemente le parecía un sacrilegio que un antiguo se acercara tanto a un híbrido? Tomé la mano de Ambrose y la miré deliberadamente a los ojos. Había furia asesina en ellos.

   Ambrose se mostró divertido ante el desafiante gesto de mi parte. La vampira trabó los dientes.

- Pequeña Umma, ¿no prefieres quitarte esas ropas rotas? -preguntó Ambrose observando mi camisa hecha girones- Tal vez Rosario pueda prestarte algo que ponerte hasta que mandemos hacer tu guardarropa…

   Los fulminé con la mirada. Primero a ella, que fruncía el ceño como si sintiera asco, después a él, que nos había puesto en esa posición intencionalmente. ¿Qué era lo que tenía en mente? ¿Una pelea de gatas? ¿“Lucha en el lodo”?

- No, gracias -farfullé- prefiero mi ropa.

- Pero pequeña, ese atuendo no hace relucir tu belleza… -protestó.

   Me giré sobre mis talones para enfrentarlo sólo a él. Era demasiado más alto que yo, más alto incluso que Raine, así que tuve que alzar mucho la cabeza para mirarle a los ojos, lo que visto desde la perspectiva de un tercero –para más, fascinado con el poderoso “Señor oscuro”- podría haberse interpretado a todas luces como un desafío… lo cual, al fin y al cabo, era.

- Después de mañana podrán hacer conmigo lo que quieran… -dije con voz calmosa, dejando que todo el veneno posible fluyera a través de ella- pero hasta entonces, sobre mí, mando yo.

   Les di la espalda y comencé a caminar hacia la puerta. La voz aguda y estridente de Rosario resonó detrás de mí. Ella estaba furiosa. Casi sonreí al saberlo. No puedo entender por qué, pero sólo había bastado verla una vez para que floreciera en mí una especie de absurda rivalidad.

   Me detuve, pero no me volví.

- ¡¿Cómo te atreves a enfrentar a Ambrose de esa manera, híbrida?! ¡Vuelve aquí y arrodíllate ante él!

- Rosario… -se arrastró suavemente la voz del vampiro- déjala. Lleva razón en lo que dice.

- Pero Ambrose… -Rosario sonaba perpleja.

La caza del león azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora