Destinos enlazados.

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   Guardamos silencio un buen rato después de que se fueron, volando como flechas borroneadas a través del verde bajo nuestros pies. Yo me esforzaba por procesar lo que había escuchado y Raine tironeaba de mi brazo, tratando de sacarme del limbo en el que estaba.

- Sólo quedan siete de nosotros para cinco de ellos -musité ausente.

-Pero uno ya se ha ganado el derecho de cazar al león azul -dijo tratando de hacerme bajar del árbol-. Debemos escondernos donde no puedan encontrarnos, esperar a que den el anuncio, aguardar a que pasen los tres días

- ¿Crees que demorarán mucho en encontrar al resto? -pregunté con pesar.

- No lo creo -sentía el mismo pesimismo que yo.

   Caminamos en dirección al este manteniéndonos ocultos, sosteniéndonos de la mano para darnos fuerza el uno al otro. Decidimos regresar al refugio cerca del arroyo, a pesar de saber que Shane estaba al corriente sobre el camino. Sería mejor permanecer en el lugar que conocíamos, de donde podíamos escapar y escondernos.

  Era necesario rellenar las cantimploras y conseguir comida si nos proponíamos mantenernos ocultos, así que pusimos manos a la obra. Mientras pescábamos y cocinábamos -todo discretamente, vigilando a cada momento nuestras espaldas- aprovechamos para darnos un baño y sacarnos de encima la mugre y el tufo a muerte.

   Yo me ubiqué detrás de una roca para poder desnudarme y lavar mi ropa interior. Raine hizo lo mismo detrás de una enramada, arroyo abajo, aunque a unos pocos metros de mí. Me llamó la atención que el cuerpo de Joel, el muchacho al que había atacado el lobo mientras estábamos escondidos en el fango, no estuviera en ninguna parte Tal vez lo arrastrara la corriente o quizá los lobos lo hubieran llevado bosque adentro.

   Era extraño, pero ni bien traspasé la grieta de la entrada a la cueva y me enfrenté a la oscuridad húmeda del interior, me sentí como en casa. Raine entró detrás de mí, trayendo las provisiones que dejó en un rincón. Luego se acercó a mí y me abrazó. Fue muy inesperado. Muy bienvenido, pero inesperado.

   Su mano cálida acarició mi pelo mojado mientras la otra me ajustaba a su cuerpo. La sensación de alivio me recorrió entera. Inspiré tan profundamente para llenarme los pulmones del olor de su piel, que pensé que me despegaría del suelo para salir flotando.

- Sé que no debería invadirte de esta forma... perdóname, pero necesito sentir que estás aquí, que sigues conmigo -murmuró y su aliento cálido se mezcló en mi pelo.

   Apresé la coleta que colgaba sobre su espalda desnuda y herida. Sentir su textura suave y lisa me recordó la extraña posesión que siempre sentí por ella.

   Odiaba que otras muchachas la tocaran y de hecho, se lo había prohibido expresamente a Raine. Le había amenazado con dejarlo completamente calvo si permitía que alguien más pusiera sus manos sobre ella.

   Y él había hecho caso a mi amenaza.

   Una mañana, en que yo llegaba tarde al colegio (como siempre) lo observé mientras me escurría por la puerta ayudada por Ethan. Raine no se había dado cuenta de mi discreta aparición, pues estaba concentrado en alguno de esos dibujos suyos que nunca me muestra. Entonces tuve que recurrir al otro único alumno que estaba lo suficientemente aburrido y despreocupado en la clase de matemáticas para que me diera una mano:

- Ethan... -llamé al rubio desfachatado- Distráelo mientras ocupo mi asiento...

   Fue entonces cuando la vi. Anna estaba sentada en mi lugar, suspirando como tonta por Raine, con los ojos clavados en su nuca. Sentí que la sangre me hervía en la cara y que si ella tocaba siquiera el delgado mechoncito, les arrancaría los ojos a los dos. Mi propia furia ente semejante nimiedad me había asustado, pero supuse que sólo me estaba durando más de la cuenta el malhumor de la mañana

La caza del león azulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora